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“Comulgar es lo que más me alimenta”. Pepe Rodríguez, de MasterChef España.

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“¿Por qué no se hacen más programas buenos, sanos, atractivos, que los pueda ver un abuelo con su nieto sin ruborizarse, que te enseñen cosas?”

Con 17 años empezó de camarero en El Bohío, la casa de comidas que su abuela fundó en Illescas, con su madre en la cocina. Con veintitantos pasaba sus vacaciones trabajando para los mejores chefs de España; y a los treinta, cuando cogió las riendas de El Bohío, ganó una Estrella Michelin, como la que conquistó en 2010 para su otro restaurante, La casa de Carmen, en Olías del Rey (Toledo).

A Pepe Rodríguez le paran por la calle tanto niños como ancianos, y las redes sociales se frotan las manos con su naturalidad como jurado de MasterChef. La fama le ha llegado con la televisión, pero el éxito profesional se lo ha guisado a fuego lento.

Al recordarle que con 49 años ha ganado el Premio Nacional de Gastronomía y premios al mejor Cocinero del Año, al Mejor Repostero, o al Mejor Empresario, dice que “es literatura”, y prefiere hablar del trabajo bien hecho “día a día”. Sazona la conversación con la naturalidad, la simpatía y la franqueza que han encandilado al público. Este es Pepe Rodríguez en su jugo.

Tiene éxito y fama. ¿Es usted feliz?

Soy igual de feliz que hace cinco años cuando no trabajaba en la tele. Intento ser feliz porque tengo todos los ingredientes para ello.

¿Y cuáles son esos ingredientes?

Que tengo tres hijos maravillosos, estoy felizmente casado, tengo salud y mi gente está bien. Ahora, además, me va bien en el trabajo, pero cuando me iba mal, pues he tenido muy malos momentos, también era feliz porque no lo baso todo en trabajar, ni me va la vida en ser famoso. La gente me ve por la tele, pero yo vivo en mi pueblo, Illescas, voy a mis cosas de toda la vida… He cambiado lo justo.

MasterChef se ha convertido en un fenómeno social. ¿Por qué triunfa?

Es como un plato: muchos ingredientes hacen un todo. Hay mucha gente implicada que quiere hacer un buen producto, que sabe hacer buena tele y que mima el programa. Y hay un poco de suerte: estar en el momento justo, a la hora exacta…

¿Tiene algo que ver que el programa transmita virtudes poco frecuentes hoy en la televisión?

No sé si mis jefas en la productora eran tan listas como para buscarlo, pero lo cierto es que el programa ensalza el sacrificio, el compañerismo, el trabajo, premia al bueno y al que se esfuerza, castiga al que lo hace mal… Al verlo, te preguntas: ¿por qué no se hacen más programas buenos, sanos, atractivos, que los pueda ver un señor de 80 años con su nieto sin ruborizarse, y que te enseñen cosas?

Empezó de camarero y hoy tiene dos Estrellas Michelin. ¿Cómo digiere el éxito para que no se le indigeste?

No me levanto todos los días pensando en qué premio ganar, sino en dar de comer muy bien a quien viene a mi casa. Y en hacerlo mejor cada día. Recojo los reconocimientos porque son para todo el equipo, pero me dura un minuto el ego de pensar que soy alto y guapo. Al minuto y medio sé que mi éxito es estar aquí, a gusto con mi gente, y querernos como somos. Y eso no es una meta, eso se trabaja día a día.

¿Por qué cambiaría sus Estrellas?

Por cualquier cosa que valiera la pena. Si mañana quiebra Michelin, ¿Qué hago? ¿No doy de comer? ¿Se me va la sonrisa? ¡Qué va! Aquí estamos para divertirnos y divertir a la gente, no para ganar premios.

¿Qué pasó en el instituto para que dejase de estudiar con 17 años?

En el colegio yo era muy buen estudiante, pero al llegar al instituto me perdí. Estaba todo el día jugando al baloncesto, faltaba a clase… Nunca había suspendido nada y en primero de BUP ¡suspendí cinco! Para mí fue un trauma, porque me vi perdedor. Fue una época muy mala.

¿Y cómo salió de ella?

Mi hermano y yo no éramos los estudiantes más avezados de la zona, así que cuando él estaba en COU y yo en 2.º de BUP, dejamos de estudiar y nos pusimos a trabajar en el restaurante. En mi casa no me orientaban, porque no sabían. Yo veo a mi mujer pendiente de mis hijos y es maravilloso, porque eso les permite vivir al margen del restaurante. Pero nuestra vida giraba en torno a la cocina, que es lo más jorobado del mundo, y mi casa era un caos. Feliz, pero un caos.

Dice que se perdió; sin embargo, empezó a compaginar el restaurante con ayudar a toxicómanos…

Eso fue después de un Cursillo de Cristiandad. Cuando salía con mis amigos por Illescas, muchas noches veía a don José Soriano, uno de esos maestros de la vieja escuela, que alternaba con yonquis. Me admiraba ver a ese hombre de 65 años ayudando a toxicómanos, así que tras hacer un Cursillo, me lo crucé un día y le dije que quería echarle una mano. Estuvimos años ayudando a jóvenes que estaban enganchados a todo, e hicimos cosas importantes para ellos.

Esa es una experiencia de las que marcan la vida. ¿Qué aprendió?

Don José tenía una fe muy grande, lo dejaba todo en manos de Dios. Decía: “El Señor nos ha metido en esto y Él nos sacará. Hay muchas cosas que hacer, así que no te pongas a filosofar. Ponte a lo que hay que hacer y confía en Él”. Eso es una escuela de vida.

¿Por qué le impactó tanto aquel Cursillo de Cristiandad?

Siempre he sido un cristiano de misa de 12 y vermú, pero un Cursillo es algo muy potente. En esos tres días me di cuenta de lo que significa ser cristiano y de quién es Dios.

¿Y quién es Dios para Pepe?

Es la fuerza, el motor de todo. El que te hace estar en lo bueno, en lo malo y en lo regular. No sé si a veces me quedo demasiado detrás y no explico que soy cristiano, pero es que no me veo dando explicaciones, sino demostrándolo en lo que hago.

¿Se sorprenden al verlo en misa?

En Illescas no. Solo cuando voy fuera. Llevo toda la vida yendo a misa y me reconozco dentro de la Iglesia.

Acostumbrado a comer bien, cuando comulga, ¿cómo le alimenta?

Como ninguna otra cosa. Comulgar es lo que más me alimenta. A veces hay gente que, después de comer, me dice: “Me has emocionado, casi levito”. Y yo pienso: “Este es tonto”. A mí me encanta comer y lo he hecho en los mejores restaurantes, pero nunca me he emocionado al comer. Y al comulgar, sí. El alimento espiritual no tiene comparación.

Aunque el carnal tiene mejor prensa.

Desde luego. A muchos cristianos, a mí el primero, nos cuesta decir que soy un poco más feliz por lo que creo. El mundo de la tele es Babel, y Sodoma y Gomorra, y a veces me cuesta mostrarme, así que prefiero actuar. En ciertos ambientes, si explicas las cosas no se entienden, pero el ejemplo la gente lo capta. No hay una única manera de evangelizar.

Su rutina implica muchas horas en el trabajo. ¿Cómo lo lleva su familia?

Mi familia es lo más bonito del mundo. Mi mujer se llama Mariví, y mis hijos, María (14 años), Jesús (12), y Manuela (8). La rutina es dura, pero hay que llevarla. Tengo que buscar muchos momentos e intento que la calidad compense la cantidad.

¿Se puede sostener su trabajo sin un matrimonio bien avenido? 

Yo veo matrimonios que llevan una vida más llevadera, y que se separan. ¿Cuál es la clave? Nosotros nos entendemos y, además de la familia, hay un amor que nos une mucho.

¿Cómo cuida a Mariví?

De la forma más normal. Ella siempre dice que soy seco, y es verdad, porque me cuesta ser cariñoso. A mi hija María, por ejemplo, a veces le hablo demasiado duro y mi mujer me echa la bronca. Como padre, muchas veces no sé actuar y digo: “Dios mío, échame una mano porque hago lo mejor que sé, y no atino”.

¿Cómo llevan sus hijos la fama?

La mayor, mal, porque le ha pillado en esa edad en que los chavales le dicen “mira tu padre cómo come, lo que dice, lo que hace…”. Ella es una chica maravillosa, pero esos comentarios hacen que le cueste confiar en sí misma. El mediano a veces me lo critica y a veces le viene bien; y la pequeña, encantada porque cree que su padre es famoso y está feliz de decirles a sus compañeros que su padre va a ir al cole a hacerles una tarta.

¿Por qué se inspira en lo tradicional?

Está de moda lo exótico, pero me parece más atractivo ser local. Estoy hasta las narices del ceviche, del cordero con quinchi… que está muy rico, y con mis hijos voy a chino-japo-peruanos, pero no lo quiero para mi restaurante. Se pueden dar muchas vueltas a lo de siempre. España es un país gastronómico y maravilloso.

Tiene dos restaurantes y además viaja mucho. ¿Le cuesta delegar?

Mucho. Pero la tele me ha servido para mejorar porque antes casi no delegaba y ahora me he dado cuenta de que sin equipo, no soy nadie. Además, dar responsabilidades a los demás es buenísimo, porque así cogen protagonismo y crecen.

¿No teme que surja alguien de su equipo que le haga sombra?

Hay tantos mejores que yo que uno más no me iba a quitar el sueño (ríe). Cortar las alas a alguien que va a ser bueno es de cobardes, y en la vida estamos para superarnos y para ayudar a que los otros se superen.

¿Qué quiere decir para terminar esta entrevista?

Que en este mundo estamos de paso. Hay que esforzarse por hacer las cosas bien, pero todo se va a quedar aquí. Relativicemos lo mundano. Lo primero, la familia. Pero lo demás, la fábrica, la cocina, los estudios… relativicemos. Que los nietos quieran a los abuelos y los abuelos a los nietos. Que se quieran.

Fuente: Revista Misión. José Antonio Méndez.

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Sacerdote católico y agustino (OSA). Pedagogo, educador, evangelizador digital. Aljaraque (Huelva) España. Educación: Universidad Pontificia Comillas.
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