Entrenamiento emocional para mejorar el bienestar
ABC. Texto: Carlota Fominaya. Foto: Ernesto Agudo
La filósofa y divulgadora Elsa Punset explica cómo practicar esta rutina, a raíz de la publicación de «El libro de las pequeñas revoluciones»
Doscientas cincuenta pequeñas rutinas que podrían cambiar tu vida amorosa, laboral, familiar… y, sobre todo, contigo mismo. Esta es la última propuesta editorial de Elsa Punset con «El libro de las pequeñas revoluciones» que, por cierto, no es una obra para leer de un tirón. Es más bien, explica con pasión la autora, para que uno se pregunte, «¿qué rutina exprés necesito hoy? Le haga una foto con el móvil a la página, y se la lleve encima para practicarla en cualquier momento del día. O para que lo tenga en la mesilla a modo de consulta», propone.
El libro es un compendio de las personas que han inspirado a esta filósofa por su sabiduría a lo largo de los años. «Es un libro para vivir dentro, para pintar, tiene citas… Quería que fuera esa persona sabia, esa referencia, que te acompaña en el proceso de las emociones, en el que estamos muy solos normalmente. Normalmente preguntas a una amiga, a tu madre, a la vecina… Yo quería respuestas con cierta coherencia y consistencia», asegura.
Con el libro lo que Punset intenta es dar pistas muy sencillas de lo que la gente puede hacer de forma natural. «De hecho, es muy probable que los lectores conozcan muchas de las propuestas, pero que no las practiquen aunque les hagan sentirse bien. Me gustaría ayudarles a reincorporarlas», añade.
—Los seres humanos, ¿aprendemos solo de la experiencia, de la dificultad, de la pérdida?
—Así es como funcionamos. En piloto automático. El cerebro es un órgano programado para sobrevivir. Esta es su única prioridad. No es que seas más creativo, que te relaciones mejor, que te sientas mejor… Eso no importa. Entonces, ¿qué hace el cerebro? Agranda los peligros, recuerda las cosas malas… para las cosas buenas es como si fuese teflón. En cambio, agarra todo lo malo. Y desde que nacemos nos deberían enseñar a entrenar el cerebro en positivo, a reprogramarlo. ¿Qué he hecho en este libro? Poner 250 rutinas positivas para que todo el mundo encuentre alguna que le sirva, o que se cree las suyas propias.
—¿Es cierto que para hacer tuya una rutina, hay que repetirla durante todos los días durante un mes?
—Esto no es una ciencia exacta. Lo que si es cierto es que cada acción y cada pensamiento dejan una huella física en el cerebro. Y no somos lo suficientemente conscientes de eso. Se parece más al mecanismo de «me lavo los dientes por las mañanas», que el cuerpo ha aprendido a activar. Pero se trata de hacerlo de forma consciente. Simplemente de preguntarte, ¿dónde puedo mejorar? ¿Qué cosas, qué hábitos, qué repito una y otra vez y no me funcionan? ¿Puedo desaprender? Esto último es otra cosa a tener en cuenta y que no hemos aprendido a hacer. Funcionamos en piloto automático. Con lo cual cuando hablamos de aprendizaje. Tienes que repetir muchas veces una cosa para que el cerebro la aprenda. Que desaprenda una forma de hacer las cosas y que aprenda otra. Sabemos que tienes que repetirlo bastantes veces, por esta razón he intentado que las rutinas sean ligeras.
—De las 250 rutinas exprés, ¿cuáles son las preferidas de Elsa Punset, su «top ten»?
—Cualquiera que me ayude a activar mi luz interior. Pero todo depende del momento de la vida en la que te encuentras. Mis diez rutinas preferidas de ahora lo son porque pertenecen al ámbito en el que estoy trabajando, pero no porque me tengan que durarme toda la vida. Por ejemplo, ahora mismo estoy muy centrada en todo lo que es lenguaje facial y corporal para gestionar las emociones. A mí me encanta la de las «poses poderosas». Es maravillosa. Para entenderla, aconsejo ver el vídeo de la psicóloga social de Harvard Amy Cuddy, donde se muestra como las «posturas de poder» —mostrar una actitud de seguridad, aún sintiéndose inseguro— pueden alterar los niveles cerebrales de testosterona y cortisol, e incluso mejorar nuestras probabilidades de éxito. Existen dos tipos de «poses poderosas». La de ganador del maratón, con los brazos abiertos y el mentón levantado, o la de brazos en jarras. Si tu haces cualquiera de estos dos gestos, en dos minutos cambia todo el equilibrio químico corporal del cuerpo, porque estás mandando un mensaje al cerebro muy importante.
Es curioso, pero se ha visto que las niñas, hasta los 11 o 12 años, tienen las mismas poses que los chicos. Pero a partir de esa edad se repliegan: Se dejan interrumpir, hablan más bajito, se arriesgan menos… Con el cuerpo reflejan el mensaje social que les enviamos, y que las niñas van incorporando. Así pues, el mejor regalo que puedes hacer a tus hijas, hermanas, sobrinas, alumnas, es enseñarles a reclamar ese espacio. Es una sencilla rutina emocional, muy poderosa. También funciona solo imaginándolo.
Por último, la rutina que más me gusta en este momento, y que en particular creo que una de las más útiles, es la de los gestos faciales. Hay una conexión muy directa entre el cerebro y la cara. Si frunces el ceño, si pones cara de sorpresa… tu cerebro reacciona inmediatamente.
—¿Quién manda el mensaje a quién?
—Van a la vez. Esto me parece extraordinario. Antes pensábamos que «si yo me siento bien, sonrío». Ahora resulta que si sonríes ya estás mandando el mensaje de que no estás tan mal como temes. Pero tu cerebro —por si acaso— está todo el día en alerta. Se ha comprobado que las mujeres y hombres que se inyectan botox, al no poder fruncir el ceño, tienen una percepción un poco menor de las cosas negativas que les vienen de fuera. Una de las rutinas del libro es practicar lo que llamo «botox natural». Es como abrir el capó de un coche. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué puedo cambiar? ¿Qué es sencillo de cambiar? ¿Qué puedo hacer que, de alguna forma, le mande un mensaje diferente al cerebro?
—Decía usted que, desde que nacemos, nos deberían enseñar a entrenar el cerebro en positivo, a reprogramarlo. ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos?
—En mi familia practicamos mucho el «thing». Básicamente de lo que se trata es de abrir los cauces de comunicación. Los humanos tenemos a veces una verdadera dificultad a la hora de prevenir o de hablar de los problemas, aunque no sean demasiado grandes. Generalmente reventamos las situaciones, porque dejamos que la situación se enquiste. Con el «thing» lo que tratamos de hacer es acostumbrar a los niños desde que son pequeños a contar las cosas que les preocupan, para buscar soluciones en grupo. No se trata de que comuniquen solamente las experiencias malas. En casa hablamos de una cosa buena y de una cosa mala. La cosa buena es una celebración: siempre hay que celebrar y es algo que a las familias se nos olvida.
Debería haber mucha más alegría en las familias. Nosotros celebramos, y luego exponemos la cosa que creemos que es mejorable, lo que sea, para tomar decisiones en familia. Nos preguntamos: ¿qué podemos hacer? Pero no lo hacemos desde la confrontación o la agresividad. Funciona muy bien, porque entonces lo que haces es adelantarte a los problemas. Convocamos un «thing» cada cierto tiempo y cuando alguien dice: «No tengo ningún problema», buscamos algo para mejorar. Porque todo es mejorable. Con este tipo de acciones al niño le das la sensación también de que las cosas están en sus manos. Creo que es muy importante entender que, al final, en cuestiones de gestión emocional, podemos mejorar las cosas, cambiarlas.
—Usted en su libro propone otra rutina para entrenar el cerebro de los niños en positivo: el llamado «bote de la felicidad». ¿Puede explicar a los lectores de qué se trata?
—Cuanto antes acostumbre uno a los niños a pensar en positivo, mejor. En este sentido, el bote de la felicidad» es una iniciativa muy bonita para practicar en familia. La idea es tener en casa un gran bote, transparente, en el que cada noche todos los miembros metan una nota con lo bueno que les ha pasado a lo largo del día: que el repartidor de pizza ha sido particularmente amable, un abrazo chulo con un amigo o con tu hijo, un rato en un jardín, un baño con sales… cada uno tiene sus alegrías. Hay que escribir todos esos momentitos que habitualmente dejamos pasar, porque lo normal es que cada noche tu cerebro vaya a recordar lo malo, las decepciones del día, o una mirada desagradable de alguien, y meterlos en el bote.
El tiempo que se tarda en escribirlo permite al cerebro fijarlo. Tenemos memoria a corto plazo, a largo plazo, y lo que pasa es que todas estas cosas pasan tan deprisa… que no se fijan en la memoria. Las malas sí porque el cerebro las recuerda, les da vueltas. Pero las buenas no, por lo que es importante ser conscientes de este fallo de nuestro cerebro. Si entrenas a tus hijos desde pequeños a pensar en positivo, tienen algo muy importante que agradecerte. Es acostumbrarlos, igual que se lavan los dientes, a hacer de este gesto una rutina.
—Las 250 rutinas de su libro hablan de la importancia de cuidarnos, en todos los aspectos. ¿Por qué nos queremos tan poco?
—Nos queremos poco porque básicamente no nos han enseñado. ¿De qué sirve el amor a un cerebro que solo quiere sobrevivir? Relativamente de poco. ¿De qué sirve quererte a tí mismo? De mucho. No sabíamos que sentirte bien, sentir emociones positivas, te hace ser más inteligente, más creativo, te da mejor salud, mejores ingresos, mejores relaciones con los demás… Pero en efecto, tendemos a pensar que cuidar de nosotros es egoísta. No somos conscientes de hasta qué punto si tú no estás bien, difícilmente puedes hacer sentir bien al resto de personas que te rodean. Cómo vas a cuidar de los demás desde un lugar vacío, estresado, cansado o inseguro… No puedes dar lo que no tienes, básicamente.
—Los cuidadores, por lo general, tienen sexo femenino. ¿Por qué?
—A las mujeres en concreto nos han enseñado a dar y a cuidar, y eso es una herencia de siglos. Al decir que «no» tienen la sensación de que están siendo egoístas, de que se están poniendo por delante. Creo que es fantástico que podemos aprender que hay cosas que para ti son básicas, y que sin ellas no puedes funcionar.
—Usted en su libro habla de la importancia de decir NO, y de lo tarde que se aprende, por lo general. ¿Por qué motivo? ¿Cómo podemos enseñar a los hijos?
—¿Cómo aprenden la gestión emocional los niños? Por imitación. No hace falta que expliques las cosas tan claro. No les enseñes a decir que no. Que ellos vean que su madre o su padre saben decir que NO. Y que lo hace con asertividad, no con agresividad. Que vean que su madre, por ejemplo, cuida de sí misma. Si tú no te cuidas, ellos no se van a saber cuidar. Da igual lo que les digas, es lo que hagas. Eres su modelo, y este mensaje sí que es fundamental.
Elsa Punset. – El libro de las pequeñas revoluciones.