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Obispos de Huelva y de Madrid consagran el Santo Crisma en la Misa Crismal. 2025.

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Portada: Cardenal José Cobo, Arzobispo de Madrid, y Obispo Santiago Gómez, obispo de Huelva.

Solemnes eucaristías presididas por Santiago Gómez Sierra en Huelva y José Cobo Cano en Madrid.

El Misal indica que «la Misa crismal que concelebra el obispo con su presbiterio ha de ser como una manifestación de la comunión de los presbíteros con él». En esta celebración, después de la homilía, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales. El óleo de los enfermos se bendice antes de terminar la plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tienen lugar, por este orden, antes de la bendición final de la misa.

Han reunido a sus presbiterios diocesanos en un signo de unidad y comunión en torno a la bendición de los santos óleos y la consagración del Santo Crisma.

Misa Crismal en la catedral de la Merced, Huelva. 2025

La Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Merced ha acogido en la mañana de este martes la celebración de la Misa Crismal, presidida por el Obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra. La eucaristía ha dado comienzo a las 11.00 horas y ha contado con la participación de numerosos presbíteros llegados desde distintos puntos de la diócesis, además de diáconos, seminaristas, religiosos y fieles laicos que han querido unirse a este momento tan significativo para la Iglesia local.

Durante la celebración, como es tradición, se han consagrado el Santo Crisma y se han bendecido los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, que serán utilizados a lo largo del año en la administración de los sacramentos en todas las parroquias y comunidades. La Misa Crismal constituye uno de los momentos más solemnes del calendario litúrgico, al reunir a todo el presbiterio en torno a su obispo en un signo visible de comunión eclesial.

Durante la liturgia, el prelado dirigió a los presentes una homilía de profundo contenido espiritual y pastoral, centrada en la vivencia del sacerdocio y en las exigencias que de él se derivan para quienes han sido configurados con Cristo Cabeza. A continuación, se reproduce íntegramente dicha homilía:

Homilía de Mons. Santiago Gómez Sierra – Misa Crismal 2025

“La Misa Crismal, como sabéis, aunque por razones pastorales la anticipamos al Martes Santo, pertenece a la celebración del Jueves Santo, día en que hacemos memoria de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. Por eso dentro de unos momentos, recordando nuestra ordenación sacerdotal, vamos a renovar las promesas sacerdotales, agradeciendo al Señor el ministerio al que hemos sido llamados. Jesús, el Buen Pastor, compadecido de todos los que andan por la vida cansados y agobiados como ovejas sin pastor, ha querido asociarnos a su misión, para apacentar Él mismo en la persona de los sacerdotes a su pueblo.

Podemos recordar con emoción los signos de nuestra ordenación, que nos hablan de todo lo que Jesús nos dio: la imposición de manos, la unción con el santo Crisma, el revestimiento con los ornamentos sagrados, la participación inmediata en la primera Consagración… Es verdad que todo puede estar adormecido o tapado por las preocupaciones de la vida, por el desgaste del tiempo o por el pecado; sin embargo, en el fondo, permanece intacto el don de Dios y siempre puede ser renovado. Oigamos, dicha para nosotros hoy, la recomendación de Pablo a Timoteo: “te recuerdo que avives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (2 Tm 1,6).

La grandeza del don recibido con nuestro sacerdocio no encubre nuestra pequeñez personal. Nuestra gratitud debe inspirarse en el Magnificat de María: “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,47-48). Cada uno de nosotros sabe que es sacerdote porque el Señor ha mirado con bondad su pequeñez.

Precisamente, en el contexto de la Misa Crismal el Papa Francisco decía: “El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas.”

¿Cómo despabilar el don de Dios que hemos recibido por la imposición de manos en nuestra ordenación? Sin duda, viviendo la humildad y la obediencia, abrazando y apreciando el celibato, e incluyendo en nuestra vida concreta la pobreza voluntaria.

Obediencia, castidad y pobreza son las tres peculiares exigencias espirituales propias del presbítero, señaladas por el Concilio Vaticano II en el Decreto Presbyterorum ordinis (cf. P.O. 15-17).

Y, a veces, por el debilitamiento de nuestro radicalismo en el seguimiento de Jesús, dejamos de prestarles atención como signos evangélicos inconfundibles.

Primero, humildad y obediencia, entendida como aquella disposición de ánimo por la que un sacerdote está siempre pronto a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que lo ha enviado. Esta voluntad divina la descubrimos y la cumplimos en las circunstancias de la vida, en el servicio al pueblo que nos ha sido confiado y en los múltiples acontecimientos de la propia existencia. Aceptar y ejecutar con espíritu de fe lo que manda o recomienda el Papa o el Obispo, con disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera, gastándose de buena gana en cualquier cargo confiado, será posible desde la humildad y la obediencia. Si no se vive la humildad, entonces rige el amor propio, que hace inaceptable la obediencia y señala toda autoridad en la Iglesia como autoritarismo arbitrario.

Segundo, el celibato, vivido como la Iglesia lo entiende, es signo y estímulo de caridad pastoral y fuente de fecundidad apostólica. En el asunto de la castidad es experiencia reciente de la Iglesia comprobar cómo el escándalo de los abusos afecta la percepción del sacerdote y entorpece el ejercicio de nuestro ministerio.

Estamos obligados a hacer un sincero examen de conciencia, particularmente en esta materia. A veces, hemos abierto sin pudor las ventanas de la interioridad. Seducidos por las nuevas tecnologías, podemos vivir volcados al exterior del ordenador y el móvil, jugando con el riesgo del escándalo. Por el contrario, vivir el celibato es guardar fidelidad renovada a la única Esposa de Cristo, a la Iglesia, que es la parroquia o la comunidad encomendada, los que bautizamos, las familias que acompañamos, los enfermos que visitamos, los jóvenes de la catequesis, los pobres que acuden a nosotros. En todas estas relaciones el celibato es fuente de fecundidad. Debemos pedir humildemente este don, tener ante los ojos su significado, y emplear sin excusas ni subterfugios los subsidios sobrenaturales y naturales y las normas ascéticas que la sabiduría de la Iglesia nos ofrece para poder vivir castamente.

En tercer lugar, estamos invitados a abrazar la pobreza voluntaria.

Alguien ha dicho que no somos felices porque no somos pobres.

Evitar hablar de dinero no presupone virtud; puede ser, con frecuencia, falta de ella. La pobreza entendida en nosotros, sacerdotes diocesanos, como el uso común de las cosas, evitando todo lo que pueda alejarnos de los pobres, apartando de nuestro estilo de vida toda vanidad. Hoy la Iglesia nos proporciona lo que necesitamos para nuestra honesta sustentación. No se justifica una ansiedad por acumular bienes de cara al futuro, al contrario, estamos invitados a emplear lo que nos sobra en bien de la Iglesia y en obras de caridad con los pobres, nunca para aumentar la hacienda propia. La pobreza y austeridad que se nos pide hará verdad esa condición del discípulo de Jesús, que vive en el mundo sin ser del mundo, y nos hará verdaderamente libres para seguir las llamadas de Dios en nuestra vida. Si no abrazamos este género de pobreza, nos haremos acreedores de la denuncia de san Pablo, cuando dice: “hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su dios, el vientre, su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas” (Fil 3,19).

Queridos hermanos y hermanas, el sacerdocio es un don de Dios para el llamado y para el pueblo cristiano al que es enviado. Al don de Dios, la Iglesia responde con acción de gracias, fidelidad, docilidad al Espíritu y con una oración humilde e insistente. Los sacerdotes pidamos por las comunidades cristianas que tenemos encomendadas, y vosotros, queridos fieles, rezad también por nosotros. Una Iglesia misionera demanda sacerdotes que se esfuercen por vivir su ministerio como camino de santidad, porque las obras de Dios las hacen los hombres de Dios.

Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, acoge, protege y acompaña a los sacerdotes en su vida y en su ministerio, y a todos tus hijos e hijas. Amén.”

Al término de la homilía, como es habitual en esta celebración, los sacerdotes han renovado sus promesas sacerdotales, en un gesto de comunión y unidad con su obispo y con la misión encomendada por la Iglesia.

La celebración ha concluido con palabras de agradecimiento por parte del obispo a todos los presentes, con un recuerdo especial para los presbíteros enfermos y mayores, así como por las vocaciones sacerdotales, que siguen siendo una prioridad en la oración y en la acción pastoral.

Este encuentro litúrgico, vivido en el corazón de la Semana Santa, deja una profunda huella espiritual en todos los asistentes, renovando el compromiso de servicio y santidad de toda la comunidad eclesial.

Tal y como explica la Delegación Diocesana para la Liturgia, el Martes Santo en la Misa Crismal concelebra el Obispo y su presbiterio. Es una de las celebraciones en las que se pone de relieve la plenitud sacerdotal del Obispo, que es tenido como gran sacerdote de su grey y como signo y garante de la unión de sus presbíteros con él. Los sacerdotes renuevan ante el Obispo las promesas que hicieron el día de su ordenación, se lleva a cabo la bendición de los óleos y se consagra el crisma. El óleo es aceite de oliva. En cambio, el crisma es una mezcla de aceite de oliva y perfume. La consagración es competencia exclusiva del Obispo. Dentro del rito de consagración destaca el momento en el que el Obispo sopla en el interior del recipiente que contiene el Crisma (crismera) como signo de la efusión del Espíritu Santo. 

El santo crisma y los óleos serán llevados a todas las parroquias donde, de un modo solemne y expreso, son presentados, como expresión de unidad, en la Misa Vespertina del Jueves Santo en la que se conmemora la Cena del Señor.

Fuente: diocesisdehuelva.es

Catedral de Huelva en la Misa Crismal 2025.
Consagración del Santo Crisma. Huelva 2025.

Misa Crismal en la catedral de la Almudena, Madrid. 2025

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa crismal (15-04-2025)

Agradezco vuestra presencia en esta eucaristía tan significativa. Un año más como presbiterio de nuestra Iglesia diocesana, venimos a agradecer el don del sacerdocio y a renovar juntos la entrega de nuestras vidas al servicio de este pueblo de Dios sacerdotal que peregrina en Madrid.

Gracias a todos los miembros del pueblo de Dios que hoy nos arropáis, laicos y laicas, consagrados, consagradas, que impulsáis nuestro ministerio y nuestras vidas y os comprometéis desde la dignidad bautismal en esta única misión evangelizadora que compartimos.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Son las palabras del Profeta Isaías que Jesús lee en la Sinagoga de Nazaret, y que nos narra el evangelista Lucas como el primer ministerio de Jesús en su vida pública, después de la experiencia del desierto y el bautismo. Es el texto que se proclama cada año en la misa crismal. Jesús hace suyas estas antiguas palabras del profeta Isaías. Unas palabras que cada uno de nosotros puede hacer ahora nuevas y decir en verdad. Todo bautizado, todo sacerdote, todo obispo puede hacerlas suyas, porque el mismo Espíritu que nos ha ungido en el bautismo, en la confirmación, en la ordenación sacerdotal. Es el mismo Espíritu con el que el Padre unge al Hijo; el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés y les hizo comprender lo que no habían entendido, les cambió la vida, les envió a anunciar el evangelio al mundo entero como testigos hasta dar la vida.

En esta celebración, pedimos que se renueve en nosotros esta misma unción para continuar la misión de Cristo: ungidos por el Espíritu para ungir al mundo con amor.

Sí, hemos sido ungidos y enviados a ser cauces de esta única misión en la que Cristo sigue empeñado. En la oración de consagración del crisma pediremos a Dios Padre “que se digne bendecir y santificar el ungüento para que aquellos cuerpos que van a ser ungidos con él sientan interiormente la unción de la bondad divina…”

Somos ungidos para hacer sentir a todos la ternura de Dios. A los cercanos y a los lejanos, a los que creen y a los que dudan, a los sanos y a los heridos por la vida. Porque nuestro pueblo sigue necesitando sanación, escucha, acogida, reconciliación. Hay heridas que solo se curan con presencia compasiva, con gestos sencillos de paz.

Es a esta realidad a la que somos enviados a llevar la unción de la bondad divina. Unción que hemos recibido no para dividir ni imponer. Es para construir puentes donde otros levantan muros, para sembrar concordia donde hay polarización, para anunciar esperanza allí donde reina el desencanto.

También somos ungidos y enviados a nuestro propio presbiterio. Necesitamos abrir el ánfora de la unción del Espíritu de la unidad y la comunión entre nosotros. A veces eso cuesta, pero necesitamos que, por medio de cada uno de nosotros, hoy se extienda la fragancia de la unidad en el amor; y su aroma llegue a nuestros corazones, a nuestros encuentros, a nuestros consejos pastorales, familias y comunidades. Necesitamos la unción de la unidad con la disponibilidad de cada corazón ungido.  

Unción también para solucionar nuestros conflictos y roces, siempre desde la verdad de la Eucaristía que compartimos. Es la que nos ayuda a poner en la patena esos conflictos y poder solucionarlos desde el amor entregado del Maestro y solo bajo su mirada, y no como lo hace nuestro mundo.  

Por todo eso hoy renovamos nuestras promesas sacerdotales, y pedimos la gracia de la fidelidad al don recibido en esta Iglesia diocesana concreta. La unción permanece en nosotros y nos imprime carácter. A nosotros se nos pide permanecer en ese amor que se nos ha regalado. Permaneciendo seremos ciertamente consolados, se llenará de gozo nuestra vida, y la alegría nos abrirá sus puertas, más allá de la fatiga, del cansancio de la tarea y las dificultades de cada día.

Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.

Al renovar nuestras promesas sacerdotales, os invito con sencillez a no perder la mirada de nuestra tarea en Cristo. Sin distracciones, pero no lo hagamos solos: unámonos a esa nube de testigos de la que habla la Carta a los Hebreos. (cf. Hb 12,1-3) Es nuestro pueblo fiel, que participa del sacerdocio de Cristo por el bautismo y nos acompaña con su fe y su esperanza.

Mirando a Cristo a través de su pueblo, me atrevo a presentaros tres ánforas de este óleo que quiero pediros abrir, para que su perfume siga llegando a nuestra diócesis. Son tres perfumes de la unción que hemos recibido y que, si las abrimos, pueden llenar de fragancia nuestras comunidades. Son símbolos vivos de lo que somos y de lo que estamos llamados a renovar:

1.- El ánfora del bautismo que estamos subrayando este curso. Os pido seguir ayudando, desde nuestro ser pastores, a profundizar en el bautismo a cada miembro de la Iglesia y, en especial, de los laicos para que reconozcan su dignidad.

Pongamos nuestro corazón sacerdotal en medio de ese pueblo sacerdotal que se nos confía, para que acoja con fuerza y creatividad su bautismo y la llamada a ser parte de la evangelización. Sabiendo que nuestra vocación nace de la suya, se enraíza en su fe sencilla y se sostiene en su oración silenciosa.

2.- El ánfora del discernimiento comunitario. Esta es la que nos habla del perfume del discernimiento compartidoLa unción que recibimos no nos separa ni nos eleva. Al contrario, nos entrelaza, nos implica unos con otros.

Tampoco la misión que se nos ha confiado es fruto de nuestros planes, sino de un envío que nos supera. Por eso, necesitamos continuar trabajando, codo a codo, con las comunidades cristianas y con los sacerdotes cercanos, siempre al servicio de nuestro pueblo fiel.

El discernimiento lleva a no tomar decisiones solitariamente, sin dar razones o sin escuchar a los otros. En cada diócesis no somos islas ni piezas separadas de un gran rompecabezas. Saboreamos y  acogemos que “somos miembros de un mismo cuerpo, miembros los unos de los otros.” (cf. Rom 12,5).

Es por eso que, amasados en la misma unción, quedamos implicados con nuestros consejos, con los sacerdotes de nuestros equipos parroquiales y con los del arciprestazgo para escuchar, unos con otros, la voluntad de Dios en cada momento. Este discernimiento nos está llevando directamente al corazón de la sinodalidad, a un nuevo modo de mirar la pastoral, no como gestión de tareas, sino como escucha conjunta del Espíritu que habla en medio de su Iglesia.

3.- La tercera ánfora es la del perfume más necesario de este tiempo: el ánfora de la esperanza. El evangelio de Lucas nos recuerda que Jesús fue ungido para “proclamar el año de gracia del Señor”.

Este año jubilar, que el Papa Francisco ha querido dedicar a la esperanza, es una oportunidad providencial para que volvamos a decirle al mundo que no todo está perdido, que Dios no se ha ido, que la gracia sigue brotando. “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.” (Rom 5,5) y así anunciamos que “Jesús es nuestra esperanza.” (1Tim 1,1)

Y ahora, hermanos, abramos las ánforas como tan bien sabéis hacer. Dejemos que su perfume nos invada. No nos limitemos a llevar los óleos a nuestras parroquias: llevemos también el alma renovada, la fe encendida y la alegría de estar juntos y ungir.    

Queridos hermanos sacerdotes, es un gozo veros. Gracias por acoger la unción con disponibilidad para servir al pueblo santo de Dios.  En este momento quisiera tener un recuerdo lleno de afecto y agradecimiento a los hermanos sacerdotes que, por su edad o por la enfermedad, no pueden estar aquí con nosotros en esta celebración. Siguen ungidos por el don imperecedero del Espíritu y, como miembros de este presbiterio, participan con su testimonio de vidas orantes y ofrecidas en oblación a la voluntad de Dios, en la misión de anunciar el evangelio de Jesús, en esta Iglesia de Madrid. Gracias por ellos.

Y a todos vosotros, gracias por vuestro testimonio y el bien escondido que hacéis a tantos. Gracias por vuestro ministerio que con frecuencia realizáis con poco reconocimiento y con viento contrario. Seguid remando juntos, en nuestra barca está presente el Ungido por el Espíritu del Padre. Y sigamos escuchando sus palabras: estoy con vosotros, no tengáis miedo, echad las redes.   

Consagración del Santo Crisma. Madrid 2025.

Fuente: archimadrid.org  

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Sacerdote católico y agustino (OSA). Pedagogo, educador, evangelizador digital. Aljaraque (Huelva) España. Educación: Universidad Pontificia Comillas.
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