El Papa Francisco: Los ancianos.
La ancianidad riqueza de frutos y bendiciones
Nuestros mayores son fuente de consejos, de experiencia y de conocimiento. Sin embargo, están dentro de una sociedad dónde cada día son más descartables.
Rueda de prensa en la que intervinieron Mons. José Mazuelos Pérez, presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida y Álvaro Medina, presidente del Movimiento Vida Ascendente para presentar este documento.
Presentación de las orientaciones para la pastoral de las personas mayores
El presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Mons. José Mazuelos, y el presidente del Movimiento Vida Ascendente, Álvaro Medina, presentan el martes 24 de mayo de 2022, el documento «Orientaciones para la pastoral de las personas mayores: La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones».
Presentación de las orientaciones para la pastoral de las personas mayores
El presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Mons. José Mazuelos, y el presidente del Movimiento Vida Ascendente, Álvaro Medina, presentan el martes 24 de mayo de 2022, el documento «Orientaciones para la pastoral de las personas mayores: La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones».
¿Por qué este documento?
La Asamblea Plenaria acordó en su reunión de abril de 2021 la creación de una comisión de trabajo dedicada a la pastoral de las personas mayores, dependiente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida.
El documento que hoy se presenta es un punto de partida para consolidar los trabajos que, desde múltiples realidades eclesiales, se desarrollan en el mundo de los mayores y poner en marcha, allí donde sea necesario, ese servicio pastoral a los ancianos.
Cuatro ideas de partida
El documento propone como base cuatro ideas de partida. La visión respetuosa y llena de admiración ante la ancianidad que nos muestran la Escritura y la más antigua tradición cristiana, en la que se subraya la profunda vinculación de las personas mayores con sus familias, contrasta con la realidad que se nos impone en los albores del tercer milenio que nos toca vivir.
En lo relativo a la dimensión social, los mayores han perdido visibilidad: no gusta lo viejo, parece que la ancianidad es una enfermedad contagiosa, se ha pasado de una gerontocracia a una dictadura de la eterna juventud.
En nuestra sociedad, donde va creciendo la cultura del descarte y la exclusión de las personas poco productivas, que suelen ser las más vulnerables, y donde van cambiando las condiciones familiares, políticas y sociales, no siempre «la riqueza de los años» es entendida como la bendición de una larga vida, es decir, como un don, sino como una carga.
Todos nos debemos sentir invitados a estimar y valorar a las personas mayores, a ayudarlas en sus necesidades pastorales y acompañarlas para que puedan ser protagonistas de su propio acompañamiento pastoral, impulsando su rol activo en la Iglesia y en la sociedad.
Retos de las personas mayores
En la primera parte del documento se exponen los retos que se les presentan a las personas mayores. Y el primero que señalan es el “drama de la soledad no deseada”. Un drama, puntualizan, que no es exclusivo de las personas mayores, “aunque sí es cierto que a medida que se van cumpliendo años es más probable que aparezcan factores que pueden aumentar el riesgo de sufrirla”.
Según las estadísticas, la soledad representa un grave problema personal para alrededor de la décima parte de los mayores. Por tanto, “es vital –afirman los obispos- tomar conciencia de la relevancia que puede tener el sentimiento de soledad en las personas mayores, no para caer en el alarmismo sino para valorar la importancia de su prevención y tratar de evitar que sea una experiencia que se mantenga en el tiempo. Salir al paso de esta soledad nos incumbe a todos, no es exclusivamente una responsabilidad de la persona mayor que la sufre o de la familia, lo es también de las instituciones sociales y de Iglesia”.
El segundo reto que presentan es fomentar el diálogo y la convivencia entre generaciones. Como ejemplo de este intercambio señalan que “los jóvenes tienen en cuenta la sabiduría y ven en los mayores puntos de referencia y modelos de fidelidad. Y cuando el futuro genera ansiedad, inseguridad, desconfianza, miedo, el testimonio de los ancianos puede ayudarles a levantar la mirada hacia el horizonte y hacia lo alto. Precisamente porque los mayores llevan un recorrido largo en esta vida y han vivido muchas etapas difíciles, pueden mostrar a los jóvenes una perspectiva de la vida real y no ficticia, como a veces se construyen, motivados quizá por la sociedad y el tiempo en el que viven”.
Por su parte, “los jóvenes ayudan a los mayores a sumergirse en el momento presente tan avanzado en el uso de la tecnología y en tantas ramas del conocimiento que a los mayores les resulta desconocido y casi un reto enfrentarse a ello”.
El tercer punto en este capítulo dedicado a los retos, se centra en “lo que la pandemia ha puesto de manifiesto” de manera especial en muchas personas mayores que “han experimentado en este tiempo la necesidad de que la Iglesia se muestre más que nunca como una comunidad sensible y cercana a los que sufren el abandono, la soledad y la cultura del descarte”.
También resaltan como durante los momentos más duros de la pandemia hemos podido contemplar a muchas de estas personas “ayudando con gran generosidad: mujeres mayores cosiendo mascarillas y batas, hombres y mujeres mayores llamando por teléfono a otras personas mayores que se sentían solas, mayores con mucha autonomía que han apoyado desde casa labores comunitarias, etc.”
El valor de la vejez
Los obispos de la Subcomisión definen la ancianidad como un tiempo de gracia, que puede ser de especial vitalidad. “En la vejez –destacan- la esperanza no nos instala en la pasividad, sino que hasta el último momento tenemos la oportunidad de ser testigos de aquel que se hizo hombre para salvarnos”.
Las personas mayores ante todo son esposos, hermanos, abuelos de otras personas. Por lo tanto, “queremos poner de relieve que el lugar natural de las personas mayores es su familia, donde, por una parte, tienen mucho que aportar y, por otra, deben ser acogidos, cuidados, respetados”. También recuerdan que son depositarias de la sabiduría y de la historia de la comunidad, “un elemento indispensable de equilibrio y fiabilidad”.
En la Iglesia, los mayores están muy comprometidos con la acción pastoral, participando en la liturgia, la catequesis, la pastoral de la salud, Cáritas, etc., aportando su fe, su experiencia y su tiempo, “pero todo esto pasa a menudo inadvertido”, advierten. Y puntualizan: “Los ancianos son, por derecho propio, testigos de la historia, protagonistas del hoy y agentes del mañana de la Iglesia”.
La pastoral para las personas mayores
Seguidamente el documento se detiene en la pastoral para las personas mayores. “Envejecer no debe sacar a la persona de la realidad en la cual está inserido, debe seguir formando parte de la sociedad y continuar implicado como antes en su relación con los demás, incluso desde sus limitaciones físicas, psicológicas, sociales y hasta espirituales”, explican.
Además, exhortan a la sociedad y a la Iglesia en “empeñarse en la tarea de dar más valor a las personas mayores a través de nuevos instrumentos que ayuden a escucharlas, a educar para asumir dicha etapa de la vida, entendiéndola como una nueva oportunidad, “aunque todo esto traiga consigo una respuesta revolucionaria, tanto social como pastoral, de la que hoy nuestra sociedad está tan necesitada y que las nuevas generaciones agradecerán de manera inestimable”.
Valorar y enfatizar la valiosa aportación que las personas mayores con honda vivencia de fe “pueden hacer a la Iglesia en este momento de la historia, de manera que puedan poner al servicio de la comunidad su capacitación catequética, su conocimiento y experiencia de la Palabra de Dios y su acción inestimable en la evangelización, siendo los heraldos de la fe, especialmente al transmitirla a la familia”.
Pastoral de las personas mayores
Y de la pastoral para las personas mayores a la pastoral de las personas mayores, con el acompañamiento “también y especialmente en la espiritual y religiosa”. En dos ámbitos de actuación: con las nuevas generaciones y con sus coetáneos.
En el cuidado de las tradiciones y de los niños. Los mayores, de forma natural y desde toda la historia de la humanidad, han tenido siempre la vocación de custodiar las tradiciones —que contienen las raíces de los pueblos—, así como la de cuidar a los niños y transmitir la fe, su tradición religiosa, a los jóvenes. Misión a la que están llamados y que la sociedad espera que cumplan con abnegado esfuerzo.
Y en cuidado de los otros mayores. Hoy se está dando cada vez más importancia a la gran labor que las personas mayores hacen en el acompañamiento espiritual, además de con las nuevas generaciones, con los de su misma o semejante edad, pues son quienes conocen mejor los problemas y la vivencia emocional de esa fase de la vida humana. Hoy cobra especial importancia el apostolado de las personas mayores con sus coetáneos en forma de testimonio de vida.
Acompañar a los que acompañan
Un principio fundamental en la atención a las personas mayores dependientes es el de «cuidar al cuidador». Cuidar a un familiar dependiente es una de las experiencias más dignas; suele requerir un gran esfuerzo y, por ello, “merece todo el reconocimiento de la Iglesia y de la sociedad. Cuando se cuida a un familiar dependiente, también se está cuidando en él a Cristo necesitado”.
Los obispos reconocen que cuidar de los demás puede ser una experiencia dura y de sacrificio que, en ocasiones, “puede llevar al cuidador a un estado de agotamiento físico, emocional y mental que se conoce como el «cuidador quemado»”. Pero a la vez, destacan, “puede ser una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras, capaz de proporcionarnos un bienestar profundo por el simple hecho de cuidar, atender y desvelarnos por otra persona, lo que se conoce como la «satisfacción por compasión».”
Entienden que es necesario formar sacerdotes, personas consagradas y laicos dedicados específicamente al cuidado de los ancianos, pero la tarea es tan inmensa que no es suficiente con ellos. “Se hace necesario también contar con los voluntarios —jóvenes, adultos y los mismos mayores— que, ricos en humanidad y espiritualidad, tengan la capacidad de acercarse a las personas de la tercera y de la cuarta edad y de satisfacer sus necesidades, con frecuencia muy individualizadas, de orden humano, social, cultural y espiritual”.
Experiencias en la Iglesia
Los obispos también han querido destacar en este documento las experiencias en la Iglesia, incluyendo algunas realidades que trabajan “con y para los mayores, siendo conscientes de que hay muchas otras que deberían de ser añadidas, ya que entendemos que todas son importantes y necesarias”.
Así, presentan el trabajo del Movimiento Vida ascendente, la Pastoral de la salud y del mayor, el programa de personas mayores de Cáritas, Lares, y el trabajo con las personas mayores en la vida consagrada.
Propuestas y conclusiones
El documento termina con unas propuestas y conclusiones:
- Promover la pastoral de las personas mayores en las parroquias y en las diócesis.
- Habilitar los medios necesarios para apoyar a las familias.
- Organizar un «Congreso anual de Pastoral de jóvenes jubilados, abuelos y personas mayores».
- Celebrar las Jornadas referidas a las personas mayores, tanto en el ámbito civil como en el eclesial.
- Suscitar la realización de encuentros diocesanos con personas mayores.
- Reclamar los derechos de los mayores.
- Alentar la formación del voluntariado de pastoral de las personas mayores.
Oración por las personas mayores
La última página del documento propone una oración por las personas mayores
Señor nuestro, Jesucristo, que nos has donado la vida
haciéndola resplandecer de tu reflejo divino,
tú reservas un don especial a las personas mayores
que se benefician de una larga vida.
Te las entregamos para consagrarlas a ti:
hazlas testigos de los valores evangélicos
y devotos custodios de las tradiciones cristianas.
Protégelas y preserva su espíritu
con tu mirada amorosa y con tu misericordia.
Dales la certeza de tu fidelidad
y hazlas mensajeras de tu amor,
humildes apóstoles de tu perdón,
brazos acogedores y generativos
para los niños y los jóvenes
que buscan en la mirada de los abuelos,
una guía segura en la peregrinación hacia la vida eterna.
Danos la capacidad de donarles el amor,
el cuidado y el respeto
que merecen en nuestras familias y en nuestras comunidades.
Y concede a cada uno de nosotros la bendición de una larga vida,
para podernos unir un día a ti, en el cielo,
tú que vives y reinas en el amor, por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: conferenciaepiscopal.es
Álvaro Medina: «El mayor tesoro que tiene la Iglesia ahora son los mayores»
ENTREVISTA / La Conferencia Episcopal Española acaba de publicar el documento La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones. El presidente de Vida Ascendente, que ha participado en su redacción.
Claves del texto
- La CEE apuesta por la promoción de una pastoral específica del mayor en parroquias y diócesis contando con las iniciativas existentes.
- Teniendo en cuenta que la vejez es una etapa que requiere cuidados, la Iglesia se propone acompañar a las familias en esta tarea con voluntarios formados. Incide también en la necesidad de cuidar a los cuidadores.
- También se compromete a reclamar los derechos de los mayores ante problemas como pensiones bajas, viviendas no adecuadas, brecha digital…
- El texto muestra, además, al mayor como un agente evangelizador más con las nuevas generaciones y con sus coetáneos.
Fuente: alfayomega.es
El misterio de la fragilidad. 7 reflexiones del Papa sobre la vejez que viene para todos
«No me abandones cuando decae mi vigor» (Sal 71,9)
La hermosa oración del anciano que encontramos en el Salmo 71 que hemos escuchado nos anima a meditar sobre la fuerte tensión que habita la condición de la vejez, cuando la memoria de las fatigas superadas y de las bendiciones recibidas es puesta a prueba de la fe y la esperanza.
1ª La vejez y las pruebas de la edad avanzada
La prueba se presenta ya de por sí con la debilidad que acompaña el paso a través de la fragilidad y la vulnerabilidad de la edad avanzada. Y el salmista —un anciano que se dirige al Señor— menciona explícitamente el hecho de que este proceso se convierte en una ocasión de abandono, de engaño y prevaricación y de prepotencia, que a veces se ensaña contra el anciano. Una forma de vileza en la que nos estamos especializando en nuestra sociedad. ¡Es verdad! En esta sociedad del descarte, esta cultura del descarte, los ancianos son dejados de lado y sufren estas cosas. De hecho, no faltan quienes se aprovechan de la edad del anciano, para engañarlo, para intimidarlo de mil maneras. A menudo leemos en los periódicos o escuchamos noticias de personas ancianas que son engañadas sin escrúpulos para apoderarse de sus ahorros; o que quedan desprotegidas o abandonadas sin cuidados; u ofendidas por formas de desprecio e intimidadas para que renuncien a sus derechos.
2ª El anciano puesto en el rincón de la existencia
También en las familias —y esto es grave, pero sucede también en las familias— suceden tales crueldades. Los ancianos descartados, abandonados en las residencias, sin que los hijos vayan a visitarles o si van, van pocas veces al año. El anciano puesto en el rincón de la existencia. Y esto sucede: sucede hoy, sucede en las familias, sucede siempre. Debemos reflexionar sobre esto.
3ª Ancianos: el tesoro cada vez más numerosos y a menudo más abandonado
Toda la sociedad debe apresurarse a atender a sus ancianos —¡son el tesoro!— cada vez más numerosos, y a menudo también más abandonados. Cuando oímos hablar de ancianos que son despojados de su autonomía, de su seguridad, incluso de su hogar, entendemos que la ambivalencia de la sociedad actual en relación con la edad anciana no es un problema de emergencias puntuales, sino un rasgo de esa cultura del descarte que envenena el mundo en el que vivimos. El anciano del salmo confía a Dios su desánimo: «Porque de mí —dice— mis enemigos hablan, los que espían mi alma se conviertan: “¡Dios le ha desamparado, perseguidle, apresadle, pues no hay quien le libere!» (vv.10-11). Las consecuencias son fatales. La vejez no solo pierde su dignidad, sino que se pone en duda incluso que merezca continuar. Así, todos estamos tentados de esconder nuestra propia vulnerabilidad, esconder nuestra enfermedad, nuestra edad y nuestra vejez, porque tememos que sean la antesala de nuestra pérdida de dignidad. Preguntémonos: ¿es humano inducir este sentimiento? ¿Por qué la civilización moderna, tan avanzada y eficiente, se siente tan incómoda con la enfermedad y la vejez, esconde la enfermedad, esconde la vejez? ¿Y por qué la política, que se muestra tan comprometida con definir los límites de una supervivencia digna, al mismo tiempo es insensible a la dignidad de una convivencia afectuosa con los ancianos y los enfermos?
4ª De la vejez como “derrota” a la vejez como confianza en el Señor
El anciano del salmo que hemos escuchado, este anciano que ve su vejez como una derrota, descubre la confianza en el Señor. Siente la necesidad de ser ayudado. Y se dirige a Dios. San Agustín, comentando este salmo, exhorta al anciano: «No temas ser abandonado en la debilidad, en la vejez. […] ¿Por qué has de temer que [el Señor] te abandone, que te rechace en la vejez, cuando te falten las fuerzas? Al contrario, en ti residirá su fortaleza, cuando se vaya menguando la tuya» (PL 36, 881-882). Y el salmista anciano invoca: «¡Por tu justicia sálvame, libérame! ¡Tiende hacia mí tu oído y sálvame! ¡Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve, pues mi roca eres tú y mi fortaleza!» (vv. 2-3). La invocación testimonia la fidelidad de Dios y apela a su capacidad de sacudir las conciencias desviadas por la insensibilidad a la parábola de la vida mortal, que debe ser custodiada en su integridad. Reza así: «¡Oh Dios, no te estés lejos de mí, Dios mío, ven pronto en mi socorro! ¡Confusión y vergüenza sobre aquellos que acusan a mi alma; cúbranse de ignominia y de vergüenza los que buscan mi mal!» (vv. 12-13).
5ª Los ancianos pueden enseñar a otros que todos necesitamos abandonarnos en el Señor
De hecho, la vergüenza debería caer sobre aquellos que se aprovechan de la debilidad de la enfermedad y la vejez. La oración renueva en el corazón del anciano la promesa de la fidelidad y de la bendición de Dios. El anciano redescubre la oración y da testimonio de su fuerza. Jesús, en los Evangelios, nunca rechaza la oración de quien necesita ayuda. Los ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los que viven otras edades de la vida que todos necesitamos abandonarnos en el Señor, invocar su ayuda. En este sentido, todos debemos aprender de la vejez: sí, hay un don en ser anciano entendido como abandonarse al cuidado de los demás, empezando por Dios mismo.
6ª El misterio de la fragilidad
Existe entonces un “magisterio de la fragilidad”, no esconder las fragilidades, no. Son verdaderas, hay una realidad y hay un magisterio de la fragilidad, que la vejez es capaz de recordar de manera creíble para todo el arco de la vida humana. No esconder la vejez, no esconder las fragilidades de la vejez. Esta es una enseñanza para todos nosotros. Este magisterio abre un horizonte decisivo para la reforma de nuestra propia civilización. Una reforma indispensable en beneficio de la convivencia de todos. La marginación de los ancianos tanto conceptual como práctica corrompe todas las etapas de la vida, no sólo la de la ancianidad.
7ª Examen práctico de relación con nuestros ancianos
Cada uno de nosotros puede pensar hoy en los ancianos de la familia: ¿cómo me relaciono con ellos, los recuerdo, voy a verlos? ¿Trato que no les falte de nada? ¿Los respeto? ¿He cancelado de mi vida a los ancianos que están en mi familia, mamá, papá, abuelo, abuela, tíos, amigos? ¿O voy donde ellos para tomar sabiduría, la sabiduría de la vida? Recuerda que también tú serás anciano o anciana. La vejez viene para todos. Y como tu querrías ser tratado o tratada en el momento de la vejez, trata tú a los ancianos hoy. Son la memoria de la familia, la memoria de la humanidad, la memoria del país. Custodiar los ancianos que son sabiduría. Que el Señor conceda a los ancianos que forman parte de la Iglesia la generosidad de esta invocación y de esta provocación. Que esta confianza en el Señor nos contagie. Y esto, por el bien de todos, de ellos y de nosotros y de nuestros hijos.
Fuente: es.zenit.org – Audiencia del papa Francisco. 1 junio 2022.
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