(Institución Teresiana). El 5 de febrero de 2018 se cumplieron 20 años de la muerte del Cardenal Eduardo Pironio. A modo de homenaje publicamos unas reflexiones suyas hechas en Roma, el 24 de mayo de 1991, en Poggio Mirteto, Roma, Italia.
El camino de Emaús
A mi me gusta mucho meditar sobre ese camino. Me gusta contar a los demás mis propias reacciones frente a este camino. Camino de desesperanza que se convierte, de pronto, en un camino de esperanza compartida, proclamada. Un camino de desesperanza de aquellos discípulos que van entristecidos – dice el texto de Lucas – y que se van contagiando mutuamente la desesperanza. Después se encuentran con el Señor y corren. El texto dice que volvieron enseguida para contagiar, compartir la esperanza con los otros once que habían quedado en el Cenáculo.
Vean que la Resurrección del Señor es la gran explosión de esperanza, es el fundamento de nuestra esperanza. Sin embargo, los discípulos de Emaús caminaban en la desesperanza. Desesperanza contagiada porque van hablando de esas cosas entre los dos con aire entristecido, dice el evangelista.
Una esperanza que se enciende cuando lo reconocieron al partir el pan. Corren a compartir esa esperanza. Yo quisiera que en ustedes haya siempre esa comunicación de esperanza, haya esa proclamación. Ese contagio de esperanza que ciertamente en algunos momentos de la vida puede no darse. Yo suelo pensar: ¡Qué bueno es encontrarnos alguien que nos sepa contagiar, que sepa contagiarnos la esperanza, alguien que encarne a aquel misterioso peregrino que es Cristo!. Alguien que, tal vez sin decir, tal vez sin él saberlo nos vuelve a encender la esperanza. Qué nosotros podamos proclamar y contagiar a los demás.
Cuando uno va por un camino es fácil que si lleva una luz, una antorcha, se le apague. Pero qué bueno si siempre hay alguien a nuestro lado que tenga una cerilla o un fósforo que vuelva a encender esa esperanza que tiende a apagarse. Qué bueno si cada una de ustedes se convierte – no sólo dentro del grupo en el que están, sino con la gente con la que se encuentren en el camino desanimada y triste, gente de nuestros pueblos, nuestros queridísimos pueblos de América Latina que sufren -, en quien re-enciende no una esperanza pasiva o una resignación, sino la verdadera esperanza: Cristo resucitó, vive y va haciendo camino con nosotros.
El peregrino misterioso
Otra reflexión es la historia de este peregrino misterioso. Subrayo las tres actitudes que tiene: la primera actitud es simplemente la de acercarse. Dice el evangelio que se acercó y ellos se detuvieron entristecidos. Entonces les pregunta qué les pasa. Esta es la primera actitud. Si quieren vivir una espiritualidad profunda de encarnación la primera actitud es acercarse, es detenerse, es incorporarse al camino de los demás, ir haciendo el camino con los demás y, a lo mejor, preguntar, hacerles sentir que comprenden que algo está pasando: ¿Qué les pasa?, ¿cuál es el sufrimiento?, ¿cuál el problema? Digo que no es necesario que pregunten, a veces ni se sabe qué está pasando. El Señor se acercó. Esto es muy importante. El se interesó, preguntó.
La segunda actitud del Señor es iluminar la cruz con la Palabra. Empezó a explicarles las Escrituras, desde Moisés pasando por los Profetas. Era necesario que el Cristo pasara por todo esto para llegar a la gloria. Tenemos que iluminar con la Palabra de Dios nuestro camino y hacer que nuestro pueblo vaya descubriendo también, con la Palabra de Dios, la iluminación para su sendero tan difícil, tan doloroso, a veces. Yo diría que en muchos casos, son ellos mismos los que nos enseñan a comprender al Palabra de Dios, son ellos mismos los que nos evangelizan, son ellos mismos los que nos explican la riqueza de la Palabra desde su pobreza y sencillez.
La tercera actitud de Jesús es quedarse y partir el pan. ¿Les habrá partido el pan?, ¿les habrá celebrado la eucaristía? … No nos importa. Sólo sabemos que les partió el pan como signo de comprensión, de amistad y de donación; como signo de que les entendía; como signo de que les reafirmaba su amistad; como signo de donación. Es decir, como pan entregado: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros. Esta es mi sangre derramada …».
Entonces, ellos le reconocieron al partir el pan. ¿Por qué?. Porque ‘Éste’ fue el que se entregó, el que se dio, el que dejó que rompieran su cuerpo con la lanza y derramaran su última gota de sangre.
Qué bueno es encontrar a alguien que sea amigo y que nos reparta el pan; pero qué bueno es también que nosotros nos convirtamos en amigos verdaderos, que sepamos partir el pan del encuentro, de la amistad, del servicio. El pan de la comprensión, de la amistad y de la donación total.
A mí me gusta mucho el pasaje de Emaús. Lo llamo el evangelio de la esperanza: en su primera parte perdida, en su segunda parte encontrada, en su tercera parte comunicada. Es interesante ver cómo se reencuentran las esperanzas.
Ellos volvieron, pero antes de que dijeran nada, los que estaban en el Cenáculo dijeron: “En verdad, resucitó y se apareció a Simón». Recién entonces los dos discípulos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan. Es el instante en el que las esperanzas se reencuentran: las de los Doce [apóstoles] y las de los dos discípulos.