Haciendo posible la corresponsabilidad y la misión compartida.
Entreparéntesis. Texto: Fernando Vidal. Foto de Portada: Centro parroquial Santa Mónica. Rivas Vaciamadrid.
La sociedad civil española ha sufrido una extraordinaria debacle que requiere un movimiento histórico de reforma. Tres datos hacen caer en la cuenta del agudo quebranto: en el ciclo de la crisis económica 2008-2018, al menos un 20 y 25% de las organizaciones sociales han desaparecido, algunos años se ha perdido hasta el 8% de la masa de donantes y la tasa asociativa española se ha reducido del 29% al 19%. Si la sociedad civil española siempre ha sufrido de una gran debilidad, su estado actual es crítico. Eso hace la sociedad civil mucho más manipulable por los populismos y las plutocracias. Un estado tan deplorable exige una recuperación si no queremos que la democracia se vea debilitada y arrastrada a procesos de degradación de la convivencia.
La sociedad civil española debería pensar sobre las fuertes carencias que impedían que tuviera el papel que la ciudadanía necesita cumplir en una democracia sostenible. Esa debilidad ciudadana explica las grandes distancias que siempre ha habido entre la realidad de la calle y la realidad proyectada por las elites de los medios de comunicación o la política. Algunas de esas carencias son estructurales y afectan a los propios cimientos de la sociedad española.
Cada campo de la sociedad civil debería hacer un profundo examen de sus responsabilidades. Partidos políticos, sindicatos, colegios y asociaciones profesionales, ONG sociales, federaciones deportivas, asociaciones vecinales, etc. Deben hacer una profunda reforma de su cultura cívica. Entre los campos de la sociedad española, la Iglesia católica tiene un papel crucial porque más de dos tercios de los españoles se autodefinen como católicos y reúne cada domingo a un cuarto de la población española en su acto central de la semana. En este post nos preguntamos, ¿cuál es la contribución de la Iglesia a la sociedad civil española?
Sin duda es una aportación de extraordinaria importancia por su cantidad: una red de un millar de ONG sociales, algunas de las más grandes del país, una red de patrimonio artístico y cultural de inconmensurable valor, más de dos mil centros educativos, asociaciones laicales que impulsan acciones en todos los campos, miles de cofradías y hermandades, millones de personas actuando según un determinado marco religioso en la vida ordinaria. Realmente los activos cívicos católicos son descomunales y también su responsabilidad. ¿Qué tipo de sociedad civil impulsa el catolicismo en la práctica?
Si cada campo o sector debe examinar el tipo de sociedad civil que impulsa, también el catolicismo debía hacerlo. ¿Cómo puede mejorar en su contribución al desarrollo de la ciudadanía?
Hay una cuestión que es central y que probablemente es una de las principales carencias de la sociedad civil española. Esos dos tercios de católicos que hay entre los españoles, tienen una participación muy deficiente en la propia Iglesia. En la Iglesia se puede participar de muchos modos. Las celebraciones ordinarias convocan a millones de personas cada semana y existen grupos, acciones sociales, actos culturales, formaciones, reflexiones y diversas experiencias, etc. que crean una gran masa de actividad. Una y otra vez, se invita al mayor número de personas posible a participar.
Pero cabría otra pregunta fundamental: ¿cómo participan los católicos en las deliberaciones ordinarias y la toma de decisiones de la vida de la Iglesia? Ahí es donde nos encontramos una grave carencia.
En una parroquia ordinaria existe un consejo pastoral en el que hay laicos que en principio representan al barrio. Pero ese principio de representación no es real porque generalmente son elegidos por el párroco entre personas de confianza. Falla el principio de representación en su propia base. Si elevamos la mirada a niveles superiores, es fácil detectar que los laicos carecen de participación en las mínimas deliberaciones de la Iglesia. No es solamente que la Iglesia tenga una estructura jerárquica sino que esa jerarquía es totalmente clerical desde su más alta instancia hasta el espacio más próximo al vecino común.
La sociedad en que vivimos ha elevado sustancialmente la cualificación y formación de las personas. Hay cada vez más personas más preparadas, con capacidades para reflexionar y gestionar al máximo nivel. Por otra parte, el pueblo es cada vez más sensible a la participación social. Los espacios cerrados a la mínima deliberación se convierten en lugares extraños, donde no se garantiza que se esté teniendo en cuenta suficientemente el bien de la gente porque sencillamente la gente no está. Cada parroquia casi siempre es una pequeña monarquía en la que ni siquiera existen consultas a los vecinos o feligreses asistentes a las celebraciones. Eso no hace posible el mínimo espacio para el discernimiento comunitario. No hace posible la corresponsabilidad ni la misión compartida. Es un gran obstáculo para una mayor comunión.
Esa ausencia de espacios de participación y deliberación comunitaria parroquial genera una cultura cívica débil porque en un ámbito tan profundo y estructurante como lo religioso, falta la mínima formación en participación y corresponsabilidad. En la parroquia media faltan los mínimos recursos para la participación y este debería ser un foco de reforma crucial de la Iglesia y el tipo de sociedad civil que crea. Es urgente un salto cualitativo en la activación de los católicos como constructores de sociedad civil, comenzando por su propia realidad comunitaria.
Cada parroquia debería hacer dos cosas.
Asambleas parroquiales
Primero, crear una asamblea trimestral abierta, donde se pudiera hacer discernimiento sobre el estado de la vida parroquial y del barrio. Esas asambleas podrían examinar cíclicamente aspectos específicos de la vida común y religiosa. Se podrían encargar informes a equipos de parroquianos y vecinos para enmarcar diferentes aspectos. Sería bueno que se hiciese un resumen de cada asamblea y se expusiera al conjunto de la parroquia y barrio. Incluso se podría hacer una encuesta web para que la gente opinara sobre el foco de la reflexión. A ese informe se podrían añadir cartas o comentarios que enviara la gente, para mantener la reflexión abierta. Un pequeño equipo de laicos podría dinamizar las asambleas parroquiales. Sería muy bueno que la diócesis creara un método y formara personas para llevar a cabo esas asambleas como un auténtico acto de discernimiento comunitario.
Elecciones al consejo pastoral
Segundo, los consejos pastorales deben representar la voz de la gente. Debemos profundizar el principio representativo. ¿Por qué no hacer votaciones cada tres años a miembros del consejo parroquial? Se podrían establecer cupos: tiene que haber igual número de varones y mujeres, un tercio de jóvenes, otro de adultos y otro de mayores, e incluso poner un porcentaje por continentes de origen en caso de haber una inmigración significativa (por ejemplo, un 10%) o un porcentaje de otras etnias como el querido pueblo gitano. La celebración de elecciones parroquiales puede suponer un gran momento festivo y de movilización del vecindario.
Desde esa pequeña gran reforma parroquial, podemos mirar entonces a las diócesis. ¿Cómo están representados los laicos en la estructura diocesana? Los consejos y foros de laicos convocan a presidentes de movimientos y asociaciones. ¿Y la inmensa mayoría de laicos cómo hace llegar su voz, cómo toma parte en deliberaciones que son cruciales para la vida de la Iglesia? Esa ausencia explica que la voz de las mayorías de la Iglesia no tengan cauce y que esté sobredimensionada la voz de los movimientos.
Han sido extraordinariamente bien recibidas las encuestas promovidas por el papa Francisco para los sínodos de la familia o los parlamentos de jóvenes organizados para el sínodo de la juventud. La transparencia financiera impulsada desde la Conferencia Episcopal Española también es un gran paso. Van en la dirección adecuada, pero es necesario hallar más y mejores modos de comunión y participación.
Estas dos sencillas medidas podrían suponer una reactivación de la gente en las parroquias y barrios. El mismo hecho de que la gente pueda opinar ya cambia su posición en relación a la parroquia y la Iglesia, donde nunca encuentran momento ni lugar para saber qué sienten ni piensan. La Iglesia no sufre una crisis de fe sino de participación y el foco de la reforma es dicha participación. Ha cambiado la cultura general de participación, pero la Iglesia católica no ha adecuado la suya a la sensibilidad, costumbres y desarrollo del pueblo.
Una cultura católica poco participativa proyecta poca participación laical en el conjunto de la sociedad. Perjudica incluso a la propia evangelización de la Iglesia porque le falta la audacia, emprendimiento y creatividad que son imprescindibles.
Recuperar tejido cívico en España requiere no solamente aumentar las tasas asociativas sino reformas de las carencias que arrastra durante siglos. Uno de sus cimientos en España es la Iglesia católica y tiene su responsabilidad. No solamente en términos cuantitativos. Una nueva cultura de participación y comunión en las parroquias y diócesis, haría que la cultura pública fuera más comunitaria, profunda y desarrollara una democracia de discernimiento.
¿Alguna parroquia sea atreve a comenzar este camino? ¿Hacemos realidad un modelo que luego pueda difundirse al conjunto?