
Testamento del Pájaro Solitario.
Un texto resume en pocas líneas el propósito central de su vida:
“Soñé, a lo largo de mi vida, muchas cosas. Ahora sé que sólo salvaré mi existencia amando; que los únicos trozos de mi alma que habrán estado verdaderamente vivos serán aquellos que invertí en querer y ayudar a alguien. ¡Y he tardado cincuenta y tantos años en descubrirlo!”
(Elías Pérez, Verbo Divino. Periodista Digital).- Una de las experiencias más impresionantes para un editor es la publicación de un libro que se convierte en un best-seller, y eso es lo que nos ocurrió en EVD cuando hace 25 años publicamos el Testamento del Pájaro Solitario de José Luis Martín Descalzo.
A decir verdad, recibimos el original con cierto escepticismo, pues se trataba de poesía, que no era un género que contara con tradición en el catálogo de EVD; pero aquellos sonetos estaban llenos de musicalidad, de belleza y vida. Y apostamos por él. Sería el primer libro de la colección «Surcos» y nuestra primera obra de este autor.
Por aquel entonces, corría el año 1991, José Luis Martín Descalzo, aquel sacerdote periodista tan querido y siempre recordado, sufría desde hacía tiempo una dolencia renal, complicada por sendas operaciones de corazón. El Testamento del Pájaro Solitario fue su obra más autobiográfica, una excelente confesión a corazón abierto tras el sufrimiento de su enfermedad y por la plenitud gozosa del encuentro personal con la obra poética de san Juan de la Cruz.
Lo que para él significaba esta obra: «Mi sueño sería que en estas páginas encontrara cada lector las historias de su propia alma, su autobiografía personal. En rigor, todos somos hermanos de todos, padres de todos, hijos los unos de los otros, y por donde pasa un alma, pasan las de los demás. Por eso, cuando yo desnudo mi corazón en estos versos, espero que sean muchos otros los que se vean sangrar o sonreír».
El 11 de junio de 1991, dos meses después de la publicación del Testamento, José Luis nos dejaba e iniciaba su vuelo hacia la Luz. Ojalá que esta obra, tras sus primeros 25 años de vida editorial, continúe ayudando a las nuevas generaciones a encontrar las historias de su propia alma.
Ver el libro en PDF. – Leer las primeras páginas de la última edición.
Reseña biográfica
José Luis Martín Descalzo nace el 27 de agosto de 1930 en Madridejos (Toledo), en el seno de una familia profundamente cristiana, de la que era el menor de cuatro hermanos. Sus padres: Don Valeriano, de nobleza y sobriedad castellana y Doña Pepita, que derrochaba bondad y buen humor -Comíamos amor cada mañana, rebanadas de alma- inculcaron en él su afición temprana a la lectura y su profundo sentido del deber. Cuando tenia tres años se trasladan a vivir a Astorga coincidiendo con el nuevo destino profesional de su padre, funcionario, Secretario judicial. En Astorga transcurre casi toda su infancia, hecho que evoca de manera entrañable a menudo en sus obras. A los 12 años ingresa en el Seminario de Valladolid y mas tarde fue a Roma donde estudió Historia y Teología. Se ordenó sacerdote en 1953. La Fe y el concepto de la vida «como entrega y donación a Dios y los hombres» se forja en la fragua de la familia y su profunda vocación religiosa se consolida en los primeros años de su juventud. Regresó a Valladolid, tierra natal de sus padres y allí vivió gran parte de su juventud, siendo profesor en el Seminario, obteniendo la cátedra de Literatura por oposición y Director de una compañía de teatro. Trabajó en el periódico Norte de Castilla de la mano de Miguel Delibes y fue corresponsal en Roma de la Gaceta del Norte en el Concilio Vaticano II, sus crónicas son consideradas como verdaderas obras maestras, mas tarde en ABC y la revista Blanco y negro, que dirigió durante muchos años. Viajó como enviado especial por casi todos los países del mundo. Periodista, poeta, autor dramático y novelista, obtuvo numerosos premios de Literatura: Nadal de Novela (1956), Teatral de Autores (1962), Insula de poesía (1952) Periodismo González Ruano (1977), ensayo, etc.. Como otros genios de la literatura, traspasa en sus obras la frontera artificiosa de los géneros literarios y entremezcla en ellas el ensayo, la poesía, la novela, el teatro, artículos periodísticos, etc.. De su prolífica obra literaria destacan: «Vida y misterio de Jesus de Nazaret», y los libros de Razones: «para vivir», «para la esperanza», «para la alegría», «para el amor», «desde la otra orilla» .. que recogen muchos de los artículos periodísticos publicados, que son seguidos semanalmente por multitud de lectores… Basados en hechos reales y cotidianos de la vida, constituyen una manera singular, a modo de parábolas, que tratan de dar una respuesta de esperanza al dolor humano, utilizando para ello un lenguaje sencillo, transparente y a la vez hondo, al alcance del «hombre de la calle», que somos todos. En ellos también expone y acerca la esencia y el pensamiento de numerosos autores que han influido en su vida. José Luis Martín Descalzo, padecía una grave enfermedad cardiaca y renal, que le obligó a estar sometido a diálisis muchos años, en los que tuvo a su lado como angel custodio a su hermana Sor Angelines, durante ese tiempo escribió muchas de las mejores paginas de su prolífica obra, además de continuar interviniendo en televisión y escribiendo artículos en prensa. Vivió en todo momento sin dejar de sembrar esperanza y vida hasta su muerte en Madrid, el 11 de junio de 1991. Su testimonio y su obra permanecen vivos, extendiéndose hoy su semilla por todo el mundo.
En la muerte de mi padre
“Y entonces vio La Luz. La Luz que entraba
Por todos los rincones de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir solo es morir, morir se acaba,
morir es una hoguera fugitiva
es abrir una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba
Dejar ya de sufrir y hacer preguntas
Ver el amor sin enigmas ni espejos
descansar y vivir en la ternura
Tener La Luz, La Paz, la casa juntas
Y ver, dejando los dolores lejos
la vida plena tras la noche oscura”
( M. Descalzo )
José Luis Martín Descalzo – Carta a Dios
Gracias. Con esta palabra podría concluir esta carta, Dios o, “amor mío”. Porque eso es todo lo que tengo que decirte: gracias, gracias. Si desde la altura de mis cincuenta y cinco años vuelvo mi vista atrás, ¿qué encuentro sino la interminable cordillera de tu amor? No hay rincón en mi historia en el que no fulgiera tu misericordia sobre mí. No ha existido una hora en que no haya experimentado tu presencia amorosa y paternal acariciando mi alma.
Ayer mismo recibía la carta de una amiga que acaba de enterarse de mis problemas de salud, y me escribe furiosa: «Una gran carga de rabia invade todo mi ser y me rebelo una vez y otra vez contra ese Dios que permite que personas como tú sufran». ¡Pobrecilla! Su cariño no le deja ver la verdad. Porque –aparte de que yo no soy más importante que nadie– toda mi vida es testimonio de dos cosas: en mis cincuenta años he sufrido no pocas veces de manos de los hombres. De ellos he recibido arañazos y desagradecimientos, soledad e incomprensiones. Pero de ti nada he recibido sino una interminable siembra de gestos de cariño. Mi última enfermedad es uno de ellos.
Me diste primero el ser. Esta maravilla de ser hombre. El gozo de respirar la belleza del mundo. El de encontrarme a gusto en la familia humana. El de saber que, a fin de cuentas, si pongo en una balanza todos esos arañazos y zancadillas recibidos serán siempre muchísimo menores que el gran amor que esos mismos hombres pusieron en el otro platillo de la balanza de mi vida. ¿He sido acaso un hombre afortunado y fuera de lo normal? Probablemente. Pero, ¿en nombre de qué podría yo ahora fingirme un mártir de la condición humana si sé que, en definitiva, he tenido más ayudas y comprensión que dificultades?
Y, además, tú acompañaste el don de ser con el de la fe. En mi infancia yo palpé tu presencia a todas horas. Para mí, tu imagen fue la de un Dios sencillo. Jamás me aterrorizaron con tu nombre. Y me sembraron en el alma esa fabulosa capacidad: la de saberme amado, la de sentirme amado, la de experimentar tu presencia cotidiana en el correr de las horas. Hay entre los hombres –lo sé– quienes maldicen el día de su nacimiento, quienes te gritan que ellos no pidieron nacer. Tampoco yo lo pedí, porque antes no existía. Pero de haber sabido lo que sería mi vida, con qué gritos te habría implorado la existencia, y ésta, precisamente, que de hecho me diste.
Supongo que fue absolutamente decisivo el nacer en la familia que tú me elegiste. Hoy daría todo cuanto después he conseguido solo por tener los padres y hermanos que tuve. Todos fueron testigos vivos de la presencia de tu amor. En ellos aprendí –¡qué fácilmente!– quién eras y cómo eres. Desde entonces amarte –y amar, por tanto, a todos y a todo– me empezó a resultar cuesta abajo. Lo absurdo habría sido no quererte. Lo difícil habría sido vivir en la amargura. La felicidad, la fe, la confianza en la vida fueron, para mí, como el plato de natillas que mamá pondría, infaliblemente, a la hora de comer. Algo que vendría con toda seguridad. Y que si no venía, era simplemente porque aquel día estaban más caros los huevos, no porque hubiera escaseado el amor. Entonces aprendí también que el dolor era parte del juego. No una maldición, sino algo que entraba en el sueldo de vivir; algo que, en todo caso, siempre sería insuficiente para quitarnos la alegría…
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