Portada: Espíritu Santo, Baldaquino de la Basílica de San Pedro en Roma. Foto de familia padres sinodales.
¡Ánimo, levántate, Él te llama! Llevemos la alegría del Evangelio por las calles del mundo.
Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (2-27 octubre 2024)
1. Saludo final del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Con el Documento Final hemos recogido el fruto de años, tres por lo menos, en los cuales nos hemos puesto a la escucha del Pueblo de Dios para comprender mejor cómo ser “Iglesia sinodal” —se trata de la escucha del Espíritu Santo— en el tiempo presente. Las referencias bíblicas que abren cada capítulo disponen el mensaje confrontándolo con los gestos y las palabras del Señor resucitado que nos llama a ser testigos de su Evangelio, antes con la vida que con las palabras.
El Documento sobre el que hemos expresado nuestro voto es un triple regalo:
1. Un regalo primero para mí, Obispo de Roma —que al convocar a la Iglesia de Dios en Sínodo era consciente de tener necesidad de ustedes, obispos y testigos del camino sinodal. Gracias—.
Pues también el Obispo de Roma —me lo recuerdo a mí mismo y a ustedes— necesita poner en práctica la escucha, es más, quiere hacerlo, para poder responder a la Palabra que cada día le repite: “Confirma a tus hermanos y a tus hermanas… Apacienta mis ovejas”.
Mi tarea, como bien saben, es custodiar y promover —como nos enseña san Basilio— la armonía que el Espíritu sigue difundiendo en la Iglesia de Dios, en las relaciones entre las Iglesias, no obstante todos los esfuerzos, tensiones y divisiones que caracterizan su camino hacia la plena manifestación del Reino de Dios, que la visión del profeta Isaías nos invita a imaginar como un banquete preparado por Dios para todos los pueblos. Todos, con la esperanza de que no falte ninguno. Todos, todos. Que nadie quede fuera, todos. Y la palabra clave es esta: la armonía. Lo que hace el Espíritu Santo, su primera manifestación fuerte en la mañana de Pentecostés, es armonizar todas las diferencias, la diversidad de lenguas. Armonía. Y esto es lo que enseña el Concilio Vaticano II cuando dice que la Iglesia es “como un sacramento”, que es signo e instrumento de la espera de Dios, que ya ha preparado la mesa y está esperando. Su gracia, a través de su Espíritu, susurra palabras de amor en el corazón de cada uno. A nosotros se nos concede amplificar la voz de este susurro sin obstaculizarlo; para que abramos puertas sin levantar muros. ¡Cuánto mal hacen las mujeres y los hombres de Iglesia cuando ponen muros, cuánto mal! Todos, todos. No debemos comportarnos como “dispensadores de la gracia” que se apropian del tesoro atando las manos del Dios misericordioso. Recuerden que comenzamos esta Asamblea sinodal pidiendo perdón, sintiendo vergüenza, reconociendo que todos hemos sido misericordiados.
Hay una poesía de Madeleine Delbrêl, la mística de las periferias, que exhortaba, sobre todo, a «no mostrarse rígido» —la rigidez es un pecado, es un pecado que a veces entra en los clérigos, en los consagrados, en las consagradas—. Les leo algunos versos de Madeleine Delbrêl, que son una oración. Ella dice así:
Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas del deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.
[…]
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin
donde se renueva el encuentro contigo,
como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.
Estos versos pueden convertirse en la música de fondo para acoger el Documento Final. Y ahora, a la luz de lo que ha surgido del camino sinodal, hay y habrá decisiones que tomar.
En este tiempo de guerras, debemos ser testigos de paz, aprendiendo también a dar forma real a la convivencia de las diferencias.
Por eso no pretendo publicar una “exhortación apostólica”, basta con lo que se ha aprobado. En el Documento hay ya indicaciones muy concretas que pueden ser una guía para la misión de las Iglesias, en los diversos continentes, en los diferentes contextos, por eso lo pongo ahora a disposición de todos, por eso he dicho que se publique. Quiero, de este modo, reconocer el valor del camino sinodal realizado, que con este Documento entrego al santo Pueblo fiel de Dios.
Sobre algunos aspectos de la vida de la Iglesia señalados en el Documento, así como sobre los temas confiados a los diez “Grupos de Estudio” que deben trabajar con libertad, para que me ofrezcan propuestas, se necesita tiempo, a fin de llegar a opciones que impliquen a toda la Iglesia. Yo, pues, seguiré a la escucha de los obispos y de las Iglesias a ellos confiadas.
Esto no se trata del modo clásico para postergar al infinito las decisiones. Es lo que corresponde al estilo sinodal con el que también el ministerio petrino se ejercita: escuchar, convocar, discernir, decidir y evaluar. Y en estos pasos son necesarias las pausas, los silencios, la oración. Es un estilo que estamos aprendiendo juntos, poco a poco. El Espíritu Santo nos llama y nos sostiene en este aprendizaje, que debemos comprender como proceso de conversión.
La Secretaría General del Sínodo y todos los Dicasterios de la Curia me ayudarán en esta tarea.
2. El Documento es un regalo para todo el Pueblo fiel de Dios, en la variedad de sus expresiones. Es obvio que no todos se pondrán a leerlo; serán sobre todo ustedes, junto con tantos otros, los que hagan accesible su contenido en las Iglesias locales. El texto, sin el testimonio de la experiencia realizada, perdería mucho de su valor.
3. Queridos hermanos y hermanas, lo que hemos vivido es un regalo que no podemos guardar sólo para nosotros. El impulso que proviene de esta experiencia, de la cual el Documento es un reflejo, nos da la valentía de testimoniar que es posible caminar juntos en la diversidad, sin condenarnos el uno al otro.
Venimos de todas las partes del mundo, marcados por la violencia, la pobreza, la indiferencia. Juntos, con la esperanza que no defrauda, unidos en el amor de Dios derramado en nuestros corazones, podemos no sólo soñar con la paz sino comprometernos con todas nuestras fuerzas para que, quizá sin hablar tanto de sinodalidad, la paz se realice por medio de procesos de escucha, diálogo y reconciliación. La Iglesia sinodal para la misión, ahora necesita que las palabras compartidas vayan acompañadas por hechos. Este es el camino.
Todo esto es don del Espíritu Santo: Él es quien crea la armonía, Él es la armonía. San Basilio tiene una hermosa teología al respecto; si pueden, lean el tratado de San Basilio sobre el Espíritu Santo. Él es la armonía. Hermanos y hermanas, que la armonía también continúe saliendo de esta aula y el Soplo del Resucitado nos ayude a compartir los dones recibidos.
Y recuerden —son aún palabras de Madeleine Delbrêl— che «hay lugares donde sopla el Espíritu, pero hay un Espíritu que sopla en todos los lugares».
Quisiera agradecerles a todos ustedes, y darnos las gracias entre nosotros. Doy las gracias al cardenal Grech y al cardenal Hollerich por el trabajo que han realizado, a los dos secretarios, Nathalie y San Martín —¡lo han hecho muy bien!—, a Don Batocchio y al Padre Costa que nos han ayudado mucho. Saludo a todos los que han trabajado tras bambalinas, sin los cuales no habríamos podido hacer todo esto. ¡Muchas gracias! Que el Señor los bendiga. Recemos unos por otros. Gracias.
Fuente: vatican.va – Multimedia.
El Papa: El Sínodo, un don del Espíritu, ahora pasar de las palabras a los hechos.
2. Documento final del Sínodo de la Sinodalidad
Francisco hizo un anuncio inesperado al terminar el sínodo. Dijo que no hará modificaciones al documento final que le pasó la asamblea; que lo aprueba tal cual es. Los participantes estallaron en un aplauso.
La sinodalidad, una conversión para ser más misioneros
El Documento Final de la segunda sesión de la 16ª Asamblea General Ordinaria del Sínodo relata y relanza una experiencia de Iglesia entre «comunión, participación, misión», con la propuesta concreta de una nueva visión que transforma las prácticas establecidas.
El Documento final votado hoy, aprobados todos sus 155 apartados, se publica y no será objeto de una exhortación del Papa: de hecho, Francisco ha decidido que se difunda inmediatamente para que pueda inspirar la vida de la Iglesia. «El proceso sinodal no termina con el final de la asamblea, sino que incluye la fase de puesta en práctica (9). Implicando a todos en el «camino cotidiano con una metodología sinodal de consulta y discernimiento, identificando vías concretas y caminos de formación para lograr una conversión sinodal tangible en las diversas realidades eclesiales» (9). En el Documento, en particular, se pregunta mucho a los obispos sobre su compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas, al tiempo que -como afirma también el cardenal Férnandez, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe- se trabaja para dar más espacio y poder a las mujeres.
Dos palabras clave que se desprenden del texto – atravesadas por la perspectiva y la propuesta de la conversión – son «relaciones» – que es un modo de ser Iglesia – y «vínculos», en el signo del «intercambio de dones» entre las Iglesias vividas dinámicamente y, por tanto, para convertir los procesos.
Son precisamente las Iglesias locales las que están en el centro en el horizonte misionero que es el fundamento mismo de la experiencia de pluralidad de la sinodalidad, con todas las estructuras al servicio, justamente, de la misión con los laicos cada vez más en el centro y protagonistas. Y, en esta perspectiva, la concreción del arraigo en el «lugar» emerge con fuerza del Documento final.
También es particularmente significativa la propuesta presentada en el Documento para que los Dicasterios de la Santa Sede puedan lanzar una consulta «antes de publicar documentos normativos importantes» (135).
TEXTO INTEGRAL DEL DOCUMENTO FINAL
La estructura del Documento
El Documento Final consta de cinco partes (11). A la primera -titulada «El corazón de la sinodalidad»- le sigue la segunda parte -«Juntos, en la barca de Pedro»- «»dedicada a la conversión de las relaciones que construyen la comunidad cristiana y dan forma a la misión en el entrelazamiento de vocaciones, carismas y ministerios».
La tercera parte – «En tu palabra» – «identifica tres prácticas íntimamente conectadas: el discernimiento eclesial, los procesos de toma de decisiones, la cultura de la transparencia, la responsabilidad y la evaluación». La cuarta parte -«Una pesca abundante»»- «esboza el modo en que es posible cultivar en nuevas formas el intercambio de dones y el entretejido de lazos que nos unen en la Iglesia, en un momento en que la experiencia de estar arraigado en un lugar está cambiando profundamente».
Por último, la quinta parte -«También yo los envío» – «nos permite fijarnos en el primer paso que hay que dar: cuidar la formación de todos a la sinodalidad misionera». En particular, se señala, el desarrollo del Documento está guiado por los relatos evangélicos de la Resurrección (12).
Las heridas del Resucitado siguen sangrando
La introducción del documento (1-12) aclara inmediatamente la esencia del Sínodo como «una experiencia renovada de aquel encuentro con el Resucitado que los discípulos tuvieron en el Cenáculo la tarde de Pascua» (1). «Contemplando al Resucitado -afirma el documento- hemos visto también los signos de sus heridas (…) que siguen sangrando en el cuerpo de tantos hermanos y hermanas, también a causa de nuestras culpas. La mirada al Señor no se aparta de los dramas de la historia, sino que abre los ojos para reconocer el sufrimiento que nos rodea y nos penetra: los rostros de los niños aterrorizados por la guerra, el llanto de las madres, los sueños rotos de tantos jóvenes, los refugiados que afrontan viajes terribles, las víctimas del cambio climático y de las injusticias sociales» (2).
El Sínodo, recordando las «demasiadas guerras» en curso, se unió a los «repetidos llamamientos del Papa Francisco por la paz, condenando la lógica de la violencia, del odio, de la venganza» (2). Además, el camino sinodal es marcadamente ecuménico – «se orienta hacia una unidad plena y visible de los cristianos» (4) – y «constituye un verdadero acto de ulterior recepción» del Concilio Vaticano II, prolongando «su inspiración» y relanzando «para el mundo de hoy su fuerza profética» (5). No todo ha sido fácil, reconoce el Documento: «No ocultamos que hemos experimentado en nosotros mismos el cansancio, la resistencia al cambio y la tentación de dejar prevalecer nuestras ideas sobre la escucha de la Palabra de Dios y la práctica del discernimiento» (6).
El corazón de la sinodalidad
La primera parte del Documento (13-48) se abre con reflexiones compartidas sobre la «Iglesia Pueblo de Dios, sacramento de unidad» (15-20) y sobre las «raíces sacramentales del Pueblo de Dios» (21-27). Es un hecho que, precisamente «gracias a la experiencia de los últimos años», el significado de los términos «sinodalidad» y «sinodal» «se ha comprendido mejor y se ha vivido cada vez más» (28). Y «se han asociado cada vez más al deseo de una Iglesia más cercana a las personas y más relacional, que sea la casa y la familia de Dios» (28).
«En términos simples y sintéticos, se puede decir que la sinodalidad es un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer la Iglesia más participativa y misionera, es decir, para hacerla más capaz de caminar con cada hombre y mujer irradiando la luz de Cristo» (28). Conscientes de que la unidad de la Iglesia no es la uniformidad, «la valoración de los contextos, las culturas y las diversidades, y de las relaciones entre ellas, es una clave para crecer como Iglesia sinodal misionera» (40). Con el relanzamiento de las relaciones también con otras tradiciones religiosas en particular «para construir un mundo mejor» y en paz (41).
La conversión de las relaciones
«La llamada a una Iglesia más capaz de alimentar las relaciones: con el Señor, entre hombres y mujeres, en las familias, en las comunidades, entre todos los cristianos, entre los grupos sociales, entre las religiones, con la creación» (50) es la constatación que abre la segunda parte del Documento (49-77). Y «tampoco faltaron quienes compartieron el sufrimiento de sentirse excluidos o juzgados» (50).
«Para ser una Iglesia sinodal, por tanto, es necesaria una verdadera conversión relacional. Debemos aprender de nuevo del Evangelio que el cuidado de las relaciones y de los vínculos no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino que es el modo en que Dios Padre se ha revelado en Jesús y en el Espíritu» (50). Son precisamente «las recurrentes expresiones de dolor y sufrimiento por parte de mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas, durante el proceso sinodal, las que revelan cuán a menudo fallamos en hacer esto» (52). En particular, «la llamada a la renovación de las relaciones en el Señor Jesús resuena en la pluralidad de contextos» ligados al «pluralismo de las culturas» con, a veces, también «los signos de lógicas relacionales distorsionadas, a veces opuestas a las del Evangelio» (53). La acometida es directa: «Los males que afligen a nuestro mundo encuentran sus raíces en esta dinámica» (54), pero «la cerrazón más radical y dramática es la que se dirige a la propia vida humana, que lleva al rechazo de los niños, desde el seno materno, y de los ancianos» (54).
Ministerios para la misión
«Carismas, vocación y ministerios para la misión» (57-67) están en el centro del Documento, que se centra en la más amplia participación de los laicos. El ministerio ordenado está «al servicio de la armonía» (68) y, en particular, «el ministerio del obispo» consiste en «componer los dones del Espíritu en la unidad» (69-71).
Entre otras cuestiones, se destaca que «la relación constitutiva del obispo con la Iglesia local no aparece hoy con suficiente claridad en el caso de los obispos titulares, por ejemplo, los representantes pontificios y los que sirven en la Curia Romana». Con el obispo hay «presbíteros y diáconos» (72-73), para una «colaboración entre ministros ordenados dentro de la Iglesia sinodal» (74).
Significativa es, pues, la experiencia de «espiritualidad sinodal» (43-48) con la certeza de que «si falta la profundidad espiritual personal y comunitaria, la sinodalidad se reduce a un expediente organizativo» (44). Por eso, se enfatiza, «practicado con humildad, el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo de hoy» (47).
La conversión de los procesos
En la tercera parte del Documento (79-108), se subraya enseguida que «en la oración y el diálogo fraterno, hemos reconocido que el discernimiento eclesial, el cuidado de los procesos de toma de decisiones y el compromiso de rendir cuentas y de evaluar el resultado de las decisiones tomadas son prácticas con las que respondemos a la Palabra que nos muestra los caminos de la misión» (79). En particular, «estas tres prácticas están estrechamente interrelacionadas. Los procesos de toma de decisiones necesitan un discernimiento eclesial, que exige escuchar en un clima de confianza, que la transparencia y la responsabilidad apoyan. La confianza debe ser mutua: quienes toman las decisiones deben poder confiar y escuchar al Pueblo de Dios, que a su vez debe poder confiar en quienes ejercen la autoridad» (80).
«El discernimiento eclesial para la misión» (81-86), en realidad, «no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe» y «nunca es la afirmación de un punto de vista personal o de grupo, ni se resuelve en la simple suma de opiniones individuales» (82). «La articulación del proceso decisorio» (87-94), «la transparencia, la responsabilidad, la evaluación» (95-102), «la sinodalidad y los organismos de participación» (103-108) son puntos centrales de las propuestas contenidas en el Documento, que surgen de la experiencia del Sínodo.
La conversión de los vínculos
«En un tiempo en el que cambia la experiencia de los lugares donde la Iglesia está arraigada y peregrina, es necesario cultivar en nuevos modos el intercambio de dones y el tejido de vínculos que nos unen, sostenidos por el ministerio de los Obispos en comunión entre ellos y con el Obispo de Roma»: esta es la esencia de la cuarta parte del Documento (109-139). La expresión «arraigados y peregrinos» (110-119) nos recuerda que «la Iglesia no puede entenderse sin estar arraigada en un territorio concreto, en un espacio y un tiempo donde se forma una experiencia compartida de encuentro con Dios que salva» (110). Asimismo, se centra en los fenómenos de la «movilidad humana» (112) y la «cultura digital» (113).
En esta perspectiva, «caminar juntos en lugares diferentes como discípulos de Jesús en la diversidad de carismas y ministerios, así como en el intercambio de dones entre las Iglesias, es un signo eficaz de la presencia del amor y de la misericordia de Dios en Cristo» (120).
«El horizonte de comunión en el intercambio de dones es el criterio inspirador de las relaciones entre las Iglesias» (124). De ahí los «vínculos para la unidad: Conferencias episcopales y Asambleas eclesiales» (124-129). Es especialmente importante la reflexión sinodal sobre el «servicio del Obispo de Roma» (130-139). Justamente al estilo de la colaboración y la escucha, «antes de publicar documentos normativos importantes, se exhorta a los Dicasterios a iniciar una consulta con las Conferencias Episcopales y los organismos correspondientes de las Iglesias orientales católicas» (135).
Formar un pueblo de discípulos misioneros
«Para que el Pueblo santo de Dios pueda testimoniar toda la alegría del Evangelio, creciendo en la práctica de la sinodalidad, necesita una formación adecuada: ante todo a la libertad de hijos e hijas de Dios en el seguimiento de Jesucristo, contemplado en la oración y reconocido en los pobres», afirma el Documento en su quinta parte (140-151).
«Una de las peticiones que ha surgido con más fuerza y de todas partes durante el proceso sinodal es que la formación sea integral, continua y compartida» (143). Inclusive en este ámbito, la urgencia del «intercambio de dones entre las diversas vocaciones (comunión), en la perspectiva de un servicio a realizar (misión) y en un estilo de involucramiento y educación en la corresponsabilidad diferenciada (participación)» (147).
Y «otro ámbito de gran importancia es la promoción en todos los ambientes eclesiales de una cultura de la protección (salvaguardia), para hacer de las comunidades lugares cada vez más seguros para los menores y las personas vulnerables» (150). Por último, «los temas de la doctrina social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la casa común y el diálogo intercultural e interreligioso también deben difundirse más ampliamente en el Pueblo de Dios» (151).
Encomendarse a María
«Viviendo el proceso sinodal», es la conclusión del Documento (154), «hemos tomado nueva conciencia de que la salvación que hay que recibir y anunciar pasa a través de las relaciones. Se vive y se testimonia juntos. La historia se nos presenta trágicamente marcada por la guerra, la rivalidad por el poder, mil injusticias y abusos. Sabemos, sin embargo, que el Espíritu ha puesto en el corazón de cada ser humano un deseo profundo y silencioso de relaciones auténticas y de vínculos verdaderos. La creación misma habla de unidad y de compartir, de variedad y de entrelazamiento entre las diferentes formas de vida». El texto finaliza con una oración a la Virgen María por la entrega «de los resultados de este Sínodo: Enséñanos a ser un Pueblo de discípulos misioneros que caminan juntos: una Iglesia sinodal” (155).
Fuente: vaticannews.va – Giampaolo Mattei – Ciudada del Vaticano – 26 octubre 2024.
3. Conclusión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos – Santa Misa
Homilía.
El clamor de Francisco en la misa de clausura del Sínodo: «No necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundi».
CONCLUSIÓN DE LA ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
SANTA MISA. CAPILLA PAPAL. HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO.
Basílica de San Pedro. XXX domingo del tiempo ordinario, 27 de octubre de 2024.
El Evangelio nos presenta a Bartimeo, un ciego que se ve obligado a mendigar junto al camino, un descartado sin esperanza que, sin embargo, cuando oye pasar a Jesús, comienza a gritar hacia Él. Lo único que le queda es eso: gritar su propio dolor y llevar a Jesús su deseo de recuperar la vista. Y mientras todos lo reprenden porque les molesta su voz, Jesús se detiene. Porque Dios escucha siempre el clamor de los pobres y ningún grito de dolor queda sin ser escuchado por Él.
Hoy, al concluir la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, llevando en el corazón mucha gratitud por lo que hemos podido compartir, detengámonos en lo que le sucede a este hombre: al principio, estaba mendigando «sentado junto al camino» (Mc 10,46), mientras que al final, tras ser llamado por Jesús y recuperar la vista, «lo siguió por el camino» (v. 52).
La primera cosa que el Evangelio nos dice sobre Bartimeo es esta: está sentado mendigando. Su postura es la típica de una persona encerrada en su propio dolor, sentada al borde del camino como si no le quedara nada más que esperar recibir algo de los muchos peregrinos que pasaban por la ciudad de Jericó con motivo de la Pascua. Pero, como sabemos, para vivir de verdad no podemos permanecer sentados: vivir es siempre ponerse en movimiento, caminar, soñar, hacer proyectos, abrirse al futuro. Entonces, el ciego Bartimeo representa también aquella ceguera interior que nos bloquea, que nos hace quedarnos sentados, inmóviles al margen de la vida, sin esperanza.
Y esto nos puede llevar a pensar, no sólo sobre nuestra vida personal, sino también sobre nuestro ser Iglesia del Señor. A lo largo del camino, muchas cosas pueden volvernos ciegos, incapaces de reconocer la presencia del Señor, incapaces de afrontar los desafíos de la realidad y, a veces, inadecuados para saber responder a los muchos interrogantes que nos interpelan, como hace Bartimeo con Jesús. No obstante, frente a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a tantas heridas que afligen a la humanidad, hermanas y hermanos, no podemos quedarnos sentados. Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio malestar. Y si nos mantenemos inmóviles en nuestra ceguera, seguiremos sin ver nuestras urgencias pastorales y tantos problemas del mundo en el que vivimos. Por favor, pidamos al Señor que nos de al Espíritu Santo, para no permanecer sentados en nuestra ceguera; ceguera que podríamos llamar mundanidad, que podríamos llamar comodidad, que podríamos llamar corazón cerrado. No nos quedemos sentados en nuestras cegueras.
En cambio, recordemos que el Señor pasa, el Señor pasa todos los días, el Señor pasa siempre y se detiene para hacerse cargo de nuestra ceguera. Y yo, ¿lo siento pasar?, ¿tengo la capacidad de escuchar los pasos del Señor?, ¿tengo la capacidad de discernir cuando pasa el Señor? Y sería hermoso si el Sínodo nos impulsara a ser Iglesia como Bartimeo; es decir, la comunidad de los discípulos que, oyendo al Señor que pasa, percibe la conmoción de la salvación, se deja despertar por la fuerza del Evangelio y comienza a clamar a Él. Y lo hace recogiendo el grito de todas las mujeres y de todos los hombres de la tierra: el grito de aquellos que desean descubrir la alegría del Evangelio y de aquellos que, en cambio, se han alejado; el grito silencioso de quienes son indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres y de los marginados, de los niños que son esclavos del trabajo, esclavizados en tantas partes del mundo a causa del trabajo; la voz quebrada —escuchar esa voz quebrada— de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado. No necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundo y —quiero decirlo, quizá alguno se escandalice— una Iglesia que se ensucia las manos para servir al Señor.
Pasamos, así, al segundo aspecto: si al principio Bartimeo estaba sentado, vemos, en cambio, que al final lo sigue por el camino. Esta es una expresión típica del Evangelio cuyo significado es que se convirtió en su discípulo, comenzó a seguirlo. Después de haber gritado hacia Él, Jesús se detuvo y lo hizo llamar. Y Bartimeo, de sentado por tierra como estaba, se puso de pie de un salto y, en seguida, recobró la vista. Ahora él puede ver al Señor, puede reconocer la obra de Dios en su propia vida y, finalmente, puede seguirlo. Así, también nosotros, hermanos y hermanas: cuando estemos sentados y acomodados, cuando como Iglesia no encontremos las fuerzas, la parresia, el valor y la audacia necesarias para levantarnos y retomar el camino, por favor, recordémonos de regresar siempre al Señor, regresar al Evangelio. Regresar al Señor, regresar al Evangelio. Siempre y de nuevo, mientras Él pasa, debemos ponernos a la escucha de su llamada, que nos vuelve a poner de pie y nos hace salir de nuestra ceguera. Y, a continuación, volver nuevamente a seguirlo, a caminar con Él a lo largo del camino.
Quisiera repetirlo: el Evangelio nos dice que Bartimeo «lo siguió por el camino». Esta es una imagen de la Iglesia sinodal: el Señor nos llama, nos levanta cuando estamos sentados por tierra o caídos, nos hace recobrar una vista nueva, para que, a la luz del Evangelio, podamos ver las inquietudes y los sufrimientos del mundo; y de este modo, puestos en pie por el Señor, experimentemos la alegría de seguirlo por el camino. Al Señor se le sigue por el camino, no se le sigue desde la cerrazón de nuestras comodidades, no se le sigue desde el laberinto de nuestras ideas, se le sigue por el camino. Y recordémoslo siempre: no caminar por nuestra propia cuenta o según los criterios del mundo, sino caminar por el camino, juntos, detrás de Él y caminar con Él.
Hermanos, hermanas: no una Iglesia sentada, una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo.
Y hoy, mientras damos gracias al Señor por el camino recorrido juntos, podremos admirar y venerar la reliquia de la antigua Cátedra de san Pedro, meticulosamente restaurada. Contemplándola con el asombro de la fe, recordemos que esta es la cátedra del amor, es la cátedra de la unidad, es la cátedra de la misericordia, según aquella orden que Jesús le dio al apóstol Pedro, no de dominar a los demás, sino de servirlos en la caridad. Y mirando el majestuoso baldaquino de Bernini más resplandeciente que nunca, descubramos que este encuadra el verdadero punto focal de toda la Basílica, es decir, la gloria del Espíritu Santo. Esta es la Iglesia sinodal: una comunidad cuyo primado está en el don del Espíritu, que nos hace a todos hermanos en Cristo y nos eleva hacia Él.
Hermanas y hermanos, continuemos con confianza nuestro camino juntos. También hoy la Palabra de Dios nos repite, como a Bartimeo, «¡Ánimo, levántate! Él te llama» (v. 49). ¿Yo me siento llamado? Esta es la pregunta que nos debemos hacer, ¿yo me siento llamado? Si me siento débil y no me puedo levantar, ¿pido ayuda? Por favor, dejemos a un lado el manto de la resignación y entreguemos al Señor nuestras cegueras. Levantémonos y llevemos la alegría del Evangelio, llevémosla por las calles del mundo.
Fuente: vatican.va – Multimedia.
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