Casos de India, Australia y de Occidente.
Religión en libertad. Texto: Nico Spuntonis / InTerris.it
Prohibir la confesión. Esta es la chocante propuesta que llega desde la India, presentada por la «Comisión Nacional para las Mujeres» que, en el informe escrito por su presidenta, Rekha Sharma, recomienda al ministerio del Interior que tome medidas para abolir lo que es definido como «una costumbre».
La petición avanzada por la comisión al poder central de Nueva Delhi está motivada por dos casos de crónica en los que son protagonistas dos religiosos que supuestamente habrían chantajeado psicológicamente a dos mujeres aprovechándose de su papel de confesores.
La supuesta incorrección de los dos sacerdotes corre el riesgo de ser utilizada como una maza ideológica contra la fe de casi veinte millones de personas.
El cardenal de Bombay: «Violaría la libertad religiosa»
Contra la propuesta de la agencia gubernamental se ha alzado la voz del cardenal Oswald Gracias, presidente de la Conferencia Episcopal del país. “Una medida como esta -ha dicho el arzobispo de Bombay-, sería una violación directa de nuestra libertad religiosa, garantizada por la constitución de la India«.
También Mons. Soosa Pakiam, presidente del Consejo de los obispos de Kerala, el estado donde habrían tenido lugar los supuestos hechos criminales, ha dicho que la noticia de la petición enviada por Rekha Sharma ha sido un “golpe no sólo para la comunidad india, sino también para todos lo que defienden la libertad religiosa» y ha atacado a la comisión que ella preside por “abusar de sus poderes presentando una relación unilateral e irresponsable que tiene segundas intenciones”. El obispo indio se ha dirigido al secretario de la Comisión nacional para las minorías con el fin de plantear los temores de la Iglesia ante dicha situación.
Australia: ¿ley para violar el secreto de confesión?
Las malas noticias que llegan de la India se unen a las recientes que llegan de un país occidental como Australia, donde la asamblea legislativa ha aprobado hace pocas semanas una ley que obliga a los sacerdotes a violar el secreto de confesión en los casos de abusos. Una medida que, además de ser profundamente irrespetuosa con la libertad religiosa, difícilmente podrá alcanzar el fin para que el que ha sido aprobada.
De hecho, como se ha preguntado el arzobispo de Canberra y Goulburn, Christopher Prowse, “¿qué acosador sexual se confesará con un sacerdote si sabe que este puede denunciarle?».
La historia de la Iglesia está llena de sacerdotes que, con tal de no traicionar el sello sacramental de la confesión, no han tenido miedo de enfrentarse a la muerte. El ejemplo de mártires como San Mateo Correa Magallanes, torturado y asesinado por no haber querido revelar lo que le habían dicho en confesión algunos combatientes cristeros durante la revolución antieclesial de los años veinte en México, debe servir de ejemplo a todos los católicos del mundo para que rechacen las injerencias discriminatorias de comisiones estatales y órganos legislativos.
La historia enseña que al poner en discusión la inviolabilidad de un secreto sacramental a golpe de leyes se acaba abriendo, inevitablemente, una fase de persecución contra la fe.
Es paradójico, por tanto, que una medida que va en esta dirección sea aprobaba precisamente en Australia, un país en el que, a quien pide el visado de entrada, se le hace firmar una declaración de los valores nacionales en los que se incluye, bien visible, una mención acerca de la “libertad religiosa”.
La confesión en el mundo contemporáneo
La ley australiana y la propuesta india demuestran como el de la reconciliación es, de todos los sacramentos, el más atacado. Con toda probabilidad la causa es que es el sacramento más difícilmente conciliable con el mundo contemporáneo, el más incomprensible para la mentalidad moderna.
El hombre contemporáneo, inmerso en la “dictadura de la palabra”, de la que habla el cardenal Sarah en su libro La fuerza del silencio, parece haber perdido el sentido del pecado. Como decía Pío XII, precisamente en esto consiste el pecado más grande en la actualidad. Se ha debilitado, por no decir extinguido del todo, su percepción en la conciencia de los hombres.
Los creyentes no son una excepción: es un riesgo recurrente la tentación de prescindir de la importancia de la culpa, de dejarse contagiar por el virus del relativismo que lleva al hombre a considerarse árbitro supremo de la propia conducta moral. En un contexto como este, es inevitable que la confesión acabe siendo percibida como un anacronismo.
Algunos estudios recientes, como el de Aldo Maria Valli titulado C’era una volta la confessione (Érase una vez la confesión), analizan y fotografían una situación de gran desafección en lo que atañe a este sacramento. Una crisis de la que fue muy consciente san Juan Pablo II el cual, comprendiendo su importancia, quiso dedicar a este tema un sínodo y una exhortación apostólica en 1984 (lea lo que decía Juan Pablo II).
El valor de la reconciliación
Y, sin embargo, es en la confesión donde se experimenta la misericordia de Dios, como ha subrayado el Papa Francisco. Durante su pontificado, Francisco ha insistido mucho en querer poner el sacramento de la confesión, de nuevo, en el centro de la vida de la Iglesia. Lo ha hecho con su magisterio (definiéndola una “curación para el alma y el corazón”), con iniciativas solemnes, como la proclamación del Jubileo extraordinario de la misericordia y, también, con su ejemplo personal, el método que él privilegia para lanzar mensajes.
Lo hemos visto arrodillado detrás de una rejilla en la Basílica de San Pedro, confesando a decenas de chicos y chicas en la JMJ de Río y en otras ocasiones.
La Iglesia, por otra parte, atribuye un papel crucial a este sacramento porque constituye la prueba del hecho que ella es el “Cuerpo viviente de Cristo en el mundo”, citando la palabras utilizadas por el cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor, en un encuentro que tuvo lugar en Altötting, en 2016, sobre este tema.
La confesión para los otros cristianos
Es necesario recordar también que no nos debemos acercar al confesionario como si fuéramos a hablar con un amigo o, peor, como si fuéramos a tener una sesión con el psicólogo. El entonces cardenal Ratzinger, en su célebre Informe sobre la fe, nos recuerda como, en ese momento, la autoridad del sacerdote de absolver los pecados desciende de Dios, no de él. “El ’yo’ que dice ’te absuelvo’ -escribe Ratzinger-, no es el de una criatura, sino que es directamente el Yo del Señor”.
Para el catolicismo, el sacramento de la penitencia encuentra fundamento en el Evangelio, en el pasaje en el que los Apóstoles reciben el Espíritu Santo por parte de Cristo y, con Él, el poder divino de perdonar los pecados.
Tanto la Iglesia católica como la ortodoxa comparten la confesión, aunque para la segunda el sacramento no tiene ningún efecto expiatorio. Otra diferencia es el papel del confesor: a diferencia de los católicos, los ortodoxos tienen un padre espiritual, es decir, un sacerdote específico que puede ser considerado el instrumento con el que Dios ejerce la que es una verdadera “terapia del alma”. Lutero, en cambio, cuestionó el fundamento escritural de la penitencia y, con su doctrina de la justificación sólo por la fe, sostuvo que la salvación de las almas puede llegar sólo como don concedido “gratuitamente” por Dios, sin necesidad de confesiones o indulgencias, su blanco principal.
Las oposiciones del padre de la Reforma llevaron a la Iglesia católica a reaccionar en el Concilio de Trento con un decreto específico en defensa del sacramento de la penitencia, en el que se replicaba citando también los pasajes evangélicos en los que Cristo lo concedía a Pedro y a los Apóstoles. Los teólogos tridentinos confirmaron, por consiguiente, la centralidad de la confesión para la Iglesia, una exigencia especialmente relevante después de las tesis de Lutero.
Una etapa necesario en el camino
Quien hoy es llamado a emprender un camino de fe debe afrontar, precisamente, el desafío de adquirir de nuevo la conciencia del propio estado de pecado, de la necesidad de penitencia y del beneficio que puede venir de una absolución individual.
Por otra parte, el cardenal Carlo Maria Martini recordaba como “la conversión del corazón no es una realidad sencilla, puntual, sino que incluye etapas que no se pueden desatender o evitar según a uno le plazca”.
Y el sacramento de la reconciliación no es una etapa que una persona se puede permitir evitar, también porque la confesión no es en absoluto una constricción. Un concepto que Benedicto XVI expresó de manera magistral en un discurso sobre el tema dirigido, precisamente, a los sacerdotes penitenciarios en 2011: el “Papa teólogo” subrayó su valor pedagógico, tanto para el sacerdote como para el penitente. De hecho, quien absuelve tiene la posibilidad de “contemplar la acción de Dios misericordioso en la historia”. Quien se confiesa, en cambio, es educado “a la humildad del reconocimiento de la propia fragilidady, al mismo tiempo, a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza que la Gracia divina puede transformar la vida”.