¿Oímos tocar la flauta y no bailamos, cantos de lamentación y no lloramos? ¿A quién nos parecemos?
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.» Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.» (Lucas, 7,31-35).
Comentario. Reír y llorar.
Con el Evangelio del día se viene a la mente un verso de Antonio Machado, en «Proverbios y cantares»: «Bueno es el que guarda, para el sediento el agua; para el borracho, el vino». Porque ese es el mensaje que nos transmite el evangelista con los niños sentados en la plaza que reprochan a los demás que no bailaron cuando tocaron la flauta ni lloraron cuando se lamentaban. Así somos nosotros. Siempre a destiempo, siempre cargados de reproches, siempre quejosos de que hay mucha algarabía o de que hay mucho silencio, de que los demás ríen o el resto llora. Contra Juan porque ayunaba y contra Jesús porque alterna. Sólo yo estoy en el fiel de la balanza y todo lo demás me desborda. Pero tal pensamiento no es cristiano en absoluto: sino hacerse hermano del prójimo y alegrarse con los que están contentos y sufrir con los que padecen. Ese es el que es bueno como el Padre celestial.
Fuente: Siempre adelante.