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La misteriosa hermosura de lo cotidiano. Deslumbrante paseo con Vermeer.

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Vermeer, el misterio de Delft.

Una mirada a los minuciosos detalles de la obra de Vermeer. Un deslumbrante paseo guiados por su luz.

Vermeer es el artista que ha llevado hasta su extremo la capacidad visual, y sólo visual, para construir y comprender el mundo (los rasgos de la representación).[…] Cada vez que un historiador describe un símbolo, ya sea en la figura de una vidriera o en la inscripción de un instrumento musical, incluso cuando la imagen es explícitamente simbólica, la pintura se encarga de dirigir el camino visual de nuestra mirada. Valeriano Bozal.

Vermeer dirige en sus lienzos la mirada del espectador de una manera tan sutil como efectiva. Y lo sume en el silencio. Es difícil escapar del silencio que se escucha en las obras de Vermeer. Del misterio que se esconde en los interiores, desde donde nos esperan sus personajes. De la calma de sus contados paisajes. De sus colores únicos. Tan dificil como buscar el azul de sus cuadros en los cuadros de otros, la fórmula se la llevó a la tumba.

Nos dejó Vermeer sin embargo el sitio que él ocupaba en sus cuadros. De la misma manera que lo hizo Velázquez. Mirando sus cuadros se tiene la sensación de que el maestro de Delft observa sus escenas escondido detrás de los pliegues de una cortina o de una puerta entreabierta. Retrata momentos tan privados e íntimos que a veces algún personaje intuye que lo observan y se vuelve hacia el pintor (ahora hacia nosotros). Se vuelven hacia nosotros y eso nos invita a entrar en el cuadro, como lo hacía Velázquez. Como lo hizo Hooper, tan distante en el espacio y el tiempo y tan distinto del pintor holandés o del sevillano.

Vermeer consigue convertir en misterio las actitudes naturales de los personajes que pueblan sus lienzos y la presencia de objetos reales y cotidianos. Todo lo que allí aparece es puro misterio, porque las preguntas que provoca no tienen respuesta. O tienen tantas como espectadores para plantearlas.

¿De qué hablan los vecinos que aparecen en la Vista de Delft? ¿Qué le susurran los galanes que hacen sonreír a las muchachas que cortejan? ¿Las cartas que leen las damas ensimismadas, son de amor? ¿Qué piensa La joven de perla mientras nos mira? ¿Nos está susurrando algo que no entendemos? Y El geógrafo, ¿busca respuestas más allá de la vidriera, o simplemente piensa como trazar sus dibujos? ¿Qué va a hacer La mujer con jarra de agua, limpiar la vidriera de la ventana que entreabre o dejar que pase el aire para hacerse la toilette? ¿Qué sentimientos cruzan por la Muchacha del collar de perlas mientras se mira al espejo?

¿Qué relación había entre la musa Clío y el pintor en El Arte de la Pintura para que Johannes Vermeer no quisiera venderla a pesar de sus problemas económicos?

Siempre que nos asomamos a un cuadro nos pueden surgir preguntas, pero con los de Vermeer la provocación es inagotable por la fascinación que ejerce el misterio que rodea sus lienzos.

La Joven de la perla, el retrato más famoso de Vermeer

Decía Van Gogh que Vermeer era un maestro en la manera de unir en el lienzo el amarillo limón, el azul y el gris claro, que sólo con eso era reconocible un cuadro del maestro de Delft. En La Joven de la perla esos tres colores ocultan su cabello y dejan el protagonismo a la mirada y a la boca de esta Mona Lisa holandesa, que nos mira desde el lienzo desde hace mas de trescientos años, y nos susurra con su boca entreabierta los misterios que atrapó Vermeer en su retrato.

La luz que resbala desde su rostro hacia la gran perla gris que cuelga de su oreja, la convierte en blanca en el punto en que la toca. ¿A qué simbólica definición de la perla nos lleva Vermeer en este cuadro? Son muchas las interpretaciones de estas preciadas piedras. Símbolos de un estatus social, las perlas se han utilizado como símbolos de la virginidad o de la fuerza femenina. En la Europa de la época simbolizaban también las lágrimas de las casadas en matrimonios de conveniencia.

La realidad es que el grano de arena que entra en la concha, le provoca dolor, y el molusco lo recubre de nácar y transforma así el dolor en belleza. ¿Como el amor que provoca y espera esta joven?

La modelo, sin a penas cejas (como la Gioconda de Leonardo), es conocida también como La Joven del turbante. En ella se resume toda la maestría en el color del maestro de Delft, y nos sigue planteando preguntas. ¿Se va o llega? ¿A quién mira la portadora de esa perla que por el tamaño seguramente es falsa? (en la época ya había un mercado importante de perlas falsas). Seductora como pocas, guarda sus secretos y nos deja fabular a nuestro antojo. Una historia por cada voyeur que la observa. Como si fuera un boceto que nos da permiso para dejar volar la imaginación y terminar “nuestra” obra.

Cuesta alejarse de su mirada. La seducción de este pequeño cuadro, al que nos podemos acercar en el precioso museo Mauritshuis de La Haya, es poderosa y permanente, te atrapa para siempre. En el exquisito joyero que es este museo cuelgan también Diana y sus ninfas; un trabajo juvenil de Vermeer apoyado en la Mitología, y el famoso paisaje urbano Vista de Delft.

El trabajo de Vermeer en la mayoría de los casos es puro simbolismo con el que recurrentemente nos lleva al territorio del amor: la fidelidad, la seducción, la alegría, la ausencia. Todo eso y mucho más está entre la luz y el silencio de sus cuadros, llenos de pequeños detalles que le dan sentido a la vida. Nunca el maestro de Delft recurrió a grandes momentos de la humanidad, ni a fascinantes paisajes o emociones extremas, siempre mantuvo su mirada en la misteriosa hermosura de lo cotidiano.

Esto en realidad fue un recurso de la pintura holandesa de aquel tiempo. Ante la pintura católica de momentos extraordinarios de reyes o militares gloriosos y de momentos bíblicos o mitológicos, los pintores holandeses le dan la vuelta y miran al retrato de lo cotidiano; la llamada “pintura de género”. Y Johannes Vermeer es el indudable maestro de su generación. El maestro de la luz y del silencio.

Vista de Delft, uno de los pocos exteriores de Vermeer

La historiografía del arte habla de este cuadro como una pintura absolutamente única en su género. ¿Qué la hace única?: de un lado su serenidad, pues hablamos del barroco, un tiempo en el que los paisajes distaban mucho de ser serenos; de otro lado la manera audaz y poderosa de plantear la escena y el magistral manejo de la luz convertida en protagonista de la obra.

La audacia de Vermeer en este paisaje radica en que no hizo una reproducción a distancia de Delft, sólo presenta de cerca un detalle de la ciudad, lleno de intenciones.Tras el río Schie muestra los edificios que forman el cinturón defensivo de Delft, presididos por la puerta de Schiedam. Tras ella, un grupo de edificios entre los que brilla con claridad la torre de la Nieuwe Kerk, donde estaba enterrado Guillermo I de Orange, gobernador holandés asesinado en Delft en 1584, y un héroe en la lucha contra los españoles.

Audaz es también su magistral manejo de la luz, dejando en penumbra los primeros edificios que con la luz indirecta del sol se reflejan en el río, en el que ha pintado hasta la brisa y vuelca la luminosidad del astro rey en los edificios que se encuentran atrás. ¿Tuvo Vermeer intención política al iluminar así la escena? Algunos así lo afirman, pues ven en este detalle un homenaje a Guillermo I de Orange.

Si acercamos la imagen vemos cómo los edificios oscurecidos del primer plano tienen una amplia gama de puntos de color que hacen vibrar la pintura. Estos puntos repartidos por toda la superficie del cuadro son una técnica que los franceses llaman “pointillé”. Las diferencias lumínicas entre las distintas zonas son espectaculares y aún así se alejan del dramatismo que los maestros barrocos buscaban con la luz.

Marcel Proust ante este cuadro aseguró que le parecía “le plus beau tableau du monde”. Tal impacto causó en el escritor francés el pintor holandés, que en su monumental En busca del tiempo perdido, los protagonistas de dos de sus composiciones, escritores ambos, Swann y Bergotte viven obsesionados con Vermeer. La muerte de uno de ellos, el novelista Bergotte, le sobreviene ante La Vista de Delft, obsesionado por una pequeña mancha amarilla que aparece hacia la izquierda del cuadro, sobre un espacio en sombra.

Proust a través de Bergotte asegura que ese pequeño espacio de color contiene todo el misterio del arte y la justificación de la vida. Bergotte, que cansado y enfermo acude a una exposición para ver La Vista de Delft, siente que se desvanece, se sienta en un pequeño canapé redondo que hay delante del cuadro. Allí pierde el conoci­miento y cae muerto al suelo.

Gracias a Proust descubrimos esa pequeña y poderosa mancha amarilla, que como tantos detalles microscópicos de la obra de Johannes Vermeer, podemos seguir buscando cada vez que nos acercamos a uno de sus escasos cuadros. Siempre descubriremos algo nuevo en ellos.

Quién era Johannes Vermeer

De Vermeer se sabe muy poco, algunos datos de su nombre que aparecen en archivos de cofradías, de registros de nacimientos y de matrimonio. Hay también algunas referencias como tasador reputado de obras de arte. Sin noticias de su nacimiento, se sabe que fue bautizado como cristiano protestante en la ciudad de Delft el 31 de octubre de 1632, bajo el nombre de Joannis. Que se casó el 20 de abril de 1653 con Catharina Bolnes, de confesión católica. Que desde su matrimonio vivió en casa de su suegra Maria Thins, (su protectora y hoy diríamos que su agente) en el barrio católico de Delft. Y que falleció el 15 de diciembre de 1675, cuarenta y tres años después de su bautizo, en Delft.

Tampoco se tienen muchos datos de su familia, pero con lo que se sabe, podemos deducir que Vermeer estuvo influenciado desde niño por el mundo del arte. Su padre era marchante de artistas. Era también tejedor de tapices y además de regentaba una hostería en Delft frecuentada por la alta burguesía, en la que vendía tapices y cuadros.

Probablemente aquella relación con artistas y artesanos desde niño, sembraron en él la vocación de la pintura. En los registros de la Guilda (el gremio de pintores) de San Lucas de Delft, Vermeer ya aparece como pintor independiente en el año 1653, con veintiún años. Para lo cual debía pasar una serie de exámenes y demostrar su capacidad como pintor.

Holanda era una sociedad de mayoría protestante y el arte no dependía de la iglesia, ni de mecenas aristocráticos. Accesible a comerciantes y familias burguesas de una sociedad próspera, los cuadros se vendían en tabernas y comercios. Vermeer tubo dos principales mecenas: un panadero llamado Hendrick van Buyten y el coleccionista Jacob Dissius que le compró a Vermeer a precios muy bajos diecinueve cuadros. Después de la muerte del artista, Dissius los subastó obteniendo importantes ganancias con ellos.

En la novela de Proust, éste lo define como un pintor desconocido. Un desconocido que fue capaz de dejar una obra tan inmensa en su contenido, que no en su cantidad, que con sólo treinta y cinco cuadros de autoría certificada, (hay cuarenta y dos, pero de ellos siete no es seguro que sean de Vermeer), ha pasado al glorioso estatus de “Maestro de la Pintura”.

Por no tener no tenemos ni una imagen de Vermeer. Sólo un “posible” autorretrato extraído del cuadro La Alcahueta de 1658, sin certeza de que sea él.

Sí sabemos que en el fatídico año de 1672, las compuertas holandesas que cercaban el mar fueron abiertas para detener a los franceses en su avance contra Holanda. Muchos campos de labor se anegaron, entre ellos los que ayudaban a sacar adelante a la numerosa familia de Vermeer, tuvo quince hijos de los que sobrevivieron once. Los campos y otras posesiones de su suegra, que les ayudó mientras pudo, se perdieron en aquel año nefasto.

Delft venía ya arrastrando la ruina que le causó la explosión de un polvorín. Su época de bonanza acabó definitivamente en la guerra franco-holandesa. Aquel desastre terminó de hundir su maltrecha economía y Vermeer falleció con apenas cuarenta y tres años sumido en la angustia.

En aquella salvación desesperada contra las tropas francesas se pudieron perder obras del artista. Nunca lo sabremos, lo único que tenemos seguro son esa treintena larga. Suficientes para que Johannes Vermeer sea lo que es su obra, sin necesidad de saber su historia.

Fuente: Ruta cultural

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Sacerdote católico y agustino (OSA). Pedagogo, educador, evangelizador digital. Aljaraque (Huelva) España. Educación: Universidad Pontificia Comillas.
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