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Aprender a mejorar la vida. El buen uso de las redes, diseñadas para ser adictivas.

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Gestionar bien las emociones en todas las edades.

«Cuando comprendes cómo funciona tu mente, cuando aprendes a gestionar tus emociones y enseñas a tus hijos a gestionarlas de forma correcta, les estás impulsando para que les pasen cosas buenas. El cerebro es plástico, crece, cambia, se modifica según el entorno, el cariño y la actitud. Aprender de estos temas ayuda a mejorar nuestra vida. Además, podemos aprender a ser felices, o lo más parecido a la felicidad que se alcanza en la tierra. Los estudios respaldan esta teoría, y cuanto antes enseñas a tus hijos, más probabilidades tienes de que tu hijo se enfrente a la vida de la mejor manera posible»

Marian Rojas Estapé.

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Marta Peirano y la economía de la atención: «Somos menos felices y menos productivos que nunca porque somos adictos».

«Te ha llegado un correo, un mensaje, un hechizo, un paquete. Hay un usuario nuevo, una noticia nueva, una herramienta nueva. Alguien ha hecho algo, ha publicado algo, ha subido una foto de algo, ha etiquetado algo. Tienes cinco mensajes, veinte likes, doce comentarios, ocho retuits. Hay tres personas mirando tu perfil, cuatro empresas leyendo tu currículum, dos altavoces inalámbricos rebajados, tres facturas sin pagar. Las personas a las que sigues están siguiendo esta cuenta, hablando de este tema, leyendo este libro, mirando este vídeo, llevando esta gorra, desayunando este bol de yogur con arándanos, bebiendo este cóctel, cantando esta canción.»

Así rapta tu cerebro, tu voluntad, tus horas de sueño, de amor y de paseo «la economía de la atención» de la que habla la periodista española Marta Peirano en su último libro revelador: El enemigo conoce el sistema.

Así también sus dueños se enriquecen, como cuenta en sus páginas. Y tienen trabajando a los mejores cerebros del mundo para aumentar las ganancias mientras les entregamos todo. «El precio de cualquier cosa es la cantidad de vida que ofreces a cambio», dice.

Desde los noventa, en que descubrió la escena Hacker en Madrid, hasta hoy, no ha dejado de mirar la tecnología con ojo agudo, crítico y pensante. Su libro relata desde los inicios libertarios de la revolución digital hasta su temible y potencial dictadura, que avanza a pasos agigantados, sin que nos demos mucha cuenta.

Marta Peirano es una de las protagonistas de los diálogos del Hay Festival Cartagena.

Dices que la economía de la atención nos roba horas de sueño, de descanso, de vida social, ¿cómo la explicarías?

La economía de la atención o el capitalismo de vigilancia gana dinero consiguiendo nuestra atención. Es un modelo de negocio que depende de que instalemos sus aplicaciones, para tener un puesto de vigilancia en nuestras vidas. Puede ser una smart tv, un móvil en el bolsillo, un altavoz inteligente, una suscripción a Netflix, a Apple.

Y quiere que las uses el mayor tiempo posible, porque así estás generando datos que los hacen ganar dinero. Mientras más generas, más valioso es su banco de datos.

¿Qué datos se generan mientras veo una serie, por ejemplo?

Netflix tiene muchos recursos para lograr que en vez de ver un capítulo a la semana, como hacíamos antes, veas toda la temporada en una maratón. Su propio sistema de vigilancia sabe cuánto tiempo pasamos viéndola, dónde la paramos para irnos al baño o hacernos la cena, cuántos episodios somos capaces de ver antes de quedarnos dormidos. Eso les ayuda a refinar su interfaz.

Si llegamos al capítulo cuatro y nos vamos a la cama, saben que es el punto de desconexión, entonces llaman a 50 genios para que lo resuelvan y en la siguiente serie nos quedemos hasta el capítulo siete.

¿Los mayores cerebros del mundo trabajan para lograr que perdamos la voluntad?

Todas las aplicaciones que existen se basan en lo que hasta ahora era el diseño más adictivo, el de las tragaperras (tragamonedas) que hace que un sistema produzca la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados en el menor tiempo posible. En la industria del juego se llama event frequency. Cuanto más alta es la frecuencia, más rápido te enganchas, pues es un loop de dopamina.

Cada vez que hay un evento, te da un chute de dopamina, cuantos más acontecimientos encajas en una hora, más chutes, que es lo que te genera adicción.

¿Cada tweet que leo, cada posteo de Facebook que llama mi atención, cada persona de Tinder a la que doy like, es un evento?

Son eventos, y en la psicología del condicionamiento existe el condicionamiento de intervalo variable, en el que no sabes lo que va a pasar. Abres Twitter y no sabes si vas a retwittear y te vas a convertir en la reina de tu pandilla durante los próximos 20 minutos.

El que no sepas si vas a tener premio, castigo o nada, hace que te enganches más deprisa.

La lógica del mecanismo provoca que sigas intentando, para entender el patrón. Y cuanto menos patrón hay, más se atasca tu cerebro y sigue, como las ratitas de las cajas de Skinner, que fue quien inventó el condicionamiento de intervalo variable. La rata le da a la palanca de manera obsesiva, tanto si sale comida como si no.

Los adultos pueden entenderlo, pero ¿qué pasa con los niños que llegan a tener síndrome de abstinencia cuando no están enganchados a Instagram, YouTube, Snapchat, Tik Tok?

Las redes sociales son como máquinas tragaperras, que están cuantificadas en forma de likes, de corazones, de cuánta gente ha visto tu post y genera una adicción especial, porque es lo que dice tu comunidad, si te acepta, si te valora. Cuando esa aceptación, que es completamente ilusoria, entra en tu vida, te vuelves adicta, porque estamos condicionados para querer encajar en el grupo, nuestra vida depende de que se nos acepte y se nos valore.

Han conseguido cuantificar esa valoración y convertirla en un chute de dopamina. ¿Se enganchan los niños? Más rápido que nadie y no es que no tengan fuerza de voluntad, es que ni siquiera entienden por qué puede ser malo para ellos.

No dejamos que nuestros hijos beban Coca Cola y coman gominolas, porque sabemos que el azúcar es dañino, pero les damos pantallas para que se entretengan, porque así no tenemos que interactuar con ellos.

¿Y qué podemos hacer?

Interactuar con ellos. Un niño que no tiene una pantalla se aburre. Y un niño aburrido, molesta, si tú no estás dispuesto a interactuar con tu hijo, porque a lo mejor prefieres estar haciendo otras cosas.

¿Mirando tu propia pantalla, por ejemplo?

Vemos familias enteras pegadas al móvil y lo que está pasando es que cada uno está gestionando su propia adicción. Todo el mundo sabe que las tragaperras son malas, que la heroína es mala, pero con Twitter, con Slack, con Facebook, no lo saben, entre otras cosas, porque también se han convertido en herramientas de productividad.

Entonces yo, que soy periodista, cuando veo el Twitter es porque necesito estar informada. La peluquera en el Instagram estará mirando cómo se lleva el pelo, hay una excusa para todos.

La adicción es la misma, pero cada uno juega distinto y nos decimos que no es una adicción, sino que estás al día y que eso aumenta tu productividad.

¿Nos podríamos calificar como adictos tecnológicos?

No somos adictos a la tecnología, somos adictos al chute de dopamina que ciertas tecnologías han infiltrado en sus plataformas. Esto no es un accidente, es deliberado.

Hay un señor que da clases en Stanford a quienes montan startups para generar ese tipo de adicción.

Hay consultores en el mundo que van a las empresas para explicar cómo provocarla. La economía de la atención utiliza la adicción para optimizar el tiempo que pasamos delante de las pantallas.

Esto también ocurre con la comida, como cuentas en el libro, nos manipulan con los olores, los ingredientes y nos culpamos por carentes de voluntad y de auto control…

Es casi un ciclo de maltrato, porque la empresa contrata a 150 genios para crear un producto que te produce adicción instantánea.

Te hackean el cerebro para que la combinación exacta de grasa, azúcar y sal le genere bienestar, pero como no aporta nutrición a cuerpo, nunca se te pasa el hambre y tienes una especie de cortocircuito: tu cerebro te está diciendo dame mas, esto es bueno, pero el resto de tu cuerpo dice tengo hambre.

Como el anuncio de Pringles, «Once you pop you can’t stop», (Cuando haces pop, ya no hay stop) lo cual es absolutamente cierto, porque abro un frasco y hasta que no me lo he comido entero, no puedo pensar en otra cosa.

Luego ellos te dicen, bueno, esto es porque tú eres un gocho, tienes gula. ¡El pecado de la gula!. Como no sabes controlar, te voy a vender un producto que puedes comer y comer y no te va a engordar, los yogures cero, la Coca-Cola zero. Ganan por todos lados y la culpa es parte de ese proceso. Ahora mismo en Silicon Valley hay un montón de gente que hace aplicaciones para que pases menos tiempo usando las otras aplicaciones. Ése es el yogur.

Esta toma de conciencia, de comprender cómo funciona, ¿ayuda?, ¿es el primer paso?

Pienso que sí y también darte cuenta de que tu adicción no tiene que ver con el contenido de las aplicaciones.

No eres adicto a las noticias, eres adicto al Twitter, no eres adicto a la decoración de interiores, eres adicto al Pinterest, no eres adicto a tus amigos ni a sus maravillosos hijos cuyas fotos postean, eres adicto al Instagram.

La adicción la genera la aplicación y cuando lo entiendes, empiezas a verlo de otra manera. No es falta de voluntad, están diseñadas ofrecerte loops de dopamina, que te dan una satisfacción inmediata y te arrastran de cualquier otra cosa que no te la da, como por ejemplo jugar con tu hijo, pasar un rato con tu pareja, irte al campo o terminar un trabajo, que requieren una curva, porque hay satisfacción, pero no es inmediata.

De todo lo que cuentas, manipulaciones, vigilancia, adicciones, ¿Qué es lo que más te atemoriza?

Lo que más me preocupa es la facilidad con la que se convence a la gente de que renuncie a sus derechos más fundamentales y que llegue a decir ¿a quién le importan mis datos?, ¿a quién le importa dónde he estado? cuando hace 40 años había gente muriendo por el derecho a reunirse con otros, sin que el gobierno supiera quiénes eran, por el derecho a tener conversaciones privadas en la intimidad, o el derecho de que tu empresa no sepa si en tu familia hay un enfermo de cáncer.

*Esta entrevista es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena 2020, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana entre el 30 de enero y el 2 de febrero.

Fuente: BBC.

Marian Rojas: “Saldremos de esto con más empatía y compasión”.

La psiquiatra visita todos los sábados Fin de Semana de COPE para atender consultas de los oyentes.

Marian Rojas, la autora de “Cómo hacer que te pasen cosas buenas”, viene todas las semanas para dar unos consejos a todos los que están en cuarentena y, como ella dice “porque las personas están sufriendo unos procesos en el cerebro muy específicos”.

A propósito de lo que tenemos que aprender del coronavirus, Marian comenta “que a todos nos pide algo el coronavirus, a todos ha venido a decirnos algo. La gran mayoría de la población y los médicos” para todos el virus tiene un significado. “Ha llegado un momento en el que el ser humano ha podido parar a pensar. Es un momento en el que la gente ha tenido tiempo para darse cuenta de que solo vivía para el trabajo, que se ha dado cuenta de que no sabía tratar a sus hijos, gente que yo conozco que ha empezado a conocer a sus hijos adolescentes y ha empezado a hablar con ellos”. Hemos pasado de pensar que somos inmortales y “hemos pasado a darnos cuenta de lo que de verdad importa”.

Continúa Marian Rojas con una reflexión. “Vi un anuncio en el que la gente se reunía y pensaba que si volveremos a la normalidad con esas ganas de hacer cosas buenas. Creo que todos estamos deseando tratar bien a la gente”. Marian extrapola este nuevo sentimiento de empatía a temas donde antes éramos más indiferentes. “Ahora vemos a los refugiados de otra manera, porque nosotros estamos sufriendo muchísimo con esto”. Hay maneras en las que sobrellevar este miedo y esta incertidumbre, aporta la psiquiatra, “y es estar unidos, y ese estar unidos contra esto con empatía y compasión, para ponernos en el lugar del otro e intentar apoyar al otro”.

Ha respondido a preguntas de los oyentes de problemas que se hayan podido tener estos días con la comida, con esa necesidad que te hace asaltar la nevera continuamente. “Entre que hicimos una compra como si fuese a acabarse el mundo y, de repente, ves tu nevera con un volumen que no estás acostumbrado a ver y te entra un hambre feroz. Tiene que haber un horario, porque muchas veces tu alegría, cuando estás encerrado en casa, es acercarte a la nevera y comer. Lo más importante es orden, de esta a hora no se come y poner un horario de comidas, aunque haya algún momento excepcional”. Y da tres consejos: “Hay que seguir cuidándonos tanto, mantener ratos de silencio que mejora nuestro sistema inmunológico y hacer todos los días algo de ejercicio”.

Todas las semanas Marian Rojas está en Fin de Semana para atender las consultar de los oyentes.

El silencio refuerza el sistema inmunológico.

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Sacerdote católico y agustino (OSA). Pedagogo, educador, evangelizador digital. Aljaraque (Huelva) España. Educación: Universidad Pontificia Comillas.
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