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Agradeció el apoyo y exhortó a todos a seguir comprometidos con la renovación continua de la Orden.

El sábado 6 de septiembre de 2025, durante el sexto día del 188º Capítulo General Ordinario de la Orden de San Agustín (OSA), el Prior General Alejandro Moral Antón dirigió su discurso de despedida a los frailes capitulares, marcando la conclusión de sus 12 años de servicio como Prior General. Comenzó expresando un profundo agradecimiento por su apoyo y exhortó a todos a seguir comprometidos con la renovación continua de la Orden. A continuación, el texto completo de su mensaje.

Un Servicio de Amor: despedida como Prior General de la Orden de San Agustín

Queridos hermanos:

Comienzo estas palabras con el corazón lleno de gratitud y con la profunda conciencia de que todo camino de servicio en la Iglesia nace de un don y encuentra su plenitud en la caridad.

Cualquier autoridad, también la del Prior General y, sobre todo, esta, debe ejercerse siempre como servicio de amor: servicio a Dios, principio y fin de todas las cosas, servicio a la Iglesia, nuestra Madre, en total disponibilidad a sus indicaciones y a sus necesidades; servicio a la Orden en todos y cada uno de los miembros, para que podamos llevar a plenitud la vocación a la cual hemos sido llamados.

Hace doce años, el entonces Superior General de los Jesuitas, P. Adolfo Nicolás, en su reflexión dirigida a los capitulares, nos presentaba ocho desafíos. En mi discurso apenas elegido Prior General de la Orden, me detuve en el primero de ellos, que decía así: «Debéis recuperar los grandes desafíos de la humanidad». Y añadía: «Los religiosos debemos preguntarnos: ¿cómo podemos reducir los sufrimientos de la humanidad? Jesús recorría los caminos del mundo haciendo precisamente esto: curando, escuchando. No existen desafios religiosos. Somos religiosos y por ello estamos cerca de la humanidad desde nuestro ser religiosos. Los desafios de la humanidad son nuestros desafios, como lo fueron los de Cristo. Y concluia diciendo: Debemos recuperar la antigua tradición de las Ordenes religiosas y la razón por la cual surgieron, que fue trabajar por la humanidad».

Habrá que hacer muchas otras cosas, pero si no estamos estructurados, como religiosos y como Orden, desde la compasión, todo lo que hagamos será irrelevante e incluso podrá ser peligroso, porque nos llevará fácilmente fuera de nuestra misión de introducir en el mundo la compasión de Dios.

La COMPASIÓN fue el lema elegido para el discurso inaugural de mi primer sexenio como Moderador Supremo de la Orden.

Roma y la formación

Mi historia personal se entrelaza con la de nuestra familia religiosa. En 1978 llegué a Roma como joven estudiante del curso institucional. En 1983, tras haber obtenido la Licencia en Sagradas Escrituras y el primer curso para el Doctorado, regresé al Seminario de Los Negrales, donde enseñé algunas materias del Nuevo Testamento y donde serví como bibliotecario, ecónomo y maestro de profesos.

¿Qué ha representado Roma para mi? Ha sido una experiencia maravillosa, marcada por el encuentro con padres extraordinarios, algunos de los cuales hoy ya participan de la liturgia del cielo, mientras que otros todavia están con nosotros, pienso en el P. Vittorino Grossi y en el P. Angelo Di Berardino.

En Roma reforcé mi fe, renové mi vocación agustiniana, construi amistades sólidas y duraderas y aprendi a amar profundamente a los hermanos de la Orden. Aquí descubrí la riqueza de la diversidad y la belleza de la unidad que nos une. Roma me abrió la mente y el corazón: me enseñó a vivir no solo según mi propio pensamiento, sino en comunión, en la diversidad reconciliada, en la unidad del Espiritu.

Años de servicio y gobierno

Pasaron ocho años en la casa de formación, pero desde 1991 comenzó para mi el servicio de gobierno, que se ha prolongado hasta hoy. Hoy, a una distancia de 35 años, puedo decir con humildad y agradecimiento: «Quien preside no se considere feliz porque domina con el poder. sino porque sirve con la caridad» (Constituciones de la Orden).

He intentado vivir así, consciente de que el gobierno no es posesión sino servicio, no es poder sino don de si mismo.

Agradecimientos

En primer lugar, siento el deber y la alegría de agradecer a los hermanos que han compartido conmigo el servicio en este último sexenio. Han sido mi familia más cercana, aquellos que han compartido alegrias y sufrimientos, que me han guiado y sostenido:

• el P. Joseph Farrell, Vicario General;

• el P. Anthony Banks, Consejero General;

• el P. Edward Daleng, Consejero y Procurador;

• el P. Ian Wilson, que sustituyó al P. Paul Graham, hombre santo, a quien llevo en el corazón y a quien pedimos que interceda por nosotros;

• el P. Javier Pérez Barba, que sustituyó al P. Luis Marín de San Martín, hoy Obispo;

• el P. Alex Lam, Consejero;

• el P. Pasquale Di Lernia, Secretario de la Orden;

• el P. Franz Klein, Ecónomo General;

• el P. Josef Sciberras, Postulador General.

• el P. Andrés Gómez Rozo, Archivero General.

A cada uno de ellos dirijo mi más sincera gratitud. Han sido compañeros de camino, hermanos fieles, consejeros sabios y hombres de oración.

Mi agradecimiento se extiende a todos los oficiales y a todos los hermanos que, de diversos modos, han contribuido a llevar adelante los proyectos programados.

Las pruebas del tiempo

No puedo olvidar que este sexenio comenzó en circunstancias dramáticas: la pandemia de COVID-19, que durante largos meses marcó nuestras comunidades y al mundo entero. Hemos llorado por la pérdida de numerosos hermanos, hemos sufrido el aislamiento, hemos experimentado la fragilidad de la vida.

Esa experiencia nos ha cambiado. Nos ha enseñado que no podemos vivir encerrados en el individualismo, que la fraternidad no es un lujo sino una necesidad vital, que nuestra vocación es auténtica solo cuando está enraizada en una verdadera comunión.

Junto a las alegrías, también ha habido sufrimientos y responsabilidades dolorosas: he tenido que tomar decisiones difíciles; o el dolor por hermanos marcados por tragedias personales. En esos momentos he procurado no juzgar, sino estar cerca con misericordia y compasión. Si no siempre lo he logrado, pido humildemente perdón.

Hacia la renovación

Mirando al futuro, siento con fuerza que nuestra Orden necesita una renovación auténtica. No basta con administrar lo existente: debemos repensar nuestra vida religiosa en fidelidad al carisma.

Los puntos fundamentales, a mi juicio, son tres:

1. La formación, sólida y continua, que prepare religiosos maduros, enraizados en la Palabra y capaces de discernimiento.

2. La vida comunitaria, corazón de nuestra identidad: menos obras, pero comunidades más auténticas y fraternas… con un espiritu misionero de comunión.

3. La comunión de los bienes y la austeridad, signo evangélico de libertad interior y de testimonio creíble en un mundo marcado por el consumismo.

Tenemos grandes valores, tenemos energías y capacidades: solo debemos redescubrir la alegria de nuestra vocación, la pasión de la comunión, el coraje del testimonio.

Esperanza y continuidad

Hoy, al final de este servicio, confío con serenidad y confianza el camino de la Orden al nuevo Prior General. A él va mi deseo más sincero y mi total disponibilidad: siempre estaré dispuesto a ayudar cuando lo desee y a ir alli donde la Orden considere útil mi presencia.

Les agradezco a ustedes, hermanos, el afecto que he recibido en todas las circunscripciones. Siempre me he sentido acogido y amado, y por ello doy gracias a Dios.

Conclusión

Queridísimos hermanos, todo lo que hemos vivido, las alegrías y los esfuerzos, los éxitos y las fragilidades, solo tiene sentido si permanece enraizado en la Palabra y en el carisma. Por eso deseo repetir, como al inicio, el principio que nos une: «Tened un solo corazón y una sola alma orientados hacia Dios».

Que esta palabra de Agustín sea luz para nuestro futuro, sostén para el nuevo Prior General y guía para cada uno de nosotros.

Concluyo con una breve oración:

Señor Jesucristo, Pastor bueno y misericordioso, bendice a nuestra Orden. Concede al nuevo Prior General la sabiduría y la caridad del servicio. Haz que, a ejemplo de nuestro Padre Agustín, vivamos unidos en corazón y alma, orientados hacia Ti, nuestro único Bien. Interceda por nosotros san Agustín, y acompañe nuestros pasos María, Madre del Buen Consejo. Amén.

Gracias.

Fuente: augustinianorder.org

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