¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Me gustaría empezar con estas palabras de las Confesiones de San Agustín porque ejemplarizan mejor que ninguna lo que ha sido mi vida, un llegar tarde a muchos sitos, por lo menos a uno, el más importante.
Creo que llegue tarde al bautizo, con unos tres años, e hice la comunión con unos 18, solo con un sacerdote en una vieja capilla. Pero en la pintura llegue muy pronto, y ese es el Ferrari que Dios me regalo, el gran don de la pintura. Pero como todo automóvil potente en manos de un mal conductor termina por ser un peligro, para uno y para los demás; yo cumplí esa máxima. Me refiero a la ingente cantidad de popularidad y dinero que me reportaría la pintura desde bien temprano, lo cual no hizo más que agrandar un gran ego y afición por gastar el dinero en toda clase de vicios para intentar tapar una cosa que tenía en el pecho, y que no era más que, un vacío en mi corazón. Un pozo sin fondo que nunca conseguía saciar, ni el alcohol, las mujeres, ni los lujos, ni los éxitos en la pintura…nada…nada saciaba ese vacío.
Un problema de dislexia en mi infancia me ayudó a refugiarme en mi mundo, y ese mundo no fue otro que la pintura, buscaba desesperadamente la belleza a través de mis pinceles, la cual, creía encontrar una y otra vez, pero siempre se desvanecía como agua entre mis dedos. Llegue a ganar premios internacionales de pintura y hace un par de años ser finalista del premio Reina Sofía, y no solo una vez, sino dos. Pero todo era en vano. ¿Qué me pasaba, por qué no disfrutaba de la vida si tanto me estaba regalando?
La respuesta la encontré el día que cayó en mis manos un libro que se llamaba las Confesiones de San Agustín, solo puedo decir que lloré a lagrimas vivas leyendo aquel libro, ¿cómo podía ser, que aquel santo siglos antes me estuviera narrando mi propia angustia, mi propia búsqueda infructuosa de la belleza?
Pero así fue, san Agustín buscaba y encontró a Jesús, la suma belleza y yo al final la encontraría también. Solo puedo decir, que ahora soy seminarista en el Seminario de Huelva, y que lejos de todos los lujos y placeres que tanto daño me hicieron buscando en ellos la belleza, ahora son solo un fugaz recuerdo de mi juventud. Hoy puedo decir a viva voz, que de mi vacío solo queda una bella imagen de Jesús, yo me dejé pintar como un lienzo en blanco y Él pinto su obra en mí, ¡sentirme hijo amado de Dios!
En resumen, hoy vivo con poco ¡y soy feliz! dejándome hacer por Dios, y el “Ferrari” que un día me regaló me lo ha devuelto, pero más bello y potente que nunca y lo más importante, sabiendo cómo y hacia donde conducir mi vida, que si Dios quiere será a ser un día sacerdote, pero un sacerdote que pinte en el alma de las personas la imagen de Jesús, esa Belleza que tanto buscaba san Agustín y que yo también encontré.
Manuel Higuera – Huelva