San Agustín inspira a vivir la fraternidad en comunidad en este lugar excepcional.
Los Agustinos regentan el Real Monasterio desde 1885. Palabras del Prior.
Cuando Felipe II levantó este Monasterio se propuso en un principio que fuese un edificio en el que se acogiesen los restos mortales de su padre, Carlos V, y de la familia real. Para su custodia y sufragios, puso una comunidad de monjes jerónimos que elevasen sus preces a Dios en acción de gracias y en súplicas por el eterno descanso de la familia real. Poco a poco, según se fue levantando el edificio, se fueron forjando nuevos objetivos, como ser residencia real, centro de cultura, seminario de estudios, talleres de oficios, hospedería, hospital…
Y todo bajo un común denominador: “que todo estuviese bajo razón”. Frase que usa el P. Sigüenza para encomiar el edificio en sí, pero que se puede aplicar a todos sus fines. Sin olvidar que la razón debía de estar en conformidad con la fe, tal como la exponía Trento.
Los monjes jerónimos, durante casi tres siglos, fueron el alma de este gran cuerpo. Con la malhadada desamortización de Mendizábal, desaparecieron los monjes y, durante medio siglo, el Monasterio padeció de esclerosis múltiple. Gracias a la intervención de san Antonio María Claret, durante 9 años, y la llegada de los agustinos en 1885, se logró salir de ese marasmo y se dio nueva vida a este monumento.
Hoy, 42 religiosos agustinos seguimos siendo el alma de este edificio, siempre fieles a las pautas establecidas por Felipe II: buscar en todo la armonía entre razón y fe, cultura y religión.
La comunidad de frailes agustinos está integrada por sacerdotes y por religiosos jóvenes en periodo de formación, que ya han emitido los votos temporales en la Orden de San Agustín. Viven también con nosotros los niños de la Escolanía. La casa es atendida por el suficiente personal de servicio, que hace posible la buena marcha de este Monasterio.
Os invitamos a que os asoméis a esta ventana y contempléis con ojos limpios las maravillas que aquí se encierran, revitalizadas con nuestras múltiples actividades. Lo hacemos con palabras de Unamuno:
“Lo cierto es que apenas hay quien se llegue a visitar El Escorial con ánimo desprevenido y sereno, a recibir la impresión de una obra de arte, a gozar con el goce refinado y más raro, cual es el de la contemplación del desnudo arquitectónico… Casi todos los que a ver El Escorial se llegan, van con antojeras, con prejuicios políticos y religiosos… Van a buscar la sombra de Felipe II, mal conocido también y peor comprendido, y si no la encuentran, se la fingen.”
La experiencia diaria nos demuestra que en la vida es frecuente tener algo ante los ojos y no verlo. El ver se encuentra en gran parte sometido al dictado del querer ver. Cuando vemos una cosa defectuosa nos llama en seguida la atención y la censuramos. Cuando vemos una cosa perfecta puede ser que la pasemos por alto y no la valoremos, no la veamos de verdad. Las raíces del ojo están en el corazón. En último término el ojo ve desde el corazón. San Agustín va más allá y nos dirá que “únicamente el amor es capaz de ver”.
Para comprender El Escorial hay que verlo y vivirlo despacio y sin prejuicios. Este cuerpo inmenso tiene un alma, a la que se llega principalmente viviendo dentro. Los que tenemos la suerte y gracia divina de sentir el pulso de estas piedras, el brillo de sus obras de arte y, sobre todo, el latido de su templo en momentos de silencio, en el rezo coral y en las solemnes celebraciones litúrgicas, podemos decir con el P. Sigüenza:
“Quien viere este edificio… cual él se representa entero, y viere la muchedumbre, proporción, comodidad, respeto y buen oficio de sus partes, podrá decir lo que dijo Galeno en su libro del uso de las partes del cuerpo humano, que después de bien consideradas, leyendo en tan celestial armonía y correspondencia mucho de la sabiduría divina, afirmó que había escrito un libro de las alabanzas de Dios, y lo mismo podrá decir quien advirtiere bien las de este convento, que es un excelente traslado de ella”.
El Papa Benedicto XVI corrobora esta afirmación al decir:
“La belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”.
Fuente: Monasterio del Escorial. Comunidad Agustiniana.
La primera piedra del monasterio de El Escorial
El 23 de abril de 1563, hace 456 años, se colocó la primera piedra de la construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, uno de los monumentos más representativos de la arquitectura española. El conjunto arquitectónico, de dimensiones colosales, está situado en las estribaciones de la sierra de Guadarrama, a unos 50 kilómetros al noroeste de Madrid, y consta de un monasterio y una iglesia, un palacio y un panteón real.
Felipe II construyó el monasterio de El Escorial para conmemorar la victoria en la batalla de San Quintín
Fuente: National Geographic.
En las entrañas del Monasterio