Portada: Francesc Torralba, doctor en Filosofía y Teología, dirige la cátedra ETHOS en Universidad Ramón Llull.
La inteligencia espiritual nos da cordura.
El mundo se cae a trozos mientras hablamos de las anécdotas más estúpidas.
Francesc Torralba.
En un momento en que la alfabetización digital ocupa el foco académico y profesional, Francesc Torralba alerta de un analfabetismo espiritual: «Estamos ganando en un terreno, el digital, pero perdemos en otros que son muy relevantes para la persona». Para recuperarlos, el filósofo y teólogo nos emplaza a descubrir la inteligencia espiritual, la que nos da, según él, cordura en un mundo de estímulo-respuesta.
Mientras medio mundo se debate entre Shakira y Piqué, él va al fondo del asunto: «Es un ejemplo de cómo la anécdota se convierte en categoría». Y esa elevación obedece, según Francesc Torralba (Barcelona, 1967), al vértigo que le produce a uno mirarse dentro: «Tenemos de todo, nos informamos de todo, nos distraemos permanentemente; pero la distracción es un modo de huir del vacío existencial y el vacío es irresistible: o se enfrenta a él o se escapa a través de mil mecanismos». Nos interesa por eso Shakira y Piqué. Por cuanto da vértigo el fondo prefiere uno quedarse en la superficie, aunque mirando de reojo. Porque por mucho que se tenga o se haga por tener, acaban las preguntas cayendo por su propio peso: lo tengo todo, pero me siento vacío. Esta es, advierte Francesc, «la paradoja de las sociedades opulentas e hipertecnológicas». Resulta que, cuanto más uno llene su vacío con lo material, más vacía queda nuestra alma. Y puede convertirse en una vorágine para la que Torralba, filósofo y teólogo, encuentra salida: la inteligencia espiritual.
¿El espíritu es algo que podemos cultivar?
—Somos seres en construcción, por tanto, todas nuestras facetas pueden ser desarrolladas. No solo las tangibles, sino también las intangibles: uno puede desarrollar sus músculos, sus tendones, sus brazos… pero también su memoria, su inteligencia, su voluntad… Un desarrollo pleno e integral de las personas requiere un desarrollo armónico de todas sus capacidades, funciones y dimensiones. Hay algunas que hipertrofiamos, es decir, les dedicamos mucha atención y esfuerzo; mientras que otras son olvidadas o ninguneadas. Aquí es donde tiene una función el concepto de educación integral.
¿La gente sabe qué es el espíritu?
—Partimos de una antropología muy reduccionista, es decir, tenemos una visión del ser humano materialista, individualista y superficial, de modo que uno puede olvidar estratos o dimensiones que hay en su ser. Por eso creo que educar debe consistir en mostrar la complejidad del ser humano y sus distintas dimensiones para cultivarlas. Por ejemplo, la sensibilidad estética, el cultivo de la música, la capacidad de razonar o de orar son muy abandonadas por la educación habitual. Muchas personas desconocen lo que hay dentro de su ser y la riqueza inherente que hay en su persona. Educar tiene que ver con eso: enseñar todo el enigma que hay dentro de un joven para que lo desarrolle al máximo de sus posibilidades.
Elegir carreras humanísticas es cada vez más minoritario, contracultural e incluso extraño; pero no creo que obedezca a una conspiración: es el resultado de una cultura que subraya el utilitarismo y la integración en el mundo laboral.
¿Habla usted de una alfabetización espiritual?
—Es bueno que hablemos de alfabetización digital porque, al fin y al cabo, nuestros alumnos vivirán en un mundo hipertecnólogico; pero hemos olvidado ciertos lenguajes. Hay mucho analfabetismo simbólico, una incapacidad de comprender y leer símbolos de las grandes religiones de la historia. Hay, en efecto, un analfabetismo espiritual; incluso diría en el lenguaje oral: observo que muchos jóvenes tienen dificultad a la hora de expresar pensamientos y deseos. Por tanto, ganamos en un terreno, el digital, pero perdemos en otros que son muy relevantes para la persona.
¿Y hay un interés por que se produzca esa pérdida?
—No soy partidario de teorías conspiratorias, pero sí es cierto que hay un retroceso, un desierto en los saberes humanísticos, no solo en la Educación Secundaria sino también en la universitaria. Elegir carreras humanísticas es cada vez más minoritario, contracultural e incluso diría que extraño. Pero no creo que obedezca a una conspiración del Estado o de las multinacionales. Es el resultado de una cultura que subraya el utilitarismo y la integración en el mundo laboral. Entonces, si uno no es capaz de ver en las humanidades una utilidad inmediata, quedan desplazadas.
¿Hay quien se resiste a ser espiritual por confundirlo con lo religioso?
—Hay una asociación muy directa entre espiritualidad y religiosidad, incluso con la confesionalidad. Esto, unido a que hay una visión muy negativa y anacrónica del hecho religioso, hace que uno tienda a evitar el aprecio por lo espiritual. Sin embargo, en otros países no se da esta asociación directa. En mi esquema mental, lo espiritual es inherente a todo ser humano; en cambio, no lo es la religiosidad y mucho menos la confesionalidad. Hay muchas personas que no tienen una relación directa con Dios y, sin embargo, hay en ellas una dimensión espiritual.
El neuromarketing sabe qué tipo de mensajes, qué tipo de olores, qué tipo de imágenes, nos tienen que llegar para que acabemos comprando ese móvil, esa tablet o esas zapatillas que no necesitamos.
¿La mala salud mental de una sociedad es reflejo de su vacío espiritual?
—Es una tesis que han defendido grandes psicoterapeutas, sobre todo, de la escuela existencialista, como Victor Frankl, para quienes la desidia, la apatía, el vacío e incluso ciertas formas de depresión tienen que ver con una profunda crisis de sentido. El ser es una unidad y, por tanto, lo que afecta a lo espiritual acaba afectando a lo mental, a lo emocional e incluso a lo somático. Por eso no podemos deslindar a la persona en áreas. Somos cajas de resonancia: la exterioridad no se puede separar de la interioridad.
¿Quiénes son hoy los enemigos del espíritu?
—Además del utilitarismo, la visión tan superficial del ser humano. Cuando uno ahonda en lo espiritual, se convierte en un ser mucho más profundo y eso desactiva ciertas prácticas. Vivimos en un mundo de estímulo-respuesta: nos estimulan a consumir con determinadas imágenes y mensajes y nosotros respondemos consumiendo; sin embargo, una persona espiritual detiene ese estímulo y se lo piensa. Este, creo, es el fundamento de la libertad. De ahí que la pérdida de la dimensión espiritual tenga como consecuencia una pérdida de libertad, de autodeterminación y de autonomía personal. Tendemos a vivir muy inercialmente, a repetir lo que hacen los demás, nos da mucho miedo el camino solitario y eso conlleva muchas veces la muerte de la dimensión espiritual.
¿Somos zombies espirituales?
—Sobre todo somos consumidores compulsivos que obedecen a ciertas estrategias del mercado sin pensar. El neuromarketing sabe qué tipo de mensajes, qué tipo de olores, qué tipo de imágenes, nos tienen que llegar para que acabemos comprando ese móvil, esa tablet o esas zapatillas que no necesitamos. El neuromarketing cada vez nos conoce más y, como vamos dejando nuestros datos por la red, saben perfectamente qué nos gusta, qué compramos o qué deporte hacemos. La dimensión espiritual nos permite tomar distancia y evaluar si debo o no responder a ese estímulo y cómo.
Veo a jóvenes de 16 años con gran voluntad de sentido, que tienen muy claro para qué luchar, y veo a personas de 55 que arrastran los pies y esperan a que venga el sábado.
Lo tengo todo, pero me siento vacío…
—Es la paradoja de las sociedades opulentas, hipertecnológicas. Esto nos indica que no hay equilibrio emocional ni espiritual en las personas. Y no son casos aislados, son muchos, incluso intentos autolíticos o de suicidio. Tenemos de todo, nos informamos de todo, nos distraemos permanentemente; pero la distracción es un modo de huir del vacío existencial, es una salida por la tangente. Desde las series a la droga, desde el juego a las apuestas o el fútbol, existen tantos mecanismos de evasión, tantos opios para evadirse, que hay muchas formas de escapar al vacío. Y el vacío es irresistible, uno no lo puede soportar: o se enfrenta a él y busca un sentido o se escapa a través de mil mecanismos.
Para ser espiritual hay que renunciar entonces a vivir…
—En la vida hay un tiempo para todo, lo que no podemos es reducirla a producir y consumir. Hay quien se limita a producir a desgana durante la semana y a consumir el fin de semana. Y, al final, la vida se convierte en un péndulo entre dos verbos: producir y consumir. Con las distracciones me olvido del trabajo, me olvido de mi barrio, me olvido de mi padre, me olvido de que estoy vivo porque la vida es un asco.
¿Y uno puede vivir huyendo?
—En efecto. Hay muchas formas de escapar, aunque a veces es difícil porque la vida te pone delante la realidad: se te muere un familiar, experimentas una enfermedad o vives situaciones de las que es muy difícil escapar. Pero tendemos a la evasión. De hecho, nuestro trabajo puede ser una evasión, como también el deporte o las redes sociales. Incluso el metaverso es para muchos una vía de escape: no me gusta mi vida y me fugo a esa quimera digital. Se puede escapar, sí, pero en la soledad y el silencio al final uno se hace preguntas y es lo que no puede resistir. Ser espiritual es eso: poder enfrentarse al propio silencio, a la soledad, y preguntarse qué quiero hacer con mi vida, para qué estoy hecho, cómo voy a dar sentido al tiempo que se me ha dado.
Desde las series a la droga, desde el juego a las apuestas o el fútbol, existen tantos mecanismos de evasión, tantos opios para evadirse, que hay muchas formas de escapar al vacío.
¿Y si me pregunto y no me digo nada?
—Puede pasar, pero cuando la persona es capaz de resistir ese silencio puede aclarar y tratar de descubrir cuál es su vocación, cuál es su misión, cuál es su razón de ser en el mundo. No siempre es inmediato: hay quienes lo descubren a los 14 años y hay quienes tienen 55 y aún no saben para qué están aquí. Descubrir el sentido de vida no es un proceso mecánico, matemático ni algo que podamos garantizar a priori. Veo a jóvenes de 16 años con gran voluntad de sentido, que tienen muy claro para qué luchar, y veo a personas de mi edad que arrastran los pies y esperan a que venga el sábado porque, dicen, «la vida es un asco y no tengo ni idea de lo que he venido a hacer en este mundo, pero de momento tengo que comer, tengo que dormir, tengo que pagar una hipoteca y, como no me gusta nada de lo que veo, intento escaparme cuantas veces sea posible».
¿La nada es el peor de los miedos?
—Ya lo decían los filósofos romanos, el llamado horror vacui, el horror a la nada, a no dejar nada, a que no quede nada, a que el rastro final sea la nada. La nada es terrible: hay quien es capaz de atravesarla y hay quien se queda en ella. No siempre tras la noche oscura viene la luz. Por eso la tendencia habitual es fugarse, mirar a otro lado y distraerse con la novia de Piqué, ejemplo de cómo la anécdota se convierte en categoría. El mundo se cae a trozos y nosotros estamos hablando de las anécdotas más estúpidas. Es el carpe diem de Horacio, pero en su versión posmoderna: «No pienses, pásalo bien; al final la vida son cuatro días, hemos vivido tres y mañana ya no estamos; además, vendrá un colapso medioambiental y quizá ya no sean cuatro días sino dos y medio; por tanto, no te preocupes por el futuro, no labres un sentido, goza de la inmediatez, del primer cuerpo que tengas delante, del primer aperitivo, porque esto se acaba y se acaba pronto».
Si dejáramos hablar al silencio, ¿qué diría?
—El silencio no es la ausencia de lenguaje, sino otro tipo de lenguaje. Lo que los demás ignoran y ni siquiera imaginan en el silencio aflora. El silencio es un ácido cáustico que revela nuestras carencias y debilidades, por eso no lo aguantamos, aunque la persona trabajada en lo espiritual lo busca y convive con él. El silencio es una escuela, un aprendizaje: uno tiene que aprender a tolerarlo, a amarlo. Al final, resulta cómodo vivir en él, pero de entrada es muy árido.
¿El mundo iría mejor si estuviéramos más callados?
—Estoy completamente convencido de que la incontinencia verbal es el origen de muchos males. Por tanto, mucho mejor callar.
Fuente: magisnet.com – Rubén Villalba @entrevistologo – 6 marzo 2023.
Torralba y la «credulidad selectiva»
En el programa 5 de «La Buena Vida», en Canal 4 TV, conversan con el teólogo y filósofo católico Francesc Torralba, sobre cuestiones existenciales como la vida, la muerte y la fe. También sobre cómo nos hemos alejado de Dios y de nosotros mismos, a lo que el profesor llama «credulidad selectiva», y sobre cómo mantener la serenidad en los momentos difíciles, y abrirnos a la dimensión espiritual.
Fuente: religionenlibertad.com – 17 septiembre 2024.
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