Una novela que hunde sus raíces en la historia para recuperar la memoria. Publicada: 7 octubre 2021.
VIDEO. Booktrailer de «La marca del agua», de Montserrat Iglesias.
VIDEO. Montserrat Iglesias – La marca del agua. Entrevista Atrapalibros.
La marca del agua también camina
Por Montserrat Iglesias Berzal – Foto: José Luis Miguel González, en Huelva (España).
Me llamo Montserrat Iglesias Berzal y acabo de publicar una novela en Lumen llamada La marca del agua. El factótum de «Canta y camina», es decir, el padre José Luis Miguel, me pide unas palabras para sus lectores. Pero ¿qué tiene que ver La marca del agua con este blog? Se lo preguntará el lector y también me lo preguntaba yo hasta hace nada y, si no hubiese sido por la perseverancia del padre José Luis, no me habría puesto a la tarea.
El punto en común más evidente no se encuentra entre el blog y la novela, sino entre sus autores. Él, que está mucho más pendiente que yo de los hilos invisibles que unen a las personas, me ha dicho alguna vez que somos primos, pero al modo que se es primo en las zonas rurales de nuestra España: casi en el envés del árbol genealógico. Aunque eso no es lo más relevante, sino que tanto sus padres como mis abuelos eran originarios de un pueblo llamado Linares del Arroyo, en la provincia de Segovia, que tuvieron que abandonar al quedar anegado por las aguas de uno de los muchos pantanos que se construyeron desde finales de los 40 hasta bien entrados los 80. Esa historia une mucho más que cualquier parentesco, pues descendemos de una tierra que ya no existe y heredamos otra, La Vid, en Burgos, que tuvimos que aprender a amar solos, pues un decreto ley basta para trasplantar habitantes de un lugar a otro, pero no hay fuerza administrativa que siembre el afecto por algo que no se ve como propio.
No obstante, además de este vínculo personal, también en la obra puede encontrarse una conexión espiritual. Desde el principio me interesó profundizar en la religiosidad popular que alimentaba a aquellas gentes. La religión no solo es importante en La marca del agua porque uno de sus personajes fundamentales, don Rufino, sea el viejo párroco de Hontanar —el nombre que recibe Linares en la ficción—, o porque la excusa de los protagonistas para emprender su marcha sea asistir a la misa mayor por la inauguración del pueblo nuevo; sino que, además, muchas de las escenas nacen de la convicción de que las tradiciones del cielo nos anclan al mundo y a la tierra como ninguna otra cosa puede hacerlo. Las referencias a la iglesia del pueblo, las escenas en la ermita de la Virgen del Enebral —que es un trasunto de la ermita dedicada a la Virgen de Hornuez, por la que los vecinos de Linares tenían una profunda devoción— y la importancia del monasterio secular que se encuentra junto al pueblo nuevo —que se trata, de forma muy poco disimulada, del Monasterio de La Vid— son elementos clave e introducen, tal vez, las páginas más hermosas de la novela.
Cuando los periodistas me preguntan qué es La marca del agua, contesto que se trata de mi camino de vuelta a Linares, a su forma de vivir, de pensar y, por qué no, de su manea de relacionarse con lo trascendente. Toda la vida he defendido que la fe debe asentarse en lo consciente; que el cristiano necesita estar formado y tener sólidos conocimientos sobre aquello en lo que cree; que la tradición no es suficiente para sustentar algo tan grande como la fe. Sigo opinando lo mismo, pero esta novela me ha obligado a preguntarme hasta qué punto la religiosidad popular, la que se hereda de unos ancestros que poco tienen que ver con nosotros, ayuda a que el árbol de la fe se renueve cada vez que los hielos de la vida lo dejan yermo, pues proporciona a lo espiritual esa sangre nutricia que solo da la tierra.
Biografía de la autora
Montserrat Iglesias Berzal es licenciada en Periodismo y Filología Hispánica. Ha escrito y dado clases sobre temas relacionados con la Lengua y la Literatura desde 2003. Es graduada de la X Promoción del Máster de Narrativa (2018-2020). Recibió el I Premio Alma Negra por la novela corta El terraplén, escrita durante el primer año de Máster. La editorial Lumen ha publicado su primera novela larga, La marca del agua, el 7 de octubre de 2021, que fue su proyecto fin de Máster y que habla de la memoria de nuestro pasado inmediato, la necesidad de arraigo, lo inexorable del progreso y el poder de la naturaleza. Publicó en La Rompedora los cuentos «Sarmiento quemado» y «Agua con hielo».
Fuente: masterescueladeescritores
19 de abril de 1950. El agua ya ha alcanzado la piedra que sirve de testigo: en menos de diez días Hontanar desaparecerá para siempre inundado por el pantano.
Una nueva y poderosa voz. Una novela sobre nuestro pasado
«Una historia que da voz a los que la perdieron y sentido a su emoción desde la literatura. Una novela muy especial.»
Julio Llamazares
Sinopsis de «La marca del agua»
19 de abril de 1950. El agua ya ha alcanzado la piedra que sirve de testigo: en menos de diez días Hontanar desaparecerá para siempre inundado por el pantano. Todos están celebrando la inauguración del pueblo nuevo, solo quedan allí los hermanos Cristóbal. Pero un suceso terrible les obliga a emprender precipitadamente el viaje: Marcos descubre a su hermana Sara colgada de un machón de la cuadra. Envuelta en la colcha que bordó durante años para un ajuar que ya nunca será utilizado y oculta entre sacos de patatas, Sara recorre ese camino en el carro de su hermano. Despues de todo, siempre quiso irse del pueblo.
Durante el trayecto por un territorio que es ya un páramo, Marcos recuerda la historia de la familia, sus sombras y silencios: la llegada siendo unos niños cuyo origen su madre quiso esconder, los deseos de Sara por construirse una vida propia, la obsesión de la madre por el pretendiente perfecto que le procurase una buena boda, los sentimientos e impulsos no confesados, las traiciones y la relación con el ingeniero falangista encargado de las obras del pantano…
Ficha de la novela – Échale un vistazo – Fragmento – Audio del fragmento
Audiolibro: La marca del agua – Montserrat Iglesias.
Escucha este audiolibro completo, aquí.
La España sumergida e ignorada
En cuanto a los protagonistas, el eje principal lo conforman dos hermanos: Marcos, el narrador, un hombre atormentado sobre quien recae el peso de la memoria y la culpa, y Sara, una mujer atrapada en sus propios demonios, protegida pero expuesta. En torno a ellos, otro puñado de caracteres diversos (curas, falangistas, secretarios, ingenieros, agricultores, oportunistas…) entretejen historias que expresan distintas tensiones: las de la familia y sus secretos, las diferencias sociales, las relaciones de pareja, el peso de la religión, el dolor físico y el de la pérdida, la huella de la guerra y la posguerra, la presión social sobre las mujeres y sus frustraciones, el poder y sus corruptelas, la tradición y el progreso, la utopía y el conformismo.
La autora parece encontrar la fórmula para tender las historias que narra al sol de una corriente literaria en auge: el neorruralismo. La temática y el pulso narrativo de «La marca del agua» asienta sus raíces en el realismo de los años 40 y 50 con nombres tan destacados como Camilo José Cela, Ana María Matute o Miguel Delibes, que tuvo un renacimiento en los ochenta con autores como Julio Llamazares o Luis Mateo Díez y que, en la actualidad abordan de nuevo escritores como Jesús Carrasco («Intemperie»), Pilar Adón («Las efímeras»), Lara Moreno («Por si se va la luz») o Pilar Fraile («Las ventajas de la vida en el campo»).
“La marca del agua” apela a ese momento en el que un pueblo entero debe abandonar sus casas, y también sus raíces, a merced de uno de esos pantanos diseñados bajo la política hidráulica que se impulsó durante la Segunda República y se alargó durante los años de la dictadura franquista y que pretendía acabar con la pertinaz sequía de una España eminentemente rural.
La novela trata sobre la necesidad de arraigo, lo inexorable del progreso o el amor por la naturaleza, pero también es una reflexión profunda sobre la muerte y el olvido y una reivindicación de la memoria de nuestros antepasados.
Son muchas las temáticas que transitan por esta historia de una gran riqueza por la que fluyen desde sentimientos esenciales –la pérdida, el amor, la muerte, el olvido– a momentos mucho más prosaicos –arreglar una rueda, compartir un dibujo o aprender a montar en bicicleta–, y en la que se difuminan los contornos espaciales y temporales apuntando directamente a elementos fundamentales de la naturaleza humana.
Algunos de lectores ya han podido leer una edición anticipada de «La marca del agua» y estas han sido sus impresiones. Para @_megustaestelibro: «Es de esos libros que te devuelven a la literatura de Miguel Delibes de sus historias rurales de hombres de poca palabra». @aliciamz cuenta que «La marca del agua» «Nos hace volver la vista a nuestro pasado para evitar cometer los mismos errores en el presente». Y @elbauldelaslibelulas dice que «Es una historia conmovedora llena de sombras y silencios. Un canto a la esperanza. Un bonito viaje por las memorias».
“La marca del agua” es un relato que sorprende por su madurez narrativa, por la riqueza de sus personajes y la precisión de su lenguaje. #LaMarcaDelAgua #LaEspañaSumergida
“La marca del agua” es una novela que nos ha fascinado a todo el equipo de Lumen. María Fasce, Directora Literaria, nos dice «No recuerdo la última vez que una novela española me sobrecogía con la fuerza de un clásico, con ecos de Delibes y Lorca». Para Ilaria Martinelli, editora, «La mejor literatura española de los últimos cien años está aquí comprimida para conmovernos irremediablemente». Y para Eva Sanahuja, Brand Manager, es «Un libro único que quieres compartir y comentar con todos. De los mejores que leeremos este año». #LaMarcaDelAgua
La crítica ha dicho
Fuente: Editorial Lumen – Instagram. – Instagram: #lamarcadelagua
«Es uno de los mejores libros sobre la intemperie que leí en los últimos años. Pocos libros consiguen que el paisaje, la lengua, los personajes, el pasado y el presente, desfilen con tanta precisión delante de los ojos del lector.»
Silvana Vogt, Cal Llibreter.
Ecos en la prensa
Diario de Burgos
«Quería dar voz a los que nunca habían hablado»
La editorial Lumen publica la primera novela de Montserrat Iglesias, con raíces en el desaparecido pueblo segoviano de Linares del Arroyo, inundado por el pantano y cuyos habitantes tuvieron que abandonar para asentarse muchos de ellos en La Vid.
Montserrat Iglesias, después de la publicación de algunos cuentos, una novela corta y trabajos de investigación, se estrena a lo grande en la ficción novelada con La marca del agua, cuya historia se desarrolla con Linares del Arroyo y La Vid como telón de fondo. Una obra que se ha encuadrado en género neorural, de manera casual y no buscada por la autora, en la que ha querido plasmar las vivencias de la generación de sus abuelos.
¿Cuál fue el germen de esta novela?
Está en mi familia. Toda mi familia paterna vivía desde hacía generaciones en Linares del Pantano y tuvieron que irse cuando construyeron el pantano, trasladándose a La Vid. Hubo gente que cobró las indemnizaciones y emigraron a cualquier otro lugar, eso está en mi ADN porque yo desde pequeña he oído hablar de Linares, he sentido la nostalgia de Linares, el desarraigo por los preliminares,… Mi padre, que salió de Linares con seis o siete años siempre dice que es segoviano, incluso yo, que he escrito desde que tengo uso de razón, cuando mi abuelo muere tenía 13 años y tres años después intenté escribir un cuento llamado El pantano pero me quedé paralizada y dejé de escribir, hasta los 41 que dije ‘ahora o nunca’.
¿Qué es La Vid para usted, porque lo describe casi como un pueblo sin alma?
En la novela no se nombra La Vid, como tampoco Linares del Arroyo, le cambié de nombre, porque tenía que crear un espacio de ficción. Pero la idea de que el pueblo no tuviese nombre está desde el inicio, yo sabía que no lo iba a nombrar, primero porque en la época en la que se van todavía no tiene nombre definitivo, llegó un par de años después de que ellos estuviesen allí viviendo.
Y también porque es algo que no se puede nombrar con una palabra porque todavía no es nada, es algo que se ha plantado ahí en medio y llegan a un lugar sin pasado ni presente, solo puede tener futuro y poco, porque enseguida llegó la inmigración. Lo sentimos como propio, para los que ahora viven allí o los que vamos en verano es nuestro pueblo pero no es un pueblo como los de alrededor, le falta historia, su historia está en Linares, está bajo el agua, eso es lo que ellos sienten.
¿Cómo ha plasmado este ámbito rural tan particular?
Yo lo que tenía clarísimo es que tenía que dar voz a los que nunca habían hablado. Hay muy poca literatura sobre esto pero lo que hay es o bien de testigos o bien de hijos, los del presente cómo miran al pasado. Yo lo quería afrontar desde los propios protagonistas y esa ha sido la gran dificultad: El meterte dentro de la cabeza de un hombre de los años 50, con una voz de los años 50.
Creía que era de justicia que los que nunca han tenido voz aunque se haya hablado de ellos por una vez la tuvieran, aunque fuera de ficción, pero que lo contaran desde su punto de vista.
¿Y cómo se mete uno en esa personalidad?
Con muchísima dificultad. Primero con mucho trabajo de investigación, con un año y medio de esfuerzo para que saliera, de romper mucho y, cuando crees que no vas a poder, recurrir al lenguaje familiar porque como hablaba mi abuelo es como se ha habla en mi casa ahora. Es intentar limpiar el lenguaje de todas las capas de modernidad que pueda tener y quedarse con lo esencial.
¿Cree haber conseguido este efecto? Porque parece que no faltan palabras de halago hacia esta novela.
Por el momento, las personas que me han leído, y aprecio mucho a las personas que pertenecen al entorno rural, me han dicho que sí. Me llamó un señor de Maderuelo, que yo no conocía de nada absolutamente, y me decía que era como estar en aquel momento y dentro de mi casa hablando con mis abuelos.
Hasta el momento, el retorno que estoy teniendo es positivo.
¿Qué se van a encontrar los lectores que ya conozcan La Vid y su entorno cuando se sumerjan en esta novela?
Sumerjan, nunca mejor dicho. Creo que se van a encontrar como lectores una historia muy bien construida, con unos personajes profundos y una historia de ficción, que nadie espere ver exactamente lo que pasó porque no es así. Me hizo mucha gracia la llamada de una amiga del pueblo que me preguntaba que a qué familia le pasó lo que narra la novela; le tuve que aclarar que no le pasó a ninguna.
Lo que sí quiero que encuentren son los paisajes de la zona y, sobre todo, los sentimientos que causó todo aquello. Eso espero que sea lo real, lo verdadero, y que encuentren ese espíritu castellano de la zona y se reconozcan en él. Si logro eso, sería maravilloso.
¿Qué le costó más trabajo: dar forma a los paisajes y los personajes o crear la trama de ficción?
Para mí crear la trama tiene una cierta complejidad, son tres tiempos y hay que lograr una lectura fluida y entretenida, que no haya confusión. Es difícil pero es un tema de carpintería.
El problema es poner a caminar aquello, encontrar la voz y que suene todo verosímil y que implique al lector, encontrar el lenguaje. Fue lo que más me costó, lo más trabajoso.
¿Se considera una escritora de mapa o de brújula?
De mapa no, de guía Cepsa. Estaba todo milimetrado y cuando ya tenía todo, al escribir lo que hice fue adelgazarlo. Yo parto de una estructura muy amplia, con muchísimas más cosas, y en la escritura se queda lo esencial, se adelgaza para dejar lo pertinente y lo importante para la historia y su voz.
Pero lo más bonito de todo es que, por muy milimetrado que lo tengas, llega un momento en el que los personajes empiezan a caminar solos. A veces, Marcos me llevaba por sitios que no tenía previsto que fuera, reacciones, actos, escenas que no estaban planeadas pero el personaje te lleva, de alguna manera cobra vida propia. Eso te enfada, por un lado, porque lo tienes todo pensado, pero por otro es maravilloso porque tiene como una entidad paralela al propio autor.
Fuente: DiariodeBurgos. I.M.L. – domingo, 24 de octubre de 2021.
Diario El País
La España que quedó sumergida por los pantanos
Varios libros recrean la cruel y desconocida historia de los pueblos ahogados por los embalses en el siglo XX
Diario de la Ribera
La desaparición de Linares del Arroyo en forma de novela
Montserrat Iglesias publica su primer libro y lo presenta en La Vid
La Casona de La Vid acoge este viernes, a las 19:30 horas, la presentación de la primera novela de Montserrat Iglesias, ‘La marca del agua’. Una obra publicada por Lumen en la que Iglesias centra la trama de su relato precisamente en la localidad de La Vid, población que se creó para dar cobijo a los habitantes de la segoviana Linares del Arroyo ante su desaparición al ser anegada por el embalse de Linares, en el río Riaza.
Explica Iglesias que “La Vid está en Burgos, pero allí casi no ha vivido ni vive ningún burgalés. Los mayores de setenta años son todos segovianos y los menores de cincuenta y cinco somos de cualquier parte: de Barcelona, Madrid, Bilbao, Valladolid, Burgos, Aranda de Duero…’.
La autora califica a La Vid como un lugar “huérfano de dueño, pues nadie reclama su pertenencia”. “Sin despoblarse del todo, como les ha ocurrido a otros pueblos de Castilla, ha estado, de algún modo, siempre vacío, pues ya nació con el espíritu en otra parte. Nadie puede considerarse orgulloso habitante de La Vid si no es primero miembro de la asociación que busca recuperar las tradiciones del pueblo del que vienen los viejos del lugar: Linares del Arroyo, a unos veinticinco kilómetros, en el corazón de las Hoces del Río Riaza”, explica la autora.
‘La marca del agua’ propone al lector un viaje por unas memorias prohibidas en una época convulsa y habla de la memoria, de cómo era la España de no hace tanto tiempo, del conflicto entre la tradición y el progreso, de la necesidad de arraigo, de secretos familiares y de esas mujeres que no pudieron elegir su propia vida. La desaparición del mundo rural y el amor por la naturaleza cobran también relevancia en un relato donde el entorno interactúa a lo largo de la novela de varias formas: el agua, la presa, los buitres, las hoces, el río, o la dureza del clima y la vida en el campo. Su autora encuentra la fórmula para tender las historias que narra al sol de una corriente literaria en auge: el neorruralismo.
Los hermanos Marcos y Sara, protagonistas del libro, entretejerán diferentes historias generando tensiones, las de su familia y sus secretos, las diferencias sociales, las relaciones de pareja, el peso de la religión, el dolor físico y el de la pérdida, la huella de la guerra y la posguerra, la presión social sobre las mujeres y sus frustraciones, el poder y sus corruptelas, la tradición y el progreso, la utopía y el conformismo.
Montserrat Iglesias es profesora de Lengua y Literatura en Secundaria y crítica literaria. Recibió el Premio Alma Negra Ediciones por su primera novela corta, El terraplén. Lumen inicia la publicación de su obra con La marca del agua.
Diario de Valladolid
Montserrat Iglesias debuta en la novela con ‘La marca del agua’.
Lumen publica una historia sobre la memoria rural de Segovia y Burgos. Lumen acaba de publicar La marca del agua, la primera novela de Montserrat Iglesias, una nueva voz en la literatura nacional que sitúa su historia en la localidad burgalesa de La Vid, población que se creó para dar cobijo a los habitantes de la segoviana Linares del Arroyo ante su desaparición al ser anegada por el embalse de Linares, en el río Riaza. Esta publicación habla de la memoria y la pérdida, la necesidad de arraigo, lo inexorable del progreso y el poder de la naturaleza.
El Adelantado de Segovia
La herida abierta del desarraigo
En los años 50, su familia tuvo que abandonar Linares del Arroyo, un pueblo segoviano que quedó sumergido en las aguas de un pantano, y dirigirse a otro de Burgos. Ahora, Montserrat Iglesias relata esta historia real en su primera novela, ‘La marca del agua’.
La familia de Montserrat Iglesias (Madrid, 1976) tuvo que abandonar en los años 50 su pueblo en Segovia, Linares del Arroyo, después de que este quedara sumergido en las aguas de un pantano. Este desarraigo lo relata en su novela ‘La marca del agua’, la primera que escribe, sobre aquellos que no tienen un sitio al que volver, como les ocurre ahora a las víctimas del volcán de La Palma.
Iglesias, profesora de Lengua y Literatura de Secundaria, basa esta obra de ficción en la historia real de su familia. Ocurrió hace 70 años, cuando tuvieron que emigrar de un pueblo segoviano (que en su novela llama Hontanar), a otro de Burgos, La Vid, que surgió de la nada. El asentamiento se construyó, como otros de la época, para albergar a más de 55.000 familias cuyas casas habían desaparecido bajo el agua de los pantanos por toda España.
A pesar de que pudo conocer el pueblo de su familia ya sumergido, Iglesias siente muy cercano el sufrimiento al que han de hacer frente los habitantes de la isla de La Palma afectados por la erupción del volcán. Un sufrimiento que considera que es “más duro” que el de sus antepasados, puesto que no han tenido tiempo ni de prepararse psicológicamente, ni de recoger sus enseres. Pero hay algo que no cambia: el sentimiento de desarraigo es el mismo. “No es emigrar porque no se puede volver ni a Linares, ni a esa zona de La Palma”, lamenta.
La Vid se transformó en el “pueblo nuevo” que hizo construir el Instituto Nacional de Colonización durante los años 40, 50 y 60. “No se parece a ningún pueblo castellano, ni a ninguna otra localidad de nuestro país, lo que no quiere decir que sea único”, manifiesta Iglesias.
Lo cierto es que el pueblo burgalés que recibió a cientos de segovianos es un lugar “huérfano de dueño” que, sin haberse despoblado por completo, como ya le ha ocurrido a otros pueblos de Castilla, “ha estado, de algún modo, siempre vacío, pues ya nació con el espíritu en otra parte”.
Desde que tiene uso de razón, cada verano, la autora ha hecho con su familia el camino a Linares. Esto le ayuda a intuir ese lugar que quedó sumergido bajo las aguas que, a cambio, dieron la vida a otros pueblos de la zona. De ahí que confíe en que su novela transmita lo que sintieron quienes tuvieron que dejar atrás la tierra en la que un día sus antepasados construyeron un mundo que deseaban dejar como legado a sus hijos.
El asombrario
Una historia de pueblos ahogados y mujeres ahorcadas
Un libro duro sobre la España rural, abandonada. Sobre el pasado y la memoria. Sobre el precio del progreso. Sobre las mujeres a las que nunca dejaron desarrollar su vida propia. ‘La marca del agua’, de Montserrat Iglesias. Una arriesgada novela tan llena de vida como de muerte. Así presenta el libro la editorial: “19 de abril de 1950. El agua ya ha alcanzado la piedra que sirve de testigo: en menos de diez días Hontanar desaparecerá para siempre inundado por el pantano. Todos están celebrando la inauguración del pueblo nuevo, solo quedan allí los hermanos Cristóbal. Pero un suceso terrible les obliga a emprender precipitadamente el viaje: Marcos descubre a su hermana Sara colgada de un machón de la cuadra. Envuelta en la colcha que bordó durante años para un ajuar que ya nunca será utilizado y oculta entre sacos de patatas, Sara recorre ese camino en el carro de su hermano. Después de todo, siempre quiso irse del pueblo”. Un grito seco y muy bien escrito con ecos de otros tiempos y de grandes como Lorca, Delibes y Carmen Laforet.
Economía, economía, economía. Es la palabra que llena una y otra vez mi memoria cuando recuerdo la vida que La marca del agua tiene ya en ella. Y es que Montserrat Iglesias (Madrid, 1976) ejecuta desde lo mínimo una historia de una fuerza estética y emocional bárbara. Bárbara por como comienza y aún más bárbara por como termina. La marca del agua, pese a su título, es un grito seco con ecos de otros tiempos, con guerras que nadie gana aunque los vencedores alardeen de ello en un sinfín de documentales que se deslizan sobre una música machacona y que fueron rodados en blanco y negro hasta acceder a un color que remarcaba aún más su patetismo. Con secretos que se llenan de polvo sobre los caminos y sobre la lengua de aquellos que sobreviven.
La insistencia estética de la autora madrileña es un regalo para quien camina por su historia. Pocas autoras, y pocas autoras en su primera novela, son capaces de ir arrancándole al dolor lo que sirve para avanzar. Ella no incide para hacerlo en un largo grito, sino en una salmodia de voz lenta y voluntariosa que ajusta cuentas con la propia conciencia. Montserrat Iglesias Berzal conoce la naturaleza de cada imagen, conoce el juego de luces que hace falta para conseguir que el pasado habitado haga erguirse al presente de sus valiosos protagonistas.
Con ecos de Lorca, de Delibes o de la mismísima Carmen Laforet, el lector se adentra en una batalla dialéctica contra ese silencio de los muertos inesperados con el que nadie nunca debería encontrarse. El ritmo lento de la memoria de Marcos Valle, su carismático y sufrido protagonista, invade el porvenir de quien lee hasta abocarlo a una complicidad extrema. No es fácil recordar, mientras tu hermana muerta desoye tus plegarias; no es fácil pensar cuando los buitres vuelan en el cielo con paso firme, dibujando estribillos de una inmensa belleza. A veces el lenguaje de la muertos no está bajo la tierra, y de eso habla esta novela que palpa las entrañas del lector como palpa la víctima de un derrumbe el espacio que aún no ha destrozado la totalidad de su carne.
La marca del agua es una novela arriesgada, porque no todos los lectores serán capaces de mantener el tipo frente a este hermoso y durísimo monólogo. Frente a esta diatriba en la que las palabras son engullidas por el paisaje sin que tengan posibilidad alguna de retorno:
“Sara se amortajó para subir por la escalera de mano como si se encaramase a una buitrera y atar la cuerda al madero del techo; se amortajó para ajustarse el nudo y saltar sin miedo”.
“Escucha, Noble, vamos al otro pueblo, como todos los días. Pero no por la carretera, sino por los cortados y el monte, que es un camino más bonito. Ya sé que es más difícil, pero no viajamos cargados. Solo con el ama buena. No te preocupes más por ellas, que ya está bien. Lo que viste no fue nada, era su manera de descansar”.
La sencillez del pulso narrativo de Iglesias es incontestable, como lo es también el cuidado estético que reutiliza una y otra vez para sostener la progresión argumental de los vivos, y de manera específica la de los muertos. Quizás el hallazgo más relevante de toda la novela. Aunque también debo señalar como un hallazgo para celebrar cómo la narradora es capaz de rodear al lector con los brazos de esa cadencia lenta con que solo saben narrar los supervivientes.
La marca del agua es una novela sin grandes vicios y sin grandes virtudes y, sin embargo, su equilibrio entre ambos términos la convierte en una novela única, y a su autora en una narradora de un talento irrevocable. El cuerpo de su historia pesa de ese modo en que pesa la lluvia cuando el destino del paseante está muy lejos. Montserrat Iglesias Berzal construye una atmósfera de una justicia estética descomunal. Hay que ser muy valiente para construir una novela tan estricta, tan áspera, tan incendiaria, tan llena de vida y tan llena de muerte. Hay que saber desoír el avinagrado aliento de la moral para echar a rodar ese carro en el que viajan sus dos protagonistas. Hay que ser muy valiente para envolver a una mujer vencida en la colcha que debía abrigar un futuro de sangre hirviendo y conseguir que no nos resulte un gesto rancio y maniqueo.
Y es por esa valentía, y por muchas cosas más que no desvelaré, por lo que os recomiendo que leáis esta brillante novela en la que se muestra con rotundidad que la coralidad homicida en la que están incluidos padres, madres, hermanos, parientes y enamorados fue en este país, para demasiadas mujeres y durante demasiado tiempo, la única moneda de cambio.
Una novela arriesgada, porque no todos los lectores serán capaces de mantener el tipo frente a este hermoso y durísimo monólogo. Frente a esta diatriba en la que las palabras son engullidas por el paisaje sin que tengan posibilidad alguna de retorno. Apuntadla y manteneos firmes ante su belleza áspera. Leed, leed, benditas/os
Fuente: elasombrario.publico.es – Sonia Fides – 26/10/2021.
Agua y lava, el desarraigo cuando no hay un sitio al que volver.
Madrid, 8 oct (EFE). Por Carmen Naranjo.
La familia de Montserrat Iglesias tuvo que abandonar en los años 50 su pueblo tras ser sumergido en las aguas de un pantano, un desarraigo que relata en una novela, la primera que escribe, sobre estas personas que no tienen un sitio al que volver, como les ocurre ahora a las víctimas del volcán de La Palma.
«La marca del agua» (Lumen) es la primera novela larga de Monserrat Iglesias (Madrid, 1976), profesora de Lengua y Literatura de Secundaria, una obra de ficción basada en la historia real de su familia.
Ocurrió hace setenta años, cuando tuvieron que emigrar de un pueblo de Segovia a otro de Burgos surgido de la nada, un asentamiento construido como otros de la época para albergar a más de 55.000 familias cuyas casas habían desaparecido bajo el agua de los pantanos por toda España.
A pesar de que conoció el pueblo de su familia ya sumergido, Iglesias ha sentido en las últimas semanas muy cercano el sufrimiento vivido por los habitantes de la isla de La Palma afectados por la erupción del volcán.
Un sufrimiento que cree más duro que el de sus antepasados, ya que no han tenido tiempo ni de prepararse psicológicamente ni de recoger sus enseres, explica a Efe.
Pero asegura que el sentimiento de desarraigo será el mismo que el que experimentaron esas personas cuyas casas quedaron bajo el agua: «en Linares no hay sitio al que volver y en esa zona de La Palma no hay sitio al que volver. No es emigrar porque no se puede volver».
Linares del Arroyo era un pueblo de Segovia que desapareció bajo un pantano y del que era la familia de la escritora, una localidad que en su novela se llama Hontanar. Y se tuvieron que trasladar a La Vid, en Burgos, el «pueblo nuevo» en el que se instalaron, un sitio que surgió de la nada hace setenta años.
«No se parece a ningún pueblo castellano, ni a ninguna otra localidad de nuestro país. Eso no quiere decir que sea único. Tiene cientos de gemelos, hermanos y primos hermanos desperdigados por toda la península: los asentamientos que hizo construir el Instituto Nacional de Colonización durante los años 40, 50 y 60», dice Iglesias.
Pantanos que habían sido diseñados bajo la política hidráulica que se impulsó durante la Segunda República y se alargó durante los años del franquismo.
La Vid, agrega, es un lugar «huérfano de dueño» que, sin despoblarse del todo, como otros pueblos de Castilla, «ha estado, de algún modo, siempre vacío, pues ya nació con el espíritu en otra parte».
Porque, desde que tiene memoria, la autora ha hecho todos los veranos con su familia el camino a Linares, a intuir ese pueblo sumergido bajo las aguas.
Y por eso confía en que su novela transmita «lo que sintieron aquellos hombres y mujeres al abandonar la tierra en la que sus antepasados les habían construido un mundo que deseaban dejar como legado a sus hijos».
«Su desarraigo, su nostalgia, su pena, su pérdida irremediable e irremplazable», algo que revivían cada verano al ir «de peregrinación» a ver «el agua» que, por otra parte, dio la vida a otros pueblos, explica.
«Como decía uno de los vecinos del pueblo, ‘tuvimos que morir para que vivieran otros'», recuerda la escritora, ya que el pantano permitió a otras localidades de la zona tener regadíos.
En ese éxodo obligatorio, lo más duro y doloroso, señala Monserrat Iglesias, fue «dejar a los muertos»: en otros pueblos que pasaron por lo mismo trasladaron el cementerio pero no en Linares, donde «los muertos se tuvieron que quedar bajo el agua».
Es lo que intenta evitar Marcos, el protagonista de la novela «La marca del agua», pocos días antes de que las aguas terminen de inundar el pueblo y después de descubrir el cuerpo de su hermana colgado de una soga en la cuadra.
Envuelta en la colcha que bordó durante años para un ajuar que nunca será utilizado, Sara realizará su último viaje en un intento de su hermano de darle reposo lejos del agua, mientras recuerda la historia familiar.
Entrevista a Montserrat Iglesias: «No puede haber un escritor si no hay antes un lector».
La alumna de la X Promoción del Máster de Narrativa publica en Lumen «La marca del agua», la novela en la que trabajó como proyecto de fin de estudios.
Montserrat Iglesias llegó a la X edición del Máster de Narrativa en octubre de 2018 con una historia que de alguna manera, como nos cuenta en esta entrevista, llevaba escribiendo toda su vida. Una historia que nos habla de la memoria de nuestro pasado inmediato, de cómo era la España de no hace tanto tiempo, del conflicto entre la tradición y el progreso inexorable, de la necesidad de arraigo, de secretos familiares, de esas mujeres que no hace tanto no pudieron ―o a las que no dejaron― elegir su propia vida, de la desaparición del mundo rural y también del amor por la naturaleza. Esa historia se convirtió en la novela La marca del agua, el proyecto narrativo con el que se graduó, que llegó a manos de María Fasce, directora literaria de la editorial Lumen, en el último encuentro entre editores y alumnos del Máster organizado por Escuela de Escritores y que ya se puede encontrar en las librerías.
Entrevista a Montserrat Iglesias (por Humberto Franco)
¿Cómo recibiste la noticia de que Lumen estaba interesada en publicar la novela?
Estaba trabajando y vi que entraba un mail de María Fasce, la directora literaria de Lumen, en mi bandeja personal. Por razones que ahora no importan, yo esperaba una negativa y pensé: «¡Qué señora tan educada! Al menos me contesta». Terminé lo que estaba haciendo y cuando al fin abrí el mensaje, recuerdo que, tras el saludo, la primera frase era: «Un mail veloz para decirte que me ha impresionado tu novela», y me preparé para lo que me parecía un «pero» evidente. Tardé en reaccionar porque no era capaz de unir la materialidad de las palabras con su sentido. Pero, de repente, todo se hizo real y empecé a gritar como una loca y a correr por el pasillo. Nadie en casa entendía lo que decía, así que yo gritaba más y ellos entendían mucho menos. ¡Hasta los vecinos vinieron alarmados por el escándalo! Tras esa tarde, me llevó bastante tiempo creérmelo del todo. De hecho, al día siguiente, al volver del instituto donde imparto clases, llegué a parar el coche en el arcén porque tuve la absoluta certeza de que todo había sido un error y de que María Fasce se había equivocado o de novela o de correo electrónico o de Montserrat.
¿Qué te animó a cursar el Máster de Narrativa?
Llegué al Máster por casualidad, o tal vez no. Desde un año antes tenía claro que mi vida debía ir hacia otro lugar, pero no sabía cuál. Durante la primera parte del 2018 solté muchas amarras personales e incluso dejé el que parecía que iba a ser mi puesto de trabajo para el resto de mi vida. Sin embargo, hasta el mismo 17 de julio de 2018 no tenía ni idea de hacia dónde quería conducir mis pasos. Me presenté a la última convocatoria de las pruebas de acceso al Máster después de haberlo visto en internet la tarde anterior. No conocía la Escuela ni había hecho un solo taller literario en cualquier otro sitio, y, de repente, me vi frente a Ignacio Ferrando (jefe de estudios del Máster) diciendo que eso era lo que había deseado toda mi vida (te mentí, Nacho, lo siento). Pero, sin lugar a duda, fue una de las mejores decisiones que he tomado en mis cuarenta y cinco años ya cumpliditos. Diría incluso que la segunda mejor: la primera fue soltar amarras a tiempo y no resignarme a no ser feliz.
«No escribo pensando en un género, sino en la trama, los personajes, el espacio y el tiempo del relato».
Inundaciones, desarraigos, una muerte, marcas que ha dejado el agua en el pueblo de Hontanar. ¿Cuál ha sido la marca en la escritora?, ¿de dónde surge la pulsión por escribir esta historia?
En realidad, La marca del agua lleva conmigo desde los dieciséis años. Yo empecé a escribir desde que aprendí a usar el lapicero, pero lo abandoné por completo cuando a esa edad intenté escribir un cuento llamado «El pantano» y fui incapaz de sacarlo adelante. Era la historia de mi familia paterna. Mi padre nació en un pueblo llamado Linares del Arroyo, en la provincia de Segovia, que desapareció bajo el agua de un pantano; uno de los primeros embalses de todos los que se construyeron en España a partir de la década de los 50. Dicen que no se puede sentir nostalgia de lo que no has conocido. Os aseguro que se puede si te la tatúan desde la infancia. Mi abuelo, el Marcos verdadero, era un castellano puro de ese tiempo: adusto y muy reservado. Nunca le oí más palabras de las puramente imprescindibles. En el único momento en el que hablaba en catarata era al recordar Linares. Mi marca son sus recuerdos y los de mi padre, y los de tanta otra gente que ha vivido y ha ido muriendo con esa pena.
Tres momentos para contar la historia de una familia. Orígenes, deseos, impulsos acallados, el arraigo de la tierra. ¿Cuál es para ti el tema central en La marca del agua?
Cuando me lo preguntaban al comenzar con el proyecto solía decir que era la fuerza inexorable del progreso, que tiene algo contradictorio, pues, a pesar de que sea absolutamente necesario, deja muchas víctimas en su camino. De hecho, el primer manuscrito lo introducía una cita de Walter Benjamin que hablaba de ese viento del progreso que arrasa lo que encuentra a su paso. Sin embargo, ahora me parece que ese no es el tema o no es el principal: seguramente el núcleo de la novela tiene que ver con la pertenencia y la identidad. ¿Quiénes somos? ¿Qué nos define en realidad? ¿Somos lo que ven los demás? ¿Somos lo que amamos? Tal vez esas eran las preguntas que intentaba contestarme en el momento que os digo que rompí amarras. No obstante, si soy sincera, creo que, al final, lo importante de esta novela no son los temas abstractos que pueda abordar, sino su historia. He querido contar una historia y contarla bien; y que cada lector busque sus propios temas y saque sus conclusiones.
«Al principio estaba demasiado preocupada por epatar al personal y aquello sonaba más falso que un euro de madera».
Neorruralismo español, narrativa realista con ambientación rural. Leímos un relato tuyo en La Rompedora, «Sarmiento quemado», en el que escuchamos una voz narrativa muy potente situada en un entorno que también estaba alejado de la ciudad. ¿Qué es lo que más te atrae de este género literario a la hora de escribir?
No cabe duda de que las novelas ambientadas en el entorno rural están teniendo mucho protagonismo en los últimos años. Creo que se debe a que, en España, como explica tan bien Sergio del Molino en La España vacía, se produjo una fractura tan grande en los 50 y los 60 en las zonas rurales del interior que todavía los nietos nos sentimos concernidos. No obstante, y me puedo equivocar, me parece que mi proceso de creación no funciona así. No escribo pensando en un género, sino en la trama, los personajes, el espacio y el tiempo del relato. Son esos elementos los que condicionan el género y la forma de la obra. En todo lo que escribo se repiten dos obsesiones: la familia y la muerte, que están también en el cuento que mencionáis. Y mi familia es rural. En mi casa, de puertas para fuera, todos nos comportamos como perfectos urbanitas. Pero cuando damos la doble vuelta a la llave, seguimos actuando como si mis padres no llevasen instalados en Madrid desde hace más de sesenta años. En mi casa hablo distinto, me comporto de otra manera, reacciono de forma diferente… Y esa es la mujer que escribe, así que es normal que haya acabado en ese género: es una manera de estar en casa dentro de la literatura.
¿Hay autores o libros que te hayan nutrido, en particular, para moldear La marca del agua?
Seguro que hay alguien que encuentra la excepción que confirme esta regla, pero creo que no puede haber un escritor si no hay antes un lector. Puedes tener la historia más interesante del mundo, que, si no dominas la palabra, te va a ir muy mal. Y a la palabra, que es tozuda y díscola como jamás me hubiera imaginado, solo se aprende a domeñarla con la enseñanza de todo lo que se ha leído a lo largo de una vida. Así que imaginad la lista que tendría que hacer. Es verdad que hay referentes que se ven más cercanos: Delibes, Cela, Fernández Santos, Ana María Matute —casi nadie me la ha mencionado en este proceso y hay mucho en él de Historias de la Artámila, por ejemplo— Luis Mateo Díez, Llamazares —¡qué hubiese hecho yo sin don Julio!—. Pero siempre hay mucho más que esas referencias directas, pues a cada momento la literatura llama a la literatura y la pareja de Marcos y don Rufino es quijotesca, el caballo es lorquiano, el germen de la madre es la Isidora Rufete de Galdós, la aridez del espacio con sus cúmulos de piedras le pertenece a Rulfo, el carro faulkneriano… Además, tengo que agradecerle a La marca del agua que me haya acercado a obras de la última década, de ese neorruralismo que mencionabais en la pregunta anterior, como a Intemperie, de Jesús Carrasco, que me parece una novela excepcional.
«Ningún autor debería temer la mirada privilegiada de un profesional que ha dedicado toda su vida a mejorar manuscritos».
¿Qué ha sido lo mejor y lo más duro al escribir este libro?
¿Lo mejor? Ser capaz después de casi treinta años de contar esta historia; haber hecho realmente un camino de vuelta sentimental. ¿Lo peor? ¡Lo que me costó escribir la novela! Sobre todo, hallar la voz, porque al principio estaba demasiado preocupada por epatar al personal y aquello sonaba más falso que un euro de madera. Hasta que un día, después de un enfado que entrará en los anales de la asignatura de Proyectos y una noche entera llorando como no debería de hacerlo una cuarentona de raigambre castellana, me dije: «Esto va a sonar como a mí me salga de… (y aquí que el lector complete con la parte del cuerpo que más le guste)». Creo que ese metafórico golpe encima de la mesa fue clave para el resultado final.
¿Qué fue lo que más te sirvió en el proceso de corrección?
Una vez le oí decir a Juan Carlos Márquez que él apenas corregía porque solo continuaba con un texto cuando se aseguraba de que lo que había escrito ya estaba a su gusto. A mí me ocurre algo parecido, lo que hace que avance muy lentamente. Puedo leer un párrafo cientos de veces y cambiarlo otras tantas. Además, mi ideación de los textos es siempre detalladísima. Solo os digo que el esquema de esta novela tenía veinte mil palabras. Así que, imaginaos… Cuando acabé, estaba todo tan trillado que ya apenas podía apreciar los fallos y para los que tenía claro que existían no encontraba el arreglo, pues, de alguna manera, te acabas obcecando. Fue en el proceso de edición donde se terminó de limar la novela y ahí Carolina Reoyo, mi editora, se convirtió en una persona clave para terminar de pulir aquellas aristas que podían disonar con la voz de Marcos o con su historia. Así que no es qué me sirvió más, sino quién: mi Carolina. Se suele hablar muy mal de los editores, pero o yo he tenido mucha suerte (que sé que también la he tenido), o la «leyenda negra» no está tan justificada. Ningún autor debería temer la mirada privilegiada de un profesional que ha dedicado toda su vida a mejorar manuscritos.
«No nací para decirles a otros adultos lo que tienen que pensar ni hacer con sus vidas».
Hay quien busca remover, educar, entretener, ¿qué efecto le gustaría provocar en los lectores a Montserrat Iglesias, qué la dejaría más contenta?
Educar, no, desde luego. Como soy profesora, sé muy bien lo que significa «educar» y lo hago a duras penas y con un éxito muy relativo entre mis alumnos. Ni educar ni adoctrinar. Eso mis lectores lo tienen que traer hecho de casa porque no nací para decirles a otros adultos lo que tienen que pensar ni hacer con sus vidas. Aunque esto suene muy poco exquisito, me gusta mucho cuando alguien que ha leído la novela me dice que le ha atrapado, incluso que le parece que la ha leído demasiado rápido; o cuando lo que me alaban es la manera en el que uso el lenguaje, haber conseguido un estilo depurado y literario era también una prioridad. Pero, si me tengo que quedar con un efecto, prefiero emocionar, conmover, que el lector sienta que el libro le ha dejado algo y que él se ha dejado algo en el libro. Ya sé que pico muy alto, pero por pedir…
Como cada vez que nos encontramos con algo muy bueno, nos crecen los dientes como lectores. Además, sabemos que eres una autora (y lectora) incansable. ¿Tienes otro proyecto del que te animes a adelantarnos un poco?
Sí lo hay, y espero retomarlo pronto, porque yo necesito mucha calma para escribir y esto ha traído cosas muy buenas, pero sosiego desde luego no. Ya escribí la historia de los abuelos y ahora viene la de los padres. Ya lo he dicho: familia y muerte. Se ambienta en el Madrid de los años 60 y retoma el personaje de Juan, el hijo de Marcos, e introduce a un nuevo personaje femenino, Lourdes. Los dos llevan el peso del protagonismo y la trama. De hecho, uso un narrador equisciente que se alterna en cada capítulo. No hay nada más aburrido que contar el argumento de una novela, pero os dejo cuatro imágenes: una terraza con sol de mañana, otra que mira al Parque del Oeste, el olor a jabón hecho en casa, un descampado y dos tiestos de hierbabuena.
Por último, si no fueras escritora, ¿qué más te hubiera gustado ser?
¡Ay, escritora! Eso es una palabra muy grande. Soy escritora porque escribo, o eso nos decía Alfonso Fernández Burgos. Pero no sé. Lo que me siento es profesora de Lengua y Literatura en Secundaria y eso es a lo que deseo dedicarme hasta que las fuerzas no me den para más. Pero, bien pensado, podría intentar tener dos oficios a la vez: de pequeña quería ser bailarina y monja. No conseguí ninguna de las dos cosas. A ver si ahora tengo más suerte.
Fuente: masterescueladeescritores.
La marca del agua, de Montserrat Iglesias
Las mentiras, cuando las dices, son ligeras; sin embargo, pesan cuando se escuchan. Además, Sara era tan lista que a lo mejor sabía las respuestas, como se barruntan todas las cosas que no se han llegado a confesar.
No tenía ninguna expectativa cuando escogí La marca del agua, de Montserrat Iglesias, como siguiente lectura. No conocía a la autora, no tenía siquiera referencias. En ocasiones es más el compromiso con las editoriales y distribuidoras que nos envían ediciones no venales lo que nos hace escoger uno u otro libro. Y así ha sido en esta ocasión.
Solo puedo decir cosas buenas de esta joya de libro. La voz narrativa tiene la fuerza de la primera persona, una suerte de monólogo interior que lleva el peso de la historia. En cierto modo me recuerda a Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes. Este diálogo consigo mismo ocupa la práctica totalidad del texto y nos lleva a acompañar a nuestro interlocutor, a través de sus recuerdos, reproches y silencios, nos muestra el collage que compone la vida, no solo de una familia sino también de un pueblo entero. Un pueblo marcado por las rencillas típicas entre vecinos —que si las lindes, que si las cabezas de ganado, que si la mujer de uno o el marido de otra— y de cómo estas determinaron los bandos «escogidos» durante la guerra civil. ¿A quién le importaban los ideales? Las evocaciones de nuestro protagonista nos muestran una realidad más común que la que suele aparecer en las grandes pantallas o en los libros más comerciales, llenos de héroes que luchan por sus ideas. Una realidad en la que hay blancos y negros, pero sobre todo grises.
[…] pero en el atardecer de agosto aquellos hombres tenían algo de las nubes que anuncian pedrisco justo antes de la cosecha. Por eso no nos acostamos. Por inevitable que sea, la desgracia siempre es mejor verla venir despierto.
Los personajes de Montserrat Iglesias, como la mayoría de las personas ante una situación en la que la integridad física o emocional —personal o familiar— se ve comprometida, se concentran en sobrevivir. Pero sobrevivir, en ocasiones, también es un peso.
Como en el Camí de sirga de Jesús Moncada, La marca del agua nos habla de un pueblo que está a punto de desaparecer bajo las aguas de un pantano. Hecho que la autora aprovecha para hablarnos del arraigo, de la pertenencia, de eso tan manido que consiste en «encontrar tu sitio». Quien no se siente desarraigado es porque está en el lugar correcto. O porque no necesita estar en un sitio concreto sino rodeado de unas personas, en un «no lugar». Otras, como la razón de ser de nuestro libro, ansían salir del pueblo que las vio crecer y en el que se encuentran sus raíces.
No se trata de que un sitio te pertenezca, sino de ser parte de un sitio. De que ese sitio te diga: «Tú eres mío». Eso es lo que ustedes tienen que yo no he tenido jamás.
Y va más allá, Montserrat Iglesias nos habla de identidad. De cómo nos marcan los nombres que nos dan, pero también, quizá sobre todo, los que nos quitan.
No me cabe duda de que me buscó, pero no pudo encontrarme, pues era la única persona que conocía mi nombre.
Como veréis, La marca del agua está lleno de poesía, una poesía latente que se esconde en las reflexiones del narrador, que en ocasiones pueden pasar desapercibidas pero que dotan a la lectura de un plus nada desdeñable.
En los arbustos habían salido los primeros brotes. «Se helarán», pensé. Las primaveras tempranas siempre acaban así.
Me reitero en lo dicho: todo un descubrimiento.
Fuente: Quelafont. 23 octubre, 2021.
Al rescate de la memoria sumergida
Montserrat Iglesias triunfa con su primera novela, ‘La marca del agua’, inspirada en el drama de la desaparición del pueblo segoviano de Linares del Arroyo, anegado por las aguas del pantano del río Riaza.
A su abuelo segoviano, Marcos Iglesias González, le recuerda como un hombre recio y callado, fiel al estereotipo del carácter castellano. «Solo hablaba en catarata cuando nos contaba lo que era su pueblo, que él consideraba que también era el nuestro», comenta a El Día de Segovia Montserrat Iglesias, autora de la novela ‘La marca del agua’ (editorial Lumen), una historia de ficción inspirada en Linares del Arroyo, el pueblo que su familia paterna tuvo que abandonar a principios de los 50. La localidad, enclavada en los márgenes del río Riaza, desapareció bajos las aguas del pantano de Linares y sus vecinos se establecieron, a partir de 1949, en un nuevo pueblo, llamado La Vid, en la provincia de Burgos.
Marcos y Genara, los abuelos de Montserrat, eran oriundos de Linares del Arroyo, del que tuvieron que marchar con sus dos hijos pequeños, Demetrio, de 8 años —el padre de la escritora—y Aristónico, que entonces era un bebé de apenas un año. Otros vecinos emigraron a Aranda, Segovia, Valladolid… pero ellos, como la mayoría, decidieron comprar tierras y casa en el pueblo burgalés de colonización.
El origen del libro —la primera novela larga de la autora madrileña, licenciada en Periodismo y Filología Hispánica— reside en la «nostalgia» que tenía su abuelo por «lo desaparecido», una añoranza que también detectó incluso en su padre y su tío Aristónico, que llegaría a ser alcalde de La Vid. La escritora palpó el sentimiento desde pequeña, en aquellos viajes familiares al pantano de Linares sin razón aparente, por cualquier mínima excusa.
«Cuando tenía 16 años —continúa Montserrat Iglesias— escribí un cuento que titulé ‘El Pantano’ que resultó fallido. No tenía la técnica [de escritura] pero tampoco la vida para entender lo que era la melancolía y la nostalgia. Sabía lo que era porque me lo habían transmitido, pero no podía verbalizarlo». A los 40 años fue cuando por fin escribió ‘La marca del agua’, que surgió como el proyecto fin de máster de narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid. «Me dije ¡es ahora o nunca! Nuestra generación somos casi los últimos que hemos oído directamente la narración de lo que pasó. Por eso —recalca— esa voz de hombre en primera persona, la del protagonista, con la que quería dar voz a los damnificados por el progreso».
En 1931 se notificó a los vecinos de Linares del Arroyo que su pueblo iba a ser expropiado y que desaparecería sumergido bajo las aguas del embalse que se proyectaba construir en sus tierras. Tal y como recuerda un cartel existente en La Vid, el Instituto Nacional de Colonización y autoridades municipales buscaron un nuevo emplazamiento para estos vecinos de Segovia. Lo encontraron cerca, en una finca de 2.500 hectáreas bañadas por el río Duero, con tierras fértiles de regadío y monte, apropiadas para la agricultura y la ganadería. De esta manera, los vecinos de Linares del Arroyo formaron La Vid en 1949, dos años antes de que se inaugurará el nuevo pantano del río Riaza.
«Claro que fue un drama», afirma. «La gente rehace su vida y claro que llega a ser feliz y prospera. No quería hacer a mis abuelos o vecinos y paisanos como víctimas porque ellos no se veían como tales. Salieron adelante con mucho esfuerzo pero nadie les reconoció el sacrificio». «Es mucho más que lo material —continúa la autora madrileña— porque también perdieron sus tradiciones y memoria. Sus muertos quedaron debajo del pantano y perdieron también un lugar, el que les habían legado y ellos iban a legar a sus hijos».
ACTO DE JUSTICIA. De esta manera, con ‘La marca del agua’ Montserrat Iglesias pretende que emerja una historia tan sumergida como el propio pueblo de Linares. «Es una humilde manera de hacer una pequeña justicia con esta gente», explica la escritora, que desvela cómo le llegó un mensaje de un vecino de Linares del Arroyo. «Gracias por dar voz a los que no la tenían, me decía. Ya solo con eso merece la pena haber escrito esta novela».
María Moral, a sus 86 años, que fuera vecina de Linares del Arroyo, le contó a la escritora madrileña la anécdota que da título al libro. «Ahora se desalojarían todos a la vez. Entonces cada vecino ponía una piedra a unos metros de su casa. Cuando llegaba el agua a la piedra, sabía que tenía que marcharse». La novela comienza cuando Marcos, el protagonista, se levanta y comprueba que el agua ha llegado a la marca. Vuelve a su casa para decírselo a su hermana Sara y la encuentra colgada de un machón de la cuadra. Conmocionado por el suicidio baja su cuerpo y e introduce el cuerpo en un carro, que tapa con una colcha que formaba parte del ajuar, para emprender un camino desde Hontanar del Río —nombre ficticio que alude a Linares— al pueblo nuevo.
Montserrat Iglesias, profesora de Secundaria, ha escrito la novela «desde la entraña y la exigencia literaria», bajo la inspiración de un hecho real, la desaparición de Linares del Arroyo, aunque con un relato basado en la ficción. «Para llegar al lector no tienes que estar pegado a la verdad porque quizá no puede encajarse en una trama», afirma la novelista. En ‘La marca del agua’ Linares del Arroyo se llama Hontanar del Río y La Vid es, simplemente, ‘el pueblo nuevo’. Aunque todo es ficción, Montserrat bautiza al protagonista con el nombre de su abuelo —Marcos— y desarrolla la trama en escenarios reales, para lo que contó con la ayuda, entre otros, de los ayuntamientos de la zona o de la casa del parque de las Hoces del río Riaza.
CASI 70 AÑOS DESPUÉS. El periodista, historiador y escritor segoviano Guillermo Herrero se preocupó hace años en investigar sobre el terreno sobre las consecuencias emocionales de la desaparición de Linares del Arroyo; al realizar diversas entrevistas en La Vid con vecinos oriundos del pueblo segoviano y sus descendientes. Herrero, que acompañó a Montserrat Iglesias en la presentación de su novela en Segovia (este pasado jueves 9 de diciembre en la Biblioteca Pública del Estado), explica que el pueblo quedó sentenciado en la Segunda República, cuando los vecinos recibieron notificación oficial de que se iba a proceder a la expropiación forzosa de todos los edificios y las tierras situadas en la ribera del río Riaza. Aquella era una época en la que no existían ni declaraciones de impacto ambiental ni había plazos para presentar alegaciones a proyectos de este tipo.
Aunque la Guerra Civil retrasó el proyecto, éste resurgió con fuerza en los años 40, hasta que finalmente se consumó a inicios de los 50. «Como no podía ser de otra manera, el abandono de Linares del Arroyo resultó traumático. Todas las personas mayores de allí a las que pude entrevistar, hace años, se sentían arrancados de su tierra», afirma.
«A mí me emocionaba —añade— encontrar octogenarios que en La Vid te enseñaban con orgullo su carné de identidad, donde se indicaba que habían nacido en Linares del Arroyo, o que tenían decoradas las paredes de sus casas con fotos de su pueblo natal. Algunos, incluso, me comentaban que, los años en que el nivel del pantano estaba más bajo, iban allí, a ver la torre de la iglesia de San Juan».
De acuerdo con Herrero, los hijos de Linares del Arroyo que todavía viven son capaces de describir, con sumo detalle, su pueblo. «Casi 70 años después, siguen añorando su pueblo». Para el periodista segoviano, cuando un pueblo se sumerge bajo las aguas, «sus vecinos no solo han perdido su casa o sus tierras; pierden algo más importante: sus raíces. Es eso precisamente lo que le ocurre al protagonista de ‘La marca del agua’, Marcos, que lucha por evitar que el cuerpo de su hermana muerta, Sara, quede bajo el agua». «Es una novela excepcional tanto por recuperar la historia de Linares del Arroyo como por la bellísima forma en que está escrita», recalca.
Fuente: eldiadesegovia.es – Sergio Arribas – sábado, 11 de diciembre de 2021
Montserrat Iglesias: «En la literatura se vive más que en la propia vida»
La autora madrileña debuta con ‘La marca del agua’, una novela sobre los pueblos desaparecidos por la construcción de pantanos
Montserrat Iglesias asegura que escribe desde que puede sujetar el lápiz. Unos cuantos años después de sus primeras letras sobre un folio, esta profesora madrileña publica La marca del agua (Lumen), una novela que refleja, desde la ficción, el drama que sufrieron los habitantes de esos pueblos sumergidos por la construcción de pantanos.
«Quise contar esta historia a los 16 años, al poco de morir mi abuelo», cuenta Iglesias, que ya pensó en un cuento sobre esta temática hace un par de décadas: «Solo he podido escribirlo cuando me he separado de la realidad y he viajado al terreno de la ficción». Porque Linares del Arroyo, el pueblo que tuvo que abandonar su familia, y Marcos, el protagonista, son la inspiración de La marca del agua. La autora insiste en que todo lo relatado en la novela es ficción.
El libro con el que Iglesias debuta en el género de la novela –antes escribió cuentos y novela corta– es según la escritora «una de las primeras novelas que refleja a un personaje que sufrió la desaparición de su pueblo». Porque la autora considera que, antes, «solo nos habíamos fijado en este suceso como testigos, observando desde fuera esa realidad». El silencio ha sido, históricamente, uno de los grandes problemas de la construcción de estos pantanos: «Mi generación, que ya tiene una formación mayor que la de nuestros antepasados, ya se atreve a escribir y a contar lo que sucedió, porque necesitamos saber la historia de nuestros antecesores». Iglesias, que trabajó durante un tiempo en los medios de comunicación, también achaca a estos la falta de reconocimiento popular del caso: «Gente que sufrió esta problemática cuentan que la notica era la última de los periódicos, tratada siempre con poca importancia».
Aunque La marca del agua no pretende dar lecciones ni tiene un fondo moralizante, Iglesias reivindica que «muchas personas se sacrificaron por el bien de las generaciones que venían después». «Este libro es un gesto que no significa mucho, pero sirve para recordar todo lo que estas personas pasaron», sentencia la escritora madrileña. El retrato de este suceso no es, sin embargo, una historia de enfrentamientos: «No es una obra de buenos y malos, porque hay que entender que todo tiene matices».
El drama de los pantanos en España ha pasado algo desapercibido con el paso de los años, pero une a más personas de las que se cree, ya que Iglesias asevera que «todos tenemos a algún familiar, a algún amigo o algún conocido con relación directa con los pueblos sumergidos o con los pueblos de colonización creados como resultado». Como ejemplo, la escritora narra su experiencia en las distintas presentaciones: «Mucha gente asegura que he utilizado la historia de su familia, porque se reconocen en la novela. Significa que algo he hecho bien».
Iglesias presentó el pasado martes en la librería Cálamo de Zaragoza una novela lenta, porque narra «un viaje en carro, un vehículo que no está hecho para correr». En una sociedad acostumbrada a los vídeos de pocos segundos y a las narrativas a toda velocidad, Iglesias emerge con un texto que «nació sin pensar una fórmula para asegurar las ventas». «Quizá voy a contracorriente, pero no me importa lo más mínimo», defiende la escritora.
Aunque la autora considera que su libro está destinado a «un público adulto, a partir de los 18 años», ve en los más jóvenes a un grupo que puede sentirse atraído por La marca del agua. «Este libro puede ser un asidero para todos esos jóvenes que hoy buscan sus raíces y quieren conocer sus orígenes», opina Iglesias, que ve que en la actual sociedad faltan referentes culturales y sociales: «En la novela encontrarán un sentimiento de identificación que les puede ayudar a crear comunidad».
La marca del agua es la historia de pueblos que fueron y que ya no son, una llamada a las nuevas generaciones para investigar lo que le ocurrió a sus antepasados. Una historia que se puede descubrir con la lectura: «No puedes sumergirte en el texto si estás pendiente de las mil notificaciones que suenan en tu teléfono. En la literatura podemos vivir más que en la propia vida».
Fuente: elperiodicodearagon.com – Sergio H. Valgañón – Zaragoza – 10·11·21
Montserrat Iglesias y ‘La marca del agua’
La familia de la escritora, Montserrat Iglesias, tuvo que abandonar en los años 50 su pueblo tras ser sumergido en las aguas de un pantano. Ocurrió hace setenta años, y ese nuevo pueblo en Burgos fue un asentamiento construido como otros de la época para albergar a más de 55.000 familias cuyas casas habían desaparecido bajo el agua de los pantanos por toda España.
Ahora ese desarraigo lo cuenta en la novela «La marca del agua». También les acercamos la obra literaria ‘2030’, un conjunto de historias que ha publicado Zenda bajo la atenta mirada de Arturo Pérez Reverte
Fuente: rtve.es – LIBROS DE ARENA EN RADIO 5 – 07.11.2021– 29:16
Agua y lava, el desarraigo cuando no hay un sitio al que volver
La familia de Montserrat Iglesias tuvo que abandonar en los años 50 su pueblo tras ser sumergido en las aguas de un pantano, un desarraigo que relata en una novela, la primera que escribe, sobre estas personas que no tienen un sitio al que volver, como les ocurre ahora a las víctimas del volcán de La Palma.
«La marca del agua» (Lumen) es la primera novela larga de Monserrat Iglesias (Madrid, 1976), profesora de Lengua y Literatura de Secundaria, una obra de ficción basada en la historia real de su familia.
Ocurrió hace setenta años, cuando tuvieron que emigrar de un pueblo de Segovia a otro de Burgos surgido de la nada, un asentamiento construido como otros de la época para albergar a más de 55.000 familias cuyas casas habían desaparecido bajo el agua de los pantanos por toda España.
A pesar de que conoció el pueblo de su familia ya sumergido, Iglesias ha sentido en las últimas semanas muy cercano el sufrimiento vivido por los habitantes de la isla de La Palma afectados por la erupción del volcán.
Un sufrimiento que cree más duro que el de sus antepasados, ya que no han tenido tiempo ni de prepararse psicológicamente ni de recoger sus enseres, explica a Efe.
Pero asegura que el sentimiento de desarraigo será el mismo que el que experimentaron esas personas cuyas casas quedaron bajo el agua: «en Linares no hay sitio al que volver y en esa zona de La Palma no hay sitio al que volver. No es emigrar porque no se puede volver».
Linares del Arroyo era un pueblo de Segovia que desapareció bajo un pantano y del que era la familia de la escritora, una localidad que en su novela se llama Hontanar. Y se tuvieron que trasladar a La Vid, en Burgos, el «pueblo nuevo» en el que se instalaron, un sitio que surgió de la nada hace setenta años.
«No se parece a ningún pueblo castellano, ni a ninguna otra localidad de nuestro país. Eso no quiere decir que sea único. Tiene cientos de gemelos, hermanos y primos hermanos desperdigados por toda la península: los asentamientos que hizo construir el Instituto Nacional de Colonización durante los años 40, 50 y 60», dice Iglesias.
Pantanos que habían sido diseñados bajo la política hidráulica que se impulsó durante la Segunda República y se alargó durante los años del franquismo.
La Vid, agrega, es un lugar «huérfano de dueño» que, sin despoblarse del todo, como otros pueblos de Castilla, «ha estado, de algún modo, siempre vacío, pues ya nació con el espíritu en otra parte».
Porque, desde que tiene memoria, la autora ha hecho todos los veranos con su familia el camino a Linares, a intuir ese pueblo sumergido bajo las aguas.
Y por eso confía en que su novela transmita «lo que sintieron aquellos hombres y mujeres al abandonar la tierra en la que sus antepasados les habían construido un mundo que deseaban dejar como legado a sus hijos».
«Su desarraigo, su nostalgia, su pena, su pérdida irremediable e irremplazable», algo que revivían cada verano al ir «de peregrinación» a ver «el agua» que, por otra parte, dio la vida a otros pueblos, explica.
«Como decía uno de los vecinos del pueblo, ‘tuvimos que morir para que vivieran otros'», recuerda la escritora, ya que el pantano permitió a otras localidades de la zona tener regadíos.
En ese éxodo obligatorio, lo más duro y doloroso, señala Monserrat Iglesias, fue «dejar a los muertos»: en otros pueblos que pasaron por lo mismo trasladaron el cementerio pero no en Linares, donde «los muertos se tuvieron que quedar bajo el agua».
Es lo que intenta evitar Marcos, el protagonista de la novela «La marca del agua», pocos días antes de que las aguas terminen de inundar el pueblo y después de descubrir el cuerpo de su hermana colgado de una soga en la cuadra.
Envuelta en la colcha que bordó durante años para un ajuar que nunca será utilizado, Sara realizará su último viaje en un intento de su hermano de darle reposo lejos del agua, mientras recuerda la historia familiar.
Por Carmen Naranjo
Fuente: EFE.com – Madrid. 8 oct. 2021
A Media Luz: Entrevista Montserrat Iglesias
Hablamos con Montserrat Iglesias sobre su novela “La marca del agua” editada por Lumen.
Fuente: podcast.appel.com
“La marca del agua”, la memoria del pueblo náufrago de Linares del Arroyo
En la provincia de Segovia hay más de 800 pueblos y aldeas fantasmas. Enclaves en su día poblados que desaparecieron en silencio. Odiseas personales, sagas, patrimonio, que se disolvieron con el paso de los siglos sin dejar otro rastro que las trazas de los muros. Quizá el caso más espectacular es el de Linares del Arroyo, pueblo náufrago cuyo esqueleto yace hoy bajo las aguas del pantano homónimo, en Maderuelo.
Pero, 70 años después de que “el desarrollo” anegara la última casa, Linares nos habla y nos cuenta su historia de la mano de La marca del agua, de Montserrat Iglesias. Estamos ante un sorprendente debut editorial, cargado de calidad y cuya prosa y ritmo recuerda a Llamazares, a Delibes, a Fernández Santos. “Mis abuelos tenían una fonda en Linares. Mi padre tenía 8 años cuando se fueron al pueblo nuevo, a La Vid, en Burgos. A los 18 emigró a Madrid, y es curioso, tanto le marcó lo del pantano que siempre se consideró segoviano”, explica esta autora, de 45 años y profesora de instituto en Vicálvaro.
Así que Iglesias es una mujer con dos pueblos, o tres considerando Madrid. Uno era La Vid, el poblado construido por el Instituto de Colonización para alojar a los desalojados de Linares. El otro estaba bajo las aguas. “Mi abuelo nos llevaba a mi hermana y a mí a orillas del pantano, nos contaba aquí está esto, allá lo otro, y nosotras solo veíamos una lámina de agua. El abuelo nos grabó a fuego esa nostalgia. Cuando murió, tenía yo 16 años, escribí un cuento, no lo terminé. Con 40 me apunté a la escuela de escritores, teníamos que escribir una novela, me dije, ahora o nunca”. La prestigiosa editorial Lumen acogió el manuscrito que se ha convertido en un fenómeno editorial.
La historia del pantano arranca en la Segunda República, con un proyecto que hubiera supuesto acabar con las Hoces del Riaza. Pero sería en la posguerra que, rediseñado, se empezaría a construir. En 1950 empezó a turbinar electricidad y el agua fue reptando casa por casa. “Le llamaban el Camino de chispa. frente a cada casa se ponía una piedra, cuando el agua llegaba a la piedra era tiempo de desalojar”, cuenta Iglesias. El agua llegó a la última piedra en 1953. Entre lo primero que anegó estuvo el cementerio. “Hoy es impensable. En España los pantanos obligaron a desalojar 300 pueblos, y Linares fue de los primeros. Tanto que se dejaron a los muertos allí, en el cementerio bajo el agua. Algo traumático que en posteriores pantanos se corrigió”.
Y también empieza allí la novela. Marcos está solo en el pueblo de Hontanar del Río -trasunto de Linares en la ficción- los pocos vecinos que quedan están a 20 kilómetros, en el “pueblo nuevo” donde se sortean los lotes de las nuevas tierras. Al regresar a su casa Marcos se encuentra a su hermana colgando de una viga. No hay cementerio. Será la última muerte del viejo pueblo y la primera del nuevo, así que toca cargarla en un carro en un viaje en el que Marcos hilvana recuerdos con personajes variopintos que le salen al paso.
Por encima y por debajo del relato late la tragedia de un pueblo sacrificado en aras del progreso y que naufragó entre la indiferencia general y la omnipotencia del totalitarismo. Era un precio a pagar por el riego, por la luz… “Ellos lo sabían, sabían que era «por el progreso”, pero sabían también que no fueron en absoluto bien tratados, que fue una imposición brutal, una devastación emocional que les inundaría de nostalgia para el resto de la vida”, cuenta Iglesias.
El pueblo, de unos 500 habitantes cuando fue devorado por el pantano, se dividió en dos, los que partieron a Madrid y a las grandes ciudades. A los que tenían casa en propiedad (los que no porque vivían en casas de familiares, nada de nada) Colonización les permutó morada y propiedades por una casa nueva en La Vid, y un lote de tierras, con su parte de secano, bosque y regadío. Todos iguales. “A algunos, que tenían muchas tierras, pues les fue peor, a los más pobres, pues mejor”. Para todos fue una vida nueva en unas casas diminutas sin luz ni agua presididas por la nostalgia de las raíces seccionadas.
El pueblo era un fantasma submarino cuando Montserrat nació. Con la sequía, a veces asomaba la torre de la iglesia. Pero la historia seguía latiendo en el corazón de los protagonistas. “Y yo he querido contar esa historia, de rabia, de injusticia, pero sobre todo de nostalgia. Además, sabía que tenía que hacerlo. Yo, mi hermana, los de mi generación, somos los últimos que hemos oído la historia directamente de nuestros abuelos”.
Albacea de la memoria emocional de un pueblo muerto, con todos estos elementos Iglesias aborda una ficción que cala hondamente en el lector y salva del silencio el asesinato de un pueblo. El 9 de diciembre la autora, junto con el librero y periodista Guillermo Herrero, presentan la novela en la Biblioteca de Segovia.
Fuente: acuerducto2.com
Personajes de La marca el agua
- Marcos, el narrador. El mudo, el metido pa´dentro. Es rubio, pero parece mayor. Siente que es un fraude. Su mujer le dice que no es listo. Sigue siendo un niño de ciudad a pesar de sus treinta años. Tiene un rebaño de ovejas y piensa atender también las tierras que ha comprado.
- Don Rufino Fonseca, párroco de Hontanar, no es un cura muy leído. Nunca está ni donde debe ni donde se le espera. Nunca está a tiempo, será porque no lleva reloj. De barba encanecida, larga y poblada. Cipri, el ama dice que no está bien, que está perdiendo el oremus.
- Noble, un caballo al que le gusta mirar; es un macho joven y fuerte que quiere sentirse útil.
- La Vitoria, la mujer que cree que no le han dado su sitio en la casa porque su habitación está en la planta baja, cerca del corral y los animales. Su cuerpo es sólido y prieto, como la tierra buena.
- Sara, la hermana. Cuando se desvela, se levanta a coser. Y ya ha terminado la colcha, los últimos flecos. Ahora pesa mucho más que un sueño. Alta y morena, como madre. Siempre ha confiado en Marcos, aunque obedeciera a madre. Tiene una larga trenza negra. Quería ser maestra. En el sanatorio de Madrid la trataban como a una loca cuando solo era desgana… Desprende luz, pero solo quiere salir de aquí.
- Madre, María Valle, viuda de Cristóbal y dueña de la fonda, que disfruta viendo sufrir a Vitoria. Se equivoca en todo excepto cuando se trata de dinero. Es muy viva. No es guapa ni fea, es una madre. Alta y morena. Sabe de modales sociales, de telas, de sombreros. Se hizo lista cuando volvió al pueblo. Tiene criterio.
- Gabriel de los Cobos, se ha comprometido con Sara. Es todo un ingeniero. Lo anunciaron los rumores, el retrato de la escuela… Es un buen mozo. Seguro y bien plantado. Madre alemana y padre segoviano. Era capaz de pintar la pena de Sara sin haberla visto. No sabe que ha estado queriendo a una mujer que está de retorno.
- Y Cristóbal, rubio, como Marcos: para madre era solo Cristóbal, para Marcos el tío Cristóbal, para la Patro –blanca y seca y que olía a sudor viejo– don Cristóbal. Era parte de la casa de Madrid solo por las tardes, cuando llegaba a la casa de María Valle; y Juan, el hijo de Marcos y Vitoria, pajizo y blanco, como su padre. Es listo, muy pronto le enseñó a leer su tía. Y el tío Joaquín y la tía Aquilina; y Basilio, el Herrero que se desdice de su apodo de Cantamañanas, que dice que este pueblo de cobardes merece que lo ahoguen después del asesinato de su padre. Y los Corrales, a los que siempre se les ha dejado hacer, como si cada tajada que cortasen se saliera de nuestras costillas. El Satur, que tiene unas orejas que solo se las pone coloradas Gabriel; y Justo Gil… y las ovejas, y los buitres, y los cortados. Y el agua, que lo va a cubrir todo… Hasta a los muertos.
Fuente: laslecturasdeguillermo.wordpress.com
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