La cantante chilena hubiera cumplido 100 años.
El 4 de octubre de 2017 hubiera cumplido un siglo Violeta Parra, de no ser porque la alcanzó su obsesión por acabar con su vida. Una vida llena de penurias de todo género, las más graves, las penas del corazón. Exitosa en su carrera musical, admirada y aplaudida, no pudo con la soledad de su espíritu, las decepciones y las preguntas que jamás consiguió responderse.
Fue la mejor folklorista de Chile. Pablo Neruda la recibió en su casa y le escribió un sentido poema; compuso con Víctor Jara –asesinado en septiembre de 1973 durante el golpe militar de Augusto Pinochet-; cantó en Moscú y en París; Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat, María Dolores Pradera, Joaquín Sabina y Miguel Bosé –entre otros- interpretaron sus canciones. Pero algo oprimía su alma. Desde su niñez, su vida estuvo llena llena de penurias y pobreza pero también de anhelos, de afán por lo inconmensurable y de apetencia por lo infinito.
Su primer marido fue un obrero militante comunista que la introdujo en los ambientes políticos de izquierda. Ello marcaría buena parte de su repertorio ideológico; el segundo, un carpintero con quien tuvo una hija pero enviudó pronto; su verdadero amor fue un antropólogo y musicólogo suizo llamado Gilbert Favre pero la relación se terminó y quedó envuelta en una depresión que jamás superó aunque poco más tarde encontró algún consuelo al lado del músico uruguayo Alberto Zapicán.
Fue un recorrido atormentado que no le impidió, sin embargo, componer una de las canciones más hermosas y versionadas en español: “Gracias a la Vida”. En el año 2014, la académica Paula Miranda disertó en el V° Coloquio Latinoamericano de Literatura y Teología “Biblia y Literatura” organizado por la Facultad de Letras UC y la Asociación Latinoamericana de Literatura y Teología. Partiendo de la premisa de que “la poesía no es solo un decir, es un hacer poético sobre el mundo”, planteó que las canciones más logradas de la folclorista, “más que canciones, son cantos rituales sagrados”.
Una de sus composiciones más hermosas, “Volver a los 17”, evoca al amor que transforma a las personas: “Al viejo lo vuelve niño, al malo lo vuelve puro”. En el “Canto a lo Divino” se refiere a todo aquello que causa dolor en la Pasión de Cristo: el madero, el sudario, la corona de espinas, y otros símiles, como un modo de exorcizar el dolor.
Miranda explicó al respecto: “Es interesante observar cómo Violeta escoge imágenes de serafines y querubines, figuras que ocupan los más altos rangos en la jerarquía celestial, y que protegen a Dios.
Los serafines con sus cantos y alabanzas, y los querubines protectores de su gloria, serán los que acompañarán esta transfiguración. Entonces, cuando han hecho su aparición estos espíritus bienaventurados, el tiempo original puede volver a comenzar, el estribillo refuerza la idea de resurrección y de vida tanto en el plano espiritual como en los ciclos de la naturaleza, enredando y brotando la hiedra y el musguito”.
“Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado el sonido y el abecedario; con él las palabras que pienso y declaro: Madre, amigo, hermano, y luz alumbrando. La ruta del alma del que estoy amando”.
Versos que transparentan un espíritu fiel a los más nobles sentimientos y relaciones, reconociendo en el alma lo más elevado y valioso del ser humano. Claramente, Violeta Parra era una persona extremadamente sensible que buscaba la transcendencia y andaba tras de Dios aunque ni siquiera lo supiera.
Los expertos y conocedores concluyen que la poesía religiosa de Violeta Parra entraría entonces en el registro del canto a lo divino, de fundamento bíblico y religiosidad popular. Subrayan que la visión religiosa de Violeta Parra es liberadora acogedora y en ella destaca una “religiosidad popular contrapuesta a la modernidad, en concordancia con valores cristianos como la redención, la solidaridad, el sacrificio, la salvación y una imagen de un Dios muy cercano”.